La Boquilla en riesgo de retroceso


Por: Ivonne Elena Díaz García*

La Boquilla es una comunidad negra fundada hace más de 200 años por descendientes de esclavos y arrochelados durante la Colonia, quienes llegaban a atrapar mojarras, lebranches y róbalos en este lugar situado entre la abundancia ofrecida por la Ciénaga de la Virgen y el Mar Caribe. Desde entonces la pesca hace presencia activa en el poblamiento y la construcción identitaria de este territorio que hoy enfrenta uno de sus más grandes desafíos en materia de protección de derechos por cuenta de un fallo del Tribunal Administrativo de Bolívar que anuló el título colectivo otorgado en el año 2012, basándose en un argumento técnico sobre el carácter rural o urbano del corregimiento.

A la pesca, los boquilleros incorporaron el cultivo de especies acuáticas, en combinación con la agricultura, y como consecuencia de la alta contaminación sufrida por la Ciénaga de la Virgen por los proyectos viales y urbanísticos, la comunidad se ha visto avocada al turismo, del que participan a través de la venta de platos típicos, alquiler de carpas y paseos ecológicos. Sin embargo, la pesca sigue siendo el centro alrededor del cual se han tejido costumbres y representaciones sociales, económicas y culturales que dan vida a la historia común de su comunidad.

En esta actividad, los hombres realizan artesanalmente la faena y las mujeres promueven la comercialización del pescado en los mercados locales. Colectivamente construyeron diversas formas de preparación y conservación del pescado: fresco, frito, asado, ahumado, abierto estilo mariposa, salado y oreado. Para luego almacenarse en catabres y ser transportados por la playa hasta el barrio El Cabrero donde inicia su distribución y venta en los barrios de la ciudad. El sincretismo religioso está enlazado a esta actividad ancestral, la herencia africana combinada con los dogmas judeo-cristianos manifestada en el culto a la Virgen de la Candelaria influyeron para que en la comunidad adquiriera preponderancia la conmemoración de fiestas, ritos y creencias locales y celebren en el mes de junio a Juan Bautista, patrono de las Fiestas del Pescador.

Según el Laboratorio de Investigación e Innovación en Cultura y Desarrollo de la Universidad Tecnológica de Bolívar, que en un estudio de las comunidades rurales muestra el preocupante rezago en desarrollo humano y bienestar de La Boquilla, todos estos procesos económicos, sociales y religiosos tejidos alrededor de la pesca son considerados activos culturales, pues constituyen recursos materiales e inmateriales apropiados por la comunidad que fortalecen su identidad y se encuentran en la base de su autorreconocimiento como grupo étnico culturalmente diferenciado.

Como planteó hace varias décadas el investigador colombiano Jaime Arocha, los dominios territoriales de la población afrocolombiana se han negado sistemáticamente, lo que ha conllevado a ocultar su presencia demográfica, cultural e histórica. Por ello, el Estado no sólo está obligado a reconocer los derechos territoriales de las comunidades negras, sino a garantizar las condiciones para su protección. Para ello se creó la Ley 70 de 1993, mediante la cual se protegen sus derechos colectivos y ancestrales. A través de la figura del título colectivo, este instrumento reconoce, garantiza y protege la base del derecho al territorio, espacio que no sólo es físico, sino que representa el eje transversal a través del cual los miembros de la comunidad interactúan entre sí, con su medio y entorno.

Conforme a esta Ley, la comunidad de La Boquilla se organizó alrededor del Consejo Comunitario, lucharon durante un largo y arduo proceso de exigencia del derecho al territorio. Junto a la comunidad de San Basilio de Palenque, y de manos de la figura representativa de Barack Obama, se convirtieron en las primeras comunidades negras del Caribe colombiano en recibir el título colectivo que las legitima como una comunidad que tiene una tierra con características de ocupación ancestral, tradicional, continua e ininterrumpida.

Esta titulación ha significado para la comunidad la oportunidad de fortalecer el control de sus activos culturales, posibilitando su articulación con los derechos políticos, económicos, sociales y ambientales. De esta forma se ha acercado esta política de Estado a “las culturas vivas, al patrimonio inmaterial, desde la creencia de que los patrimonios material e inmaterial hacen parte de los mismos procesos históricos y sociales”, como lo describe el investigador Alberto Abello Vives en el libro Los Desterrados del Paraíso.

El pasado 20 de agosto se conoció el fallo del Tribunal Administrativo de Bolívar, que en primera instancia, ordenó la nulidad del título colectivo a la comunidad negra de La Boquilla. Esta decisión ha generado gran incertidumbre en los procesos de reconocimiento de derechos de las comunidades afrodescendientes del Caribe, pese a lo cual la comunidad continúa su lucha a través de la interposición de recursos, protesta ciudadana y expresiones culturales. Sin embargo, detrás de esta incertidumbre se asoman los fantasmas de la desigualdad, la destrucción de las redes de cooperación y la pérdida de las tradiciones, pues la titulación colectiva es el mecanismo de protección que tiene la comunidad para frenar la expansión inmobiliaria y turística que amenaza con acabar con lo que aún queda. Sin este instrumento la comunidad de La Boquilla queda desamparada, con gran riesgo de retroceder y desaparecer.

*Investigadora de Dejusticia.

Fotografía: El Universal

 


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