EL RECUERDO QUE SEREMOS


 

“Dentro de 100 años, en 2123, por ejemplo, todos estaremos bajo tierra, con nuestros familiares y amigos de nuestra época; extraños vivirán en nuestras casas, y poseerán todo lo que tenemos hoy. Ellos ni siquiera sabrán que alguna vez existimos. Solo seremos parte de una historia, en la memoria de nuestras generaciones. Pero, a la postre, nuestros nombres y formas serán olvidados. ¡Qué vano es vivir en función de conseguirlo todo, de comprarlo todo! Gastemos la vida realizando viajes y buenas acciones, antes de que sea demasiado tarde. ¡Seamos felices! Hoy ya somos el olvido que seremos”. Anónimo.

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Muchos filósofos se han hecho estas grandes preguntas sobre los grandes problemas de la existencia humana: ¿De dónde vengo? ¿quién soy? ¿qué hago aquí? ¿hacia dónde voy? Son interrogantes que reclaman respuestas por el origen, de nuestro ser y estar en el mundo, y por el lugar de destino que nos toca recorrer en la dimensión-humana temporal, y en la dimensión sobrenatural. Si nos resistimos a aceptar como verdad, el sentido de la frase “el olvido que seremos”, entonces hay que plantearle otra verdad en oposición: el recuerdo que seremos. Ambas afirmaciones son discutibles, despiertan deliberaciones, exhiben aristas y peso específico que nos obligan a fondear argumentos en el análisis.

 

Es necesario tener en cuenta que el constructo verbal el olvido que seremos es un verso del poeta argentino Jorge Luis Borges, y el nombre de una novela del escritor colombiano Héctor Abad Facio Lince. La perspectiva hermenéutica conecta estos enunciados con el sentido de la vida y, por ende, con la cosmovisión que nos asiste cuando expresamos nuestro pensamiento sobre nosotros mismos y el mundo circundante. Al afirmar “el olvido que seremos”, estamos activando el espacio de lo humano y, en parte, lo perecedero que puede fundirse con la “nada”. Significa que la historicidad y trascendencia del ser humano termina con nuestra muerte física en el planeta y solo queda, si acaso, la esperanza de ser recordados por las generaciones venideras. Subyace en la estructura profunda de la frase una cruda visión existencialista de tipo sartriano, sugiriendo que la nada fatalmente es el porvenir del ser.   

 

Pero, si nos alegra el recuerdo que seremos, cambia el sabor del pensamiento. Y, desde luego, cambian también las coordenadas del pensar, porque se asume la plenitud de la trascendencia, pues al final no terminaremos siendo una simple tragantona de gusanos. ¿Cómo explicar mejor esta optimista declaración? Con la ayuda de la ciencia, la filosofía y la fe, resaltamos aquí la cosmovisión sobre el ser humano como ente, creatura y criatura. Como ente es un acontecimiento natural y trasnatural, con vocación sobrenatural, es decir, ultraterrena. Como ente, la existencia del ser humano es un producto cósmico, que no exclusivamente originado en el caos protoestelar. Como creaturas, metafísicamente representamos la ideación de un Creador. Nuestras partículas constitutivas del cuerpo, el alma y el espíritu, obedecen a un diseño divino, trascendental, el cual fue atrofiado, después, al desviarnos mediante el ejercicio irresponsable del don de la libertad. Como criaturas, alcanzamos el sagrado estatus y el derecho de ser hijos de Dios, toda vez que logremos admitir y aceptar Sus eternos designios, Su poderosa voluntad de amor en nuestro corazón. Contrario sensu, el derecho y el estatus se pierden cuando desechamos la inteligencia y abrazamos la autodestrucción.  

 

El recuerdo que seremos, más allá de simple entelequia, o narrativa fabulosa y supersticiosa, se perfila como fundamento de nuestra existencia natural, trasnatural (sociocultural) y sobrenatural, en tanto que implica una gran promesa. Para las personas de fe, el ser humano fue creado o diseñado con finalidades especiales sobre la faz del planeta que habitamos: amar su libertad, respetar y honrar a sus padres, actuar con amor de justicia, festejar y proteger la vida, evitar actos impuros y crecer mereciendo los bienes propios y respetando los ajenos. El cumplimiento de estos preceptos garantiza que no seremos el olvido de Dios; por el contrario, nos promete que la memoria del Creador se activa cada vez que nos amamos –en paz– los unos a los otros, como Él nos ha amado, desde toda eternidad.

 

No estamos perdidos, del todo, por la amenaza del olvido. Hay una bella apertura a la esperanza cimentada en el recuerdo que seremos.  Si somos hijos del Amor, el amor será el caldo de cultivo para nacer y crecer en una familia o un nicho de amor. Recordaremos a nuestros progenitores como una bendición y ellos nos recordarán como la bendición de ser hijos. Con el sello de hijos del amor, nuestros hermanos, primos, tíos y sobrinos nos recordarán con orgullo y regocijo. Igual ocurrirá con nuestros amigos y compañeros de estudio y de trabajo, con nuestros estudiantes, y con el vecindario local y universal que reciba nuestra porción de amor traducido en servicio político, educativo, espiritual, asistencial y comunitario.  

 

¿Qué lección de vida nos entrega el cumplimiento de la tesis, el recuerdo que seremos? Traslademos este ideal de esculpir memorias, a la esfera del trabajo. Consideremos las cosas desde el paradigma de los jefes que reproducen valores de liderazgos humanistas, libertarios, creativos, innovadores e inspiradores. Es seguro que J. Luis Giordano y Daniela Luque Díaz, puntuales y coherentes, nos refuerzan lo que estamos sustentado: 

   

                “Los jefes que recordamos nos permitieron crecer, nos abrieron    

                 puertas, nos guiaron con el ejemplo, nos reconocieron y premiaron,    

                 nos descubrieron como líderes, nos inspiraron para avanzar, nos 

                 defendieron cuando los necesitamos, nos dijeron que nuestro trabajo    

                 era importante, nos perdonaron cuando cometimos errores" Luis Guiordano   

 

Nos aferramos en creer que el ADN de Dios es un libro compuesto de páginas sin tiempo, donde viven escritas nuestras acciones amorosas. Es un libro rubricado por el Jefe, el Amigo, el liderazgo del Creador, el supremo administrador del Universo. La Razón trascendente nos invita a confiar en el recuerdo que seremos. No somos simples peregrinos, ni solitarias aves de paso. Somos protagonistas bendecidos en la memoria más resplandeciente, la de “el Eterno”.      

Cartagena de Indias, julio 2024


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