Iniciación
Tradicionalmente uno de los puntos más difíciles en la educación de una hija o un hijo adolescente es precisamente la cuestión de las consecuencias de sus actos, es común creer que el adolescente es un irresponsable por naturaleza, es decir, un incapaz a la hora de medir las consecuencias de sus actos o peor aún de asumir su responsabilidad ante los mismos. Con esa premisa muchos padres han optado por “el castigo” como la mejor herramienta pedagógica para corregir esa naturaleza desordenada del adolescente. Pero con el paso del tiempo y luego de verificar dolorosamente su ineficacia y su perversión, se les da por acudir desesperadamente donde un orientador o consejero para que remedie el asunto casi que como por arte de magia.
Nudo
Muchos padres han acudido a mi oficina con esa intención, prácticamente me arrojan al hijo y cierran la puerta de mi oficina con desespero y angustia como para que no se fugue y luego muy juiciosos se sientan en la recepción a vigilar y a esperar a que yo les haga el milagro de educar a su hijo en una sola sesión. Lamentablemente para ellos yo no soy mago, ni brujo, ni nada por el estilo, por eso lo primero que tengo que decirles a ellos es que el orden se debe invertir, por lo general estos casos de educación de adolescentes inician precisamente en una reeducación de los padres, sobre todo en un asunto muy importante como lo es este tema de los castigos y los premios. El castigo más que ventajas (porque sin dudas las tiene), tiene grandes desventajas, el castigo es en realidad una de las peores estrategias pedagógicas que los educadores conocemos, su propósito está orientado a disciplinar a la persona y precisamente lo que se logra con ello es justo lo contrario, el castigo indisciplina como lo demuestra la historia de las familias que lo han puesto en práctica.
Castigos como prohibirle ver televisión, o usar el computador, o salir con los amigos o jugar futbol, por lo general no tienen nada que ver con la falta cometida, es decir, hay una desconexión entre la falta cometida y el “castigo”. El empleo de castigos afectivos tales como los gritos, los insultos, la ofensas, las humillaciones o amenazas lo único que logran es maltratar al adolescente y si se hace de forma recurrente puede terminar limitando sus capacidades o en el peor de los casos puede ocasionarle un daño tremendo a su amor propio, a lo que en términos actúales llamamos “autoestima”. Por otro lado, el empleo de castigos físicos es un verdadero abuso, bajo ninguna circunstancia se justifica el castigo físico con el pretexto de educarlo. “Es que le pego para que aprenda”, bueno preguntémonos si a nosotros nos gustaría que nuestro hijo o hija nos pegara cuando nos equivocamos o cuando hacemos algo indebido y que después tenga el descaro de añadir: “papá tu sabes que te amo, te pego es para que aprendas”. Quienes hemos usado el castigo físico “para educar a nuestros hijos” en alguna ocasión, hemos podido apreciar el error tan garrafal y tan vergonzoso que implica el haberlo hecho, si lo hacemos porque hemos heredado este tipo de formación, porque se incrustó en nuestro inconsciente, entonces con mayor razón debemos hacer consciente la situación para poder romper el círculo y poder salir de esa lamentable situación.
Una forma sencilla es capacitar a nuestro hijo o hija para que se defienda de nosotros sin usar la violencia, aún recuerdo las palabras de mi hijo cuando en un momento desafortunado en que perdí la paciencia lo agredía físicamente “disque para educarlo”, él con sus ojitos humedecidos y con su carita triste, más que con aspecto de reproche diría yo que con una actitud de desconcierto, me dijo “papito, por qué me pegas si yo te quiero tanto”. Dios mío, como soy capaz de semejante canallada, fue lo primero que se me vino a la mente, no se trata de perder la autoridad de padre, se trata de entender que la autoridad paterna no es sinónimo de violencia sino de amor ejercido de manera inteligente (entiendo por inteligencia la capacidad de resolver problemas, tal como lo enseña Howard Gardner).
Es cierto que los golpes y la humillación pueden impedir por un instante un comportamiento indeseado, y la gran enseñanza que saca el agredido es “debo evitar el castigo”, en ningún momento se enseña a reflexionar, sino a “evitar”. En el corazón del hijo o del estudiante agredido físicamente se van acumulando la frustración, el resentimiento, los deseos de venganza y de miedo, como consecuencia real a mediano y largo plazo aparecen la rebeldía, la pérdida del amor hacia los padres o educadores, pérdida del respeto y la incorporación de una desagradable conducta evasiva (se esconde, miente, no habla, se aleja de nosotros). Cuando nosotros ejercemos la autoridad de una forma dogmática, rígida, inflexible, el adolescente con su típica actitud analéctica opta por no hacerse responsable ni de su vida, ni de los actos que expresan su vida, no aprende a ser autónomo, no se siente libre para expresarse tal cual como es cuando se encuentra trabajando o compartiendo en grupo, se transforma en un individuo poco colaborativo. Es precisamente en este momento cuando los padres suelen llevar a los hijos a mi oficina, cuando ya la autoestima del adolescente está bastante lastimada y su rechazo a la figura de autoridad es más que evidente.
Desenlace
Aún recuerdo a ese joven que tenía serios problemas con un papá que nunca estaba en casa y que justo cuando llegaba lo primero que hacía era recibir el reporte de acciones por parte de la madre, la madre no ahorraba palabras para explicarle a su esposo lo mal que se había portado su hijo, cómo no había hecho tareas y cómo le había contestado con groserías a ella cuando le hacía los respectivos reclamos. El padre normalmente lo que hacía luego de agredirlo verbalmente era pegarle con un cinturón de cuero grueso. Por supuesto, al final de semejante comportamiento cobarde, el padre solía hablarle con un tono dulzón que rayaba con lo ridículo, ya que era más el tono con el que se le habla a los bebes, que el tono para conversar con un adolescente. En ese tonito le decía lo torpe que era al no cambiar su conducta, y que eso a él le hacía sufrir mucho, porque él no quería pegarle y que su comportamiento lo obligaba a hacerlo, le preguntaba al joven que por qué “él era así”. Como puntillada final a todo ese circo, la madre intervenía para compararlo con su hermanito menor que siempre se portaba bien y hacía caso. Bueno, cuando la madre llegó con él a la consulta lo primero que me dijo cuando los recibí era que por favor pusiera el candado de la reja para que su hijo no se le volara, porque lo había traído obligado a la sesión, que por favor aprovechara porque ella no sabía si él iba a volver. Como era de esperar el hijo tenía una típica conducta de frustración, rebeldía y falta de colaboración que no posibilitaba ningún tipo de acción sanadora, por eso una vez más lo primero que hice fue citar a los papás, con ellos fue que empecé el proceso, y para no extenderme, les cuento que funcionó.
Para el diálogo
1. ¿Qué se entiende comúnmente por castigo?
2. ¿Qué tan útiles y eficaces pueden ser los castigos en la educación?
3. ¿Cuál es el mensaje que se le da al niño o al adolescente cuando se le castiga de manera física o psicológica?
4. ¿Está usted de acuerdo con que “la letra con sangre entra”?
5. ¿Le gustaría que su jefe lo educara a usted de la misma manera que usted educa a sus hijos?