Hoy 31 de diciembre, el calendario insiste en que debería ser un día de celebración. ¿Cómo se celebra cuando el corazón agobiado no encuentra consuelo en ninguna palabra? ¿Cómo brindo por un año nuevo que viene, si la esperanza de estos nuevos 365 días me sabe tan amarga?
Mi mesa tiene una silla vacía: la de mi papá, que falleció hace un par de semanas. Su ausencia me recuerda que empezaré un nuevo año de una forma muy dura: extrañando a alguien que no volveré a ver. Porque aunque todos me recuerdan lo importante de honrar su memoria siguiendo adelante con la vida misma, yo solo siento que quiero abrazarlo, tenerlo conmigo en mis brazos, darle un beso, y decirle que me hace una falta inmensa, y que intento avanzar sin él porque me toca, porque es una obligación que me da la vida.
Seguro ustedes también verán sillas vacías en sus casas. No importa si están vacías desde hace poco o mucho, esa ausencia, que parece dormir de a ratos, seguro se despierta hoy con más ímpetu que nunca. Esas sillas vacías, que son recordatorios implacables de lo que hemos perdido, hoy no resisten gratitud que las llene, ni humildad que las haga más llevaderas. Son lo que son: vacíos que nos obligan a seguir, cuando lo único que queremos es detenernos.
Esta noche mi cariño acompaña a cada lector que hoy recuerda a los que ya no están. También va para todos los que hoy pasarán la noche en hospitales, pidiéndole al año nuevo una oportunidad más para seguir vivos. Los abrazo con mucho amor, así como a sus familias. Ojalá el próximo año nos trate mejor.
Esta noche mi papá no estará. Tampoco su bendición de año nuevo. Alguien dirá que es momento de honrarlo, pero la verdad es que hoy lo único que siento es una ausencia que duele demasiado como para darle significado.
Feliz año nuevo para quienes pueden celebrar. Para los demás, que esta noche pase rápido.