Hace poco se dieron a conocer los resultados de las pruebas del ICFES, Saber 11, en su versión 2014 para el calendario A. Las calificaciones para Bolívar y Cartagena no fueron satisfactorias. Según informe de la Ministra de Educación, a Bolívar se le clasificó, junto a Amazonas, Vaupés, Magdalena y Chocó, entre los departamentos con el más bajo rendimiento, al ubicar el menor número de estudiantes entre los primeros lugares (1 a 400). A Cartagena se le clasificó, junto a Manizales, Ibagué, Palmira, y Tuluá, entre las ciudades que desmejoraron su rendimiento con relación a promedios anteriores.
Estas bajas calificaciones, obviamente, no son la carta que mejor presente al estudiantado, las instituciones educativas y menos a las políticas implementadas por las entidades departamentales y distritales encargadas de la materia. Sin embargo, mi preocupación, más allá de los bajos resultados, que hablan de lo que los estudiantes le quedan a deber al colegio, se enfoca en el otro lado de la moneda, que creo es una deuda mayor: ¿Qué pasa con lo que el colegio le ha quedado debiendo a los estudiantes?
El sistema educativo en este país está hace varias décadas en mora de reinventarse, de manera que el colegio deje de ser un lugar considerado por la mayoría de quienes asisten, como un ambiente hostil, un requisito que se cumple por obligación o una pérdida de tiempo. En un mundo de avances tecnológicos vertiginosos donde crear para innovar es la punta, el sistema educativo nacional sigue atorado en una estructura de aprendizaje que privilegia la memoria y la capacidad de repetir una serie de datos.
De la memoria y la repetición son víctimas tanto profesores como estudiantes. A los profesores, por más amor que tengan a enseñar, luego de un par de años atenidos al mismo programa y a los mismos métodos, les resulta casi imposible no perder el entusiasmo por la materia que imparten, lo que se traslada al estudiantado que recibe las clases con aburrimiento. Las asignaturas más perjudicadas por la falta de entusiasmo son las ciencias exactas. Matemática, física y química suelen ser el terror de gran parte del estudiantado. Es común escuchar a jóvenes de 11 grado decir que estudiarán cualquier cosa que no implique números. Se elige carrera por descarte y no por convicción.
Otro de los errores de nuestro caduco sistema de educación es rezagar a los estudiantes que no se interesan o no se sienten intelectualmente retados ante esa forma de aprender basada en la memoria y la repetición; para ellos el sistema sólo tiene un calificativo: problemáticos.
Lo que el colegio le está debiendo a los estudiantes en este país es una educación fundada en el asombro y la creación personal. Un sistema que no exija que se repitan nombres de personajes o fechas de acontecimientos, sino que, en su lugar, ofrezca al estudiantado la libertad para recrear los contenidos a través de actos creativos. Lo anterior conllevaría a replantear la forma en que el ICFES califica el rendimiento de los estudiantes y la calidad de las instituciones educativas; ya no les pediría a todos que respondan de la misma manera, abandonaría la idea de aprendizaje estándar, lo que permitiría a los colegios enfocarse en estimular la inteligencia particular de cada estudiante y diversificar los métodos de enseñanza.
Según la última prueba PISA, Colombia ocupó el puesto 62 entre 65 países evaluados, es decir, estamos en el top 5 de los países con el peor nivel educativo. Un panorama desalentador que no cambiará mientras no se dé una renovación total en la manera de enseñar y aprender en Colombia. No son los estudiantes, es nuestro sistema educativo el que se raja.