Adiós al Concurso Nacional de Belleza y, en general, adiós a todos los concursos de belleza en Colombia. No es posible que estemos a mediados de la segunda década del siglo XXI, y que aún se efectúen certámenes que son muestra de arraigado machismo, cuya única repercusión cultural es reforzar estándares de belleza clasistas y racistas.
El Concurso Nacional de Belleza nació en 1934, como un evento para congregar al país en el marco de la celebración de la independencia de Cartagena. 1934, cuando todavía faltaban veinte años para que las mujeres en Colombia tuvieran derecho al voto, una época en la que el destino de la mayoría de las mujeres de este país era el matrimonio o el convento y, en ambos casos, consagradas de manera vitalicia a los oficios domésticos. Es hora ya de ponerle fin a una práctica que nada tiene que ver las conquistas jurídicas, sociales y económicas que han logrado las mujeres hasta la fecha, en el camino hacia la equidad de género.
No es posible que sigamos viviendo en un país que por cuenta de estos concursos, demuestra una obsesión por la belleza de la mujer joven, esbelta, soltera y virgen, es decir, las “Señoritas”, y que a partir de ello desconoce y demerita a las mujeres que no encajan dentro de esas categorías.
Reconozcamos que es un tanto ridículo que, siguiendo el ejemplo del Concurso Nacional de Belleza, en cada rincón de este país, hasta para celebrar al más agreste de los cultivos, un grupo de mujeres se exhiba en traje de baño para que un jurado decida cuál es la más “chusca”, la más “buena”, las más “hembra” del ramillete. Aparte esa denominación de “reina”, ¿de dónde viene?, ¿en qué momento nos convencieron de que la panela, el ñame o la arracacha concedían título nobiliario?
Los concursos de belleza perpetúan la idea de que una mujer es sólo un objeto de contemplación cuyo valor radica en su capacidad para atraer miradas, es decir, su capacidad para ser objeto de deseo, al tiempo que su intelecto no importa o importa sólo para ser tema de burlas, cuando presa de los nervios, alguna de las candidatas responde en la sección de preguntas con algún disparate.
La belleza no es un talento, es un hecho biológico, entonces ¿por qué una competición para elegir a la “más” favorecida por esa casualidad genética? Sin descontar que hoy en día la belleza en estos certámenes, más que un hecho biológico, es un hecho quirúrgico y de retoque digital; entonces qué es lo que se premia, ¿la superficialidad, el inconformismo con el propio cuerpo, la obsesión por encajar en los estándares de belleza?
No es justo que haya departamentos, distritos o municipios, destinando recursos públicos para patrocinar la participación de una candidata al Concurso Nacional de Belleza. Además, hablando de presupuestos, es evidente que el del Reinado Nacional agoniza. Desde el año 2000 a esta parte hemos visto cómo el concurso se ha venido a menos; se nota en la talla de los artistas que interviene en las presentaciones musicales, en la celebración de los eventos previos a la noche de coronación fuera de Cartagena (porque Cartagena sale cara), y en el bajo rating de las teletransmisiones.
Que vivan las mujeres, que viva la belleza, pero que el valor de una mujer no se fundamente exclusivamente en su apariencia, eso es triste.
Así como sucedió con Micolta, el personaje de Sábados Felices que tuvo que retirarse a petición del público, por perpetuar estereotipos de discriminación racial, sería consecuente que también uniéramos voces para pedir que la de este año sea la última versión del Concurso Nacional de Belleza, y que de una vez cese la violencia de género que ejerce cada año.