De Centro Histórico a Centro Comercial del Olvido


Visitar el Centro Histórico es darme cuenta de que la ciudad que alguna vez conocí ya no existe. Yo, un cartagenero del siglo XX, veo cómo a toda velocidad, los lugares de mis nostalgias han sido reemplazados por un hotel, un restaurante o una tienda de marca. Una parte de mi historia en Cartagena ha sido borrada, al tiempo que la historia misma de la ciudad desaparece. Tramo a tramo el Centro Histórico de Cartagena se ha convertido en un monumento al olvido.

Duele y da rabia pensar que en apenas un par de años no habrá un solo rincón del Centro que cuente algo acerca de Cartagena o sus ciudadanos. Hoy en día hasta los museos se han convertido en restaurantes o espacios para eventos de farándula. ¿Cómo seguir llamándole Histórico a un Centro que ha borrado su propia memoria?

La ciudad a la que vienen los turistas no es Cartagena. El tal “Centro Histórico” no es más que un lugar sin identidad, un espacio genérico que queda en ninguna parte y cuyo único objetivo es lucir bien en las fotos. Un centro comercial para satisfacer a quienes vienen de afuera a pagar lo que sea por un plato de comida o una noche de hotel, con tal de tomarse esas fotos.

No estoy en contra del progreso de Cartagena, me gusta que la ciudad esté viva, se mueva, cambie, sin embargo, noto que en vez de convertirse en un mejor lugar para quienes nacieron en ella, se ha transformado en un reino de fachadas. En el Centro Histórico todo es mentira. Las luces y los colores fosforescentes de las casas parecieran indicar que todo está bien, que todo es lujo, que hemos progresado, cuando en realidad, su aspecto actual no es más que el resultado de un despiadado proceso de desplazamiento forzado. Los cartageneros fueron obligados a abandonar el Centro Histórico y con ellos se fue la verdadera vida de la ciudad, la identidad que alguna vez construimos en ese espacio. Nuestras rutinas fueron aniquiladas para favorecer la comodidad del extranjero, tanto del que viene de visita, como del que ahora es propietario y explotador de nuestras edificaciones, calles y plazas.

Con la declaratoria de patrimonio de la humanidad, los extranjeros se antojaron de Cartagena y vinieron aquí a adueñarse de ella. Y les resultó fácil porque nosotros no ofrecimos resistencia. Ellos aprovecharon la miseria para comprar nuestros hogares y convertirlos en sus negocios, hasta hacer del Centro Histórico lo que es hoy, un lugar donde los cartageneros no son bienvenidos y donde el único papel que juegan es el de la servidumbre.

Es como lo que sucede en el monumento de las botas viejas. En ninguna parte, ni siquiera en una placa diminuta, se hace referencia al poeta Luís Carlos López o a uno de los versos en los que se inspira la escultura. Las personas visitan ese lugar, se toman la foto y se van sin nada, sin la historia acerca de Cartagena que podría ofrecerles ese monumento. Lo mismo ocurre en Getsemaní, en La Boquilla, ocurrió en Chambacú. Lugares donde la estructura de Cartagena se restaura, se remodela, se “embellece”, expulsando a los nativos para dar paso a lugares que no cuentan nada y que convierten a la ciudad en la capital de ninguna parte, un espacio carente de humanidad, un escenario para el lujo ficticio que maquilla la inescrupulosa discriminación.

Si la vida del cartagenero ya no transcurre en el Centro Histórico, deberíamos cambiarle el nombre. Bautizarlo apropiadamente con algo como “El Centro Comercial del Olvido”. Y entonces deberíamos pedir que la Unesco revise la declaratoria de patrimonio histórico de la humanidad, que verifiquen si esa categoría todavía la merece un Centro que ya ni es histórico ni es humano. Quizá de esa manera, al devaluarse la estructura del Centro, nos lo devuelvan. Sería la única forma en la que podríamos tener un segundo chance de fundar nuestra ciudadanía allí, y que esas murallas, plazas, calles y casonas, cuenten de nuevo su memoria a través de la voz de quienes los construimos.


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