Fe


La fe nunca había sido un tema central en mi vida, hasta hace poco. Crecí escuchando sobre ella, viendo cómo otros la abrazaban con fervor, incluso en situaciones duras dentro de mi familia sentí tenerla cerca, pero nunca la necesité con verdadera urgencia. Hasta que la vida me puso en una esquina sin respuestas, sin una salida clara.

Hay momentos en los que la vida se quiebra en un parpadeo, a pedazos, con eventos que poco a poco nos rompen. Esta vez la noticia llegó como un golpe seco. La enfermedad no pregunta, no avisa, simplemente irrumpe y te cambia todo. De pronto, el futuro se vuelve una interrogante gigante, y cada día se convierte en una batalla contra el miedo. En esas noches de insomnio, en los días donde el cuerpo no responde, donde la mente se llena de escenarios catastróficos, la fe fue lo único que me permitió sostenerme. No como un consuelo superficial, sino como una certeza silenciosa de que, aunque no entendiera todo, no estaba solo.

Jimmy Carter, expresidente de los Estados Unidos, nos dejó en su libro “Faith” que la fe no es la ausencia de dudas, sino la capacidad de seguir adelante a pesar de ellas. Me aferré a esa idea con la poca fuerza que tenía. Después de asumir la muerte de mi papá, me llené más de dudas que de certezas. Ahora no buscaba respuestas definitivas, sino una razón para no rendirme. Y la encontré en lo más simple: en la voz de los que me amaban, de la calidez de una mano sobre la mía, en la convicción de que, aunque el dolor estuviera ahí, no era lo único que existía.

Siempre pensé que la fe era para quienes buscaban respuestas. Pero me equivoqué. En los días más oscuros, no encontré respuestas, sino una compañía invisible, un hilo fino que me mantenía de pie. No era la certeza de que todo iba a salir bien, sino saber que, aún en el dolor, la vida seguía teniendo sentido. La fe me enseñó que no se trata de evitar el sufrimiento, sino de atravesarlo con la seguridad de que hay algo más allá de él. Este libro llegó a mis manos en el 2025, en un momento crítico. No cambió mi situación, pero me ayudó a verla con otra perspectiva. Me hizo entender que la fe no es sinónimo de soluciones inmediatas, sino de fortaleza para atravesar las dificultades con dignidad. 

Hoy miro hacia atrás y veo mi proceso como una cicatriz que me recuerda que soy frágil, pero con coraje. La fe no cambió mi destino, no eliminó las dificultades, pero me dio la fortaleza para seguir caminando cuando todo dentro de mí quería rendirse. La fe no es un refugio para los débiles, pues nos exige una fuerza silenciosa que en últimas nos sostiene en los momentos en que todo lo demás falla.

No sé si alguien puede aprender a tener fe. Pero sí sé dos cosas: la primera, que hay personas maravillosas que te acercan, con amor, paciencia y respeto, a conocer sobre lo que significa tener fe. Y la segunda, es que cuando la vida te empuja al borde, la fe aparece y sostiene.Y cuando lo hace, se convierte en el único asidero que realmente importa. 


 


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