Haciendo una antonimia de la frase ‘no digas el santo sino el milagro’ quizá en esta historia o conjunto de historias tristes, al contrario, debamos decir, “no daremos los nombres de los demonios sino de los daños que les estarían causando a los ciudadanos”. Lo anterior por seguridad y porque muchas de las pruebas permanecen durmiendo ‘el sueño de la injusticia’.
Todo empezó con el drama que vivió un joven comunicador social. Dada la situación de nuestros pésimos servicios de transporte público, el periodista salió de la empresa para el cual trabaja una tarde y tomó una motocicleta para ira a su casa a unos 10 kilómetros. Atinó a subirse con el mototaxista equivocado. Unos metros más adelante, el sujeto reveló su principal intención: era un atracador e iba a atracarlo. Ante el real conocimiento de que lo iban a robar, el joven periodista se lanzó de la moto. Pero las horas que seguirían serían tanto o más dramáticas que el hecho mismo del atraco. Aquí podemos decir que quizá era mejor haberse dejado atracar. Entregar lo que el amigo de lo ajeno quería y se hubiera ahorrado transitar por un episodio tan patético y angustiante como el que contaré.
Debido a las magulladuras en su cuerpo por la caída, el joven acudió a un centro asistencial para ser atendido por urgencias. Su principal dolor se centraba en el dedo meñique de la mano derecha que empezó a hincharse y a ponerse verde por el golpe.
Desconocía que haría parte de una presunta cadena de influencias que buscan, al parecer, robarse los recursos de los colombianos por miles de millones de pesos. Cuando se acercó al primer centro asistencial, el vigilante, tipos que en muchos aspectos hacen de internistas, gerentes y jefes de remisiones hospitalarias, le dijo que “esas urgencias por accidentes de tránsito se atendían en otra clínica”. Le dijo el nombre de la clínica y hasta allá fue a parar nuestro amigo periodista.
Varias horas después despertaría. Le habían colocado anestesia general y le habían operado el dedo colocándole tornillos en una sus falanges. Así como se lee ¿anestesia general por un dedo?. Sí!, tal cual. Y para colmo, alguien del equipo médico que le atendió le dijo que le iban a operar las piernas. ¿las piernas?..sí las piernas, porque habían detectado no se qué problema en sus ligamentos.
Por fortuna nuestro amigo fue rescatado por sus familiares.
Pero lo que quiero contarles es que ese centro asistencial existe y están haciendo esos procedimientos, de manera tan campante y rampante.
He conocido varias historias. En una ciudad en la que los trabajos escasean, otro amigo me contó que empezó a manejar un autobús. Su copiloto, aquel que llaman el “sparring”, era un muchacho que cualquier día se cayó del estribo del bus y recibió un golpe en uno de sus tobillos. El conductor le entregó los papeles del seguro y el paciente llegó caminando al mismo centro asistencial que nos ocupa. Horas después había sido operado. Despertó con placas metálicas y clavos en una de sus pantorrillas. Por diversos medios sigo recibiendo denuncias, no solo yo, otros ciudadanos, veedores, activistas, y periodistas, de supuestas intervenciones injustificadas como resultado de accidentes de tránsito. Se conocen muchas muertes de pacientes operados o intervenidos por esos métodos nada ortodoxos y de las miles de demandas que están en curso. Uno de los casos sonados fue el de una mujer que ingresó por una cirugía menor de reparación tendinosa y murió por un edema pulmonar a causa de la anestesia general, en un caso que aún está en investigación o proceso jurídico.
El método de atención utilizado fue el mismo, con base en el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT).
Los recursos del SOAT provienen de nuestro 'flamante' sistema de salud y se concentran en el FOSYGA, (Fondo de Solidaridad y Garantía) que administra el Ministerio de Salud, en la llamada subcuenta ECAT (Eventos y catástrofes) “para garantizar la atención integral a las víctimas que han sufrido daño en su integridad física como consecuencia directa de accidentes de tránsito, eventos terroristas y catastróficos”, es decir los sucesos ocasionados o en el que haya intervenido un vehículo automotor, en una vía pública o privada con acceso al público.
En suma, miles de millones de pesos de recursos, provenientes del superávit de las cotizaciones recaudadas, a los ciudadanos que aportan o cotizan con el sudor de su frente los recursos a las EPS.
Los ciudadanos ya no sabemos si es mejor curarse en casa. Una instrumentadora quirúrgica de confianza me contó que por un procedimiento de esos, el SOAT le asegura al centro asistencial hasta unos 50 millones de pesos. Otra de las versiones que darían luces sobre estos procedimientos está en el número de cirugías reparatorias que otras clínicas adelantan por los malos procedimientos de los primeros.
No he querido sacar las cuentas, pero sumen ustedes el número de pacientes por semana, y multipliquen por meses y años. La millonaria industria del SOAT, entonces, es patéticamente jugosa, incluso hasta para preservar de demandas jurídicas a quienes puedan acometer intervenciones erróneas que deriven en la muerte.
Me pregunto, ¿existe un cartel del SOAT en el país? ¿Por qué algunos centros asistenciales tienen en exclusiva el segmento de atención por SOAT?, ¿Hay en verdad una red operando en las ciudades que se pelean los accidentes y enrutan a todos los pacientes a un solo centro asistencial?. Las preguntas están ahí latentes, pero faltan los debates y las acciones judiciales que frenen esta locura. Sin decir el santo, quiero decir “el demonio”, conmino a que se investiguen los casos que apuntan a que se estaría adelantando una industria macabra y perversa, para enriquecimiento de unos pocos.
PD: La imagen que ilustra este post es la obra de Frida Kahlo "Venado herido".