LOS DESEOS NO EMPREÑAN
El siguiente texto editorial fue leído por el suscrito en la radio-revista Mundo en Marcha (Radio Bahía de Caracol, Cartagena de Indias), en 1980. Lo publico hoy aquí porque creo que su contenido histórico aún tiene bastante vigencia.
Cuando el poeta dice, oh, si pudiéramos esquivar caminos de guerra, oh, si pudiéramos darnos la paz en un parto son dolor… queda al descubierto que la paz, ese estado ideal de convivencia entre los hombres, puede ser posible lograrlo a través de un verdadero acto de revolución social y espiritual. No puede ser que sea absolutamente válido desear la paz, sólo mediante palabras, sin respaldar el verbo con acciones fundantes de cultura de paz.
Parir la paz supone que previamente la hemos engendrado. Y engendrar la paz indica que hemos creado las condiciones subjetivas y objetivas en un mundo regido por la justa realización de los derechos humanos. Y dentro de estos derechos, los fundamentales, como son: el derecho a la vida, al trabajo, al hogar, a la educación, la salud, la vivienda digna, servicios públicos eficientes, recreación, y la libertad de pensamiento o de conciencia.
Es obvio que, si estos derechos no rigen la vida social, queda bajo amenaza la existencia misma de la sociedad. Al perder la seguridad y la disciplina colectiva, se quiebra el amor a la vida, se deniega la calidad de vida, olvidándonos de lo que decía Alexis Carrel: “La calidad de la vida, vale más que la vida misma”. En total sumatoria, se turban los espíritus, se turba el orden público, devienen las explosiones sociales y se abren los caminos de la barbarie y de la confrontación fratricida. Consideremos, por vía de ilustración, la tragedia que vivimos hoy en nuestro suelo, representada por el fuego cruzado y fratricida entre los grupos insurgentes y las fuerzas armadas oficiales.
En Colombia, son muchos los ejemplos de actos indicativos de deseos de paz. El gobierno de Belisario Betancourt es campeón en pintar palomitas de paz, en lanzar leyendas de paz y en organizar banquetes de paz. En los colegios y universidades, en los estadios se escuchan ruidos y sonidos de paz. También, en las paredes, la palabra paz fue la protagonista y el signo revelador de deseos de paz. En el actual gobierno del doctor Virgilio Barco, los deseos de paz no han desaparecido. Las demostraciones públicas de amor a la paz no se han quedado en cero. La semana por los derechos humanos, la marcha por la paz, son evidencias de este deseo, hasta tal punto de que en el país ya no sabemos cuál es el día exacto y específico dedicado a exaltar el valor de la paz.
Y está bien que hablemos de paz. Un país, como el nuestro, asfixiado por atmósferas de violencia hay que empreñarlo de atmósferas culturales y espirituales de paz. Pero hay un pero inocultable; el gran pero que a diario nos interroga: ¿solo basta desear la paz y no implementar políticas tangibles, observables y medibles, en el campo de las reformas sociales, para quitarle motivos a la inconformidad social? Los pasos que se han dado para derrotar la pobreza absoluta no son del todo eficientes, ni suficientes.
Hay que redoblar o quintuplicar la inversión pública. Es urgente que la acción estatal llegue a los sectores socio económicos que sufren atiborrados de miserias. Casi siempre las palabras reflejan lo que abunda en la conciencia, pero hay que pasar del dicho al hecho. Las obras de paz son tareas impostergables.
En Colombia, hay millones y millones de deseos que se inspiran en la paz. No obstante, hemos demostrado que el simple deseo no engendra la paz. ¡Oh, si pudiéramos darnos la paz en un parto sin dolor! Se hace necesario que los ciudadanos emprendan liderazgos capaces de disolver el statu quo: la propuesta es cambiar para que todo se mueva. He aquí la importancia de superar el sometimiento a la idea escueta de evolución social. Hay que agitar la revolución social y espiritual, esto es, profundizando la democracia, para que el pueblo (y el pueblo somos todos, incluidos todos) transite caminos de vida digna, de convivencia pacífica y la certeza de la esperanza. Y veamos con los ojos bien abiertos: debemos evitar que los torpedeos anárquicos nos arrastren los sueños por senderos regresivos.