El mejor educador se llama "San Ejemplo".


La salud y armonía de una familia se evidencia en la forma como comparten sus emociones. Los niños tienen la capacidad de percibir como es la forma como los padres se tratan el uno al otro, ellos notan y entienden con claridad cuando alguien está alegre, triste o preocupado, de esta forma los niños van aprendiendo también a respetar, a consolar y a ayudar a los demás, viendo el ejemplo de sus padres y familiares cercanos. Nosotros somos sus modelos para expresar emociones y para escuchar lo que otros sienten.

Si efectivamente el mejor educador de nuestros hijos es el ejemplo que les damos, entonces para enseñar a nuestro hijo a conocer, sentir y expresar sus emociones, los padres tenemos que conocer, sentir y expresar nuestras propias emociones. Si no sabemos reconocer la tristeza o el miedo, no podremos ayudar al niño. Mientras más abiertos y conscientes seamos de nuestras emociones y sentimientos y mejor sea la manera de expresarlos, educaremos mejor las emociones y sentimientos de nuestros hijos. Los padres no sólo enseñamos al niño con lo que decimos; él entiende nuestras palabras, pero comprende también una mirada, un gesto o el silencio.

Los padres debemos asumir la responsabilidad por el legado emocional que le dejamos a nuestros hijos. Cuando los padres no manejamos bien nuestras emociones y reaccionamos con violencia (gritos, golpes, insultos, indiferencia, etc.), el niño no entiende lo que pasa, no entiende por que su papá o su mamá lo trata así, él se desconcierta, no sabe qué hacer y desarrolla un miedo constante ante una amenaza de la que no puede escapar. Los padres que tratan a su hijo injustamente y con dureza terminan provocando que ellos después repitan esos comportamientos con otros niños y luego con sus propios hijos. La agresividad se transmite de una generación a otra. Como dijo alguien una vez, "la violencia es como la gripa, se pego por contacto directo".

 


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