A pesar de todo, Cartagena no se derrumba, aguanta, también los cuerpos de sus ciudadanos.
Lo que aterra, y ojalá sea mi error, es el afán de fama que al parecer buscan quienes hablan o escriben sobre “los problemas de la ciudad”.
Cartagena se ha convertido en una moda que permite ganar “likes” y reputación en la redes, pero el fariseísmo de quienes posan de conocedores de la ciudad es agobiante.
Sí, hay una corrupción rampante en Cartagena que nos tiene mamados. Y en eso no se equivocó el periodista Mauricio Gómez con sus reportajes que recopilan un poco de aquí y de allá, en medio de los escándalos en ebullición del momento, viralizados por la redes, y que se presentan como el gran descubrimiento de lo que pasa en esta ciudad; así como también en otras de la Costa. Y también en su región señor Gómez.
Aunque mi invitación al colega, al cual respeto, es que busque otras o más fuentes; es decir un periodismo más gonzo y directo en el corazón de Cartagena para entender un poco más la ciudad como un todo. Quizá así se cambie el libreto de la machacada visión interiorana sobre La Heroica, que viene desde hace varias décadas.
Conocí y revisé el estudio sobre pobreza en el Distrito que elaboraron los investigadores Jhorland Ayala García y Adolfo Meisel Roca. El resultado es una visión que permite tener claridad sobre la alta tasa de desempleo que padecemos y sus porqués, y de por qué, por ejemplo, la gran industria se hace la de la vista gorda con las zonas subnormales en la ciudad. Una fuente fidedigna es el mismo doctor Ayala, de paso un ejemplo claro de que en esta ciudad sí se pueden hacer cosas.
Pero la corrupción, la pobreza, la inseguridad tronante, y otro conjunto de malos indicadores siguen impidiendo el desarrollo de Cartagena, sin duda. No hay un avance siginificativo, como el que ha tenido Barranquilla, a pesar del alto grado de corrupción pública, presente también en La Arenosa tanto o más que el que se registra en el Corralito de Piedra. Sí, claro pero de eso en “La nevera” no se habla, vaya uno a saber por qué o como decía la reina Isabel la Catolica: “averígüelo Vargas”.
El señor Álvaro Restrepo, del Colegio del Cuerpo dice y se desdice en una reciente columna de opinión que tiene mucho de lo que digo al principio de este post. Me llama la atención que en el especial sobre Cartagena, producido por el Canal 1, el colofón con que termina el documental es precisamente una puesta en escena de lo que hace el colegio de Restrepo, trabajo que admiro. Dice el documental que esos jóvenes representan a una ciudad de todos los estratos y rincones, excluidos de la política y por ende de la corrupción, que escapan del pandillismo y del microtráfico, y eso es así. Pero lo propio aplica para los miles de jóvenes que bailan en las comparsas del cabildo de Getsemaní o en el bando, que también buscan un futuro promisorio o han mostrado a esa otra Cartagena por el mundo. Pienso en Los negritos de la Boca del Puente, Cumbalí, Aires del Caribe, Calenda Getsemaní para referirme solo a uno de los aportes del folclor local como es la danza. Ellos cuyo ritmo ha pasado de generación en generación a través de sus genes permanece con ganas de bailar en sus Fiestas de la Independencia, porque son la expresión del cuerpo material que defiende Restrepo en su ideología.
Llevan consigo el “baile del negro”, que se escapó de la plantación, “el mapalé”, con sus movimientos frenéticos; o la gaita, la tambora, el chandé, la cumbia o el bullerengue, todas expresiones que son una oda al ritmo cuyo mecanismo de expresión sigue siendo el cuerpo que defiende Restrepo. De lo anterior puede dar fe Enrique Jatib Thomé el árabe cartagenero que sabe de estas lides del folclor.
Sé que los altos índices de inseguridad, afectan la realización de unas fiestas novembrinas mejores, pero que pueden mejorar.
Con colegas investigadores he hablado del caso; y planteado que las fiestas cartageneras necesitan enriquecerse, por ejemplo con programas académicos, culturales, con premios de literatura, pintura, obras de teatro, es decir un programa más amplio y diverso que trascienda lo meramente carnestolendo. Pero la discusión sigue ahí, está abierta.
Esa debate sobre las fiestas y festejos en Cartagena hay que seguirlo dando, con argumentos sólidos, no con una suerte de cuestionamientos tan espurios y generales. Entre tanto yo también estaré aquí esperando los rayos y centellas a esta opinión.