Fiestas novembrinas: SALDOS TRÁGICOS
(Hace 44 años publiqué este texto en mi radio-revista MUNDO EN MARCHA de radio Bahía de CARACOL. Hoy sale de nuevo a la luz porque tiene cierta vigencia).
La experiencia nos enseña que, año tras año, las fiestas de noviembre, en Cartagena de Indias, finalizan con resultados económicos favorables a los agentes del sector comercial. Sin embargo, son deplorables en los sectores de pobres recursos porque están expuestos a las inundaciones de sus barrios, a raíz de las lluvias invernales. Ha resultado infructuoso que las autoridades, tanto civiles como militares y eclesiásticas, puedan llevar a cabo planes de seguridad que disminuyen las calamitosas consecuencias. Al terminar las festividades, se recogen lamentables cifras de hechos que quedan grabados, como tenebrosas pesadillas, en la mente de muchos hogares cartageneros.
¿Cuántas familias, después de que el viaje sabrosón ha terminado, quedan sufriendo por causa del luto o de la desdicha que les sobrevino? Po ejemplo: el episodio desgraciado del padre, el del hijo, el del hermano, el del amigo querido, quienes perdieron la vida en inconcebibles y absurdas reyertas. O, en accidentes buscados a raíz de consumos exagerados de licores, y de ciertas drogas estupefacientes y alucinógenas. En fin, se confabula un montón de imprudentes comportamientos.
Muchos resultan contusos, otros desfigurados físicamente; aquellos, víctimas de robo, atraco y saqueo; éstos, asaltados en sus prendas personales en medio del excesivo empleo de la maicena, el alcohol y de la pólvora; también por el uso de la violencia desfogada como sucede entre los choques de "pandillas". Algunos jovencitos, en las fiestas, se valen de la ocasión, mediante raptos o prácticas irresponsables de la sexualidad para constituirse, de hecho, en marido y mujer. Después surge la frase de cajón: “El man se la sacó”, "la empreñó y se largó". Y a los nueve meses, esta otra: “nació varón”.
Una gran cantidad de jóvenes adolescentes se constituyen en sujetos pasivos de delitos sexuales, cuyos agentes son unos pervertidos y detestables personas que tienen claridad en su entendimiento sobre la ilicitud de sus actos: criminales que esperan el momento de la alegría de sus víctimas para llevar a cabo sus asquerosas fechorías. Surgen, de esta manera, violencias carnales, abusos deshonestos, incestos, y “la trata de blanca”. También se dan otras modalidades de delitos como la estafa, el célebre paquete chileno, el asalto a mano armada, el atraco, la extorsión, etc.
Los hospitales y clínicas de la urbe, que sin fiestas se han caracterizado por encontrarse siempre en crisis debido a la falta de recursos de toda índole, no son suficientes para albergar, desde la lectura del “bando” en adelante, heridos, golpeados, muertos y chamuscados. Y lo que es peor: en el terreno económico, numerosos trabajadores de la clase baja y media, luego del gozo fugaz, del derroche, de los buscapiés y del alcohol quedan con los bolsillos vacíos y con sus prendas empañadas.
Por otro lado, hay respetables ciudadanos, que, por lo general se abstienen, por precaución, de participar en cualquier acto de las fiestas. Algunos prefieren viajar al extranjero, a otra ciudad, o hacia algún pueblo cercano. Pero la gente sin escrúpulos, planifica asaltos, atracos u otros delitos contra la propiedad, para financiarse el regocijo. Todo esto, y mucho más, es lo que podríamos definir como “la fiesta por dentro y en su contorno negativo”, pues externamente, culturalmente, la celebración del once de noviembre convoca y constituye un majestuoso acontecimiento, por aquello de que nos refresca la memoria del significado de nuestra independencia. Este recuerdo, que es el lado positivo, se sigue echando de menos en su esencia.
Importante es no dejar de reflexionar sobre las implicaciones sociales, económicas y morales de este jolgorio de la comunidad cartagenera. Creemos que el regocijo popular es necesario, como sana oxigenación del espíritu de los seres humanos. Opinamos que, sí es necesario participar, pero con la debida dosis de autocontrol, para no degradar los actos que tengan que ver con la gesta novembrina.
Cada uno de los miembros de la sociedad, en el seno de la familia, debe contribuir con disciplina social, objetivo al que aspiran las autoridades de Cartagena. Los padres familia tienen que ser más celosos de sus propios movimientos, los de sus hijos y, sobre todo, de los menores de edad. Los gobernantes también tienen que poner mayor empeño para que se redoble la seguridad y se disminuyan los saldos trágicos. Recomendamos, especialmente, a los encargados de guardar el orden público, que deben abstenerse de ingerir licores. Asimismo, inspirar respeto y tratar amablemente al ciudadano, a los turistas que nos visitan, ejerciendo prudencia al tratar los conflictos y en el manejo de las armas. Y, en correspondencia, los que viven el jolgorio que respeten a los representantes de la ley.
Que las fiestas, de ahora en adelante, nos regalen bellos recuerdos que sirvan de estímulos para que esta recreación de los cartageneros reboce de tranquilidad y culmine en el marco de la paz. De lo contrario, la Navidad y el Año Nuevo podrían sorprendernos con hogares enlutados.
Cartagena, noviembre 5 de 1980.