Pájaros de Verano y Somos Calentura
Con el reciente estreno del filme Somos Calentura, sumado al estreno de Pájaros de Verano en agosto, los espectadores colombianos pudieron ver el resultado de dos de los proyectos cinematográficos que ganaron el llamado “Estímulo Integral para la Producción y Promoción” que otorga el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) desde 2014.
Esta categoría fue creada con el objetivo de que los proyectos de largometraje elegidos recibieran un dinero del FDC –fondo que se alimenta principalmente de un cobro a la taquilla de las películas extranjeras– suficiente para cubrir las etapas de producción y posproducción, además de las actividades de mercadeo y publicidad. Así, de los casi 900 millones de pesos que se entregaban a los proyectos de largometraje ganadores sólo para la etapa de la producción, se pasó a otorgar 1.500 millones.
Los motivos expuestos de este cambio en las políticas de las convocatorias públicas del FDC –que otorga estímulos a todas las estancias de creación del cine colombiano bajo las directrices del Concejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía, CNACC– apuntaron a dos direcciones.
Por un lado, se evidenció que muchas de las películas nacionales se ahogaban financieramente antes de poder salir a la luz del público. Hasta ese momento, los premios otorgados a proyectos de largometraje cubrían sólo parte del proceso (los guiones, la producción, la posproducción), dejando las demás etapas a la suerte de que los productores consiguieran dinero de otras fuentes o que ganaran nuevamente las convocatorias en las otras categorías. Se creyó que un premio de esta naturaleza daría la “tranquilidad” necesaria a los productores para encarar todo el proceso de principio a fin, garantizando la continuidad creativa y un trabajo de promoción y publicidad adecuados, precisamente uno de los aspectos de los que adolecen las películas colombianas. Cada vez se entiende más en el ámbito del cine industrial en Colombia que los esfuerzos de promoción y mercadeo son tan importantes como la película misma y que de nada sirve realizar una excelente película si ésta no se promociona adecuadamente para atraer a un número considerable de espectadores.
Por otro lado, esta modificación en el esquema de las convocatorias provino de la preocupación del CNACC, Proimagenes y la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura por las bajas asistencias que mostraban las películas nacionales apoyadas por el FDC. Es un debate interesante porque siempre vale preguntarse que si estas entidades fueron creadas por la Ley de Cultura de 1997 y la Ley del Cine de 2003 bajo la necesidad de un cine nacional como herramienta de fomento a la cultura y a la preservación de la identidad nacional, por qué su preocupación es el éxito en taquilla de las películas apoyadas. Lo cierto es que las autoridades cinematográficas decidieron crear este nuevo estímulo “integral” para películas “con vocación de público”. Aunque no se especificó qué quiere decir esto, los premios se otorgaron a proyectos ambiciosos de directores reconocidos y empresas productoras con experiencia suficiente.
Por supuesto que el nuevo estímulo integral generó controversia en el sector audiovisual colombiano no sólo por el debate anteriormente mencionado, sino porque al otorgar más plata a un solo proyecto, se le quitó dinero a otras producciones. En resumen, se trató de darle más plata a menos proyectos con el objetivo de llevar más personas a las salas.
¿Hasta ahora cuál es el resultado de la política? Es muy temprano para saberlo porque sólo se han estrenado las dos películas mencionadas. Pero sí podemos hacer alguna reflexión sobre los resultados de éstas: por un lado la película y por el otro la respuesta del público.
Los dos filmes mencionados parecen estar teniendo comportamientos diferentes en salas. Mientras Pájaros de Verano superó los cuarenta mil espectadores en su primer fin de semana de exhibición (ya va superando los 600 mil espectadores, algo muy poco común para un filme nacional), Somos Calentura no pasó de los quince mil y todo parece indicar que se trata de un fracaso rotundo.
Ya se lee en los medios la rabia del director de esta última, Jorge Navas, porque luego de una semana de exhibición, Cine Colombia decidiera sacar la película de un buen número de salas (de las casi 70 que iniciaron, una cifra también poco común para una película colombiana) y la defensa de Cine Colombia que argumenta que si bien tenía muchas expectativas puestas en el éxito de la película (además de invertir directamente en la película, esta empresa es su distribuidora), el público simplemente no respondió.
El asunto de por qué el público colombiano no responde a las películas de su país –inclusive después de las nuevas legislaciones que sin duda dispararon la producción nacional– es de larga data y difícil diagnóstico. Por un lado, claro, está el eterno cuello de botella de la distribución/exhibición y las tendencias históricas del mercado cinematográfico en Colombia. Pero por otro lado, pareciera que son pocos los cineastas nacionales que le saben hablar a los espectadores colombianos, contarles historias que los interesen y emocionen poderosamente.
Teniendo en cuenta la especialidad de este bloguero, el guión cinematográfico, y que es precisamente la calidad narrativa de un guión la que marca el camino del éxito o del fracaso de una película, aporto mi granito de arena al debate actual con dos breves análisis de los guiones, sobre todo de sus problemas, de los dos filmes en cuestión.
Pájaros de Verano
La manera en que se establece y se desarrolla el conflicto hasta el final es mediante la sucesión de episodios separados por largas elipsis. Esta manera de contar –inevitable, si se quiere, cuando se trata de relatos que se desarrollan a través de los años– acarrea varios problemas, algunos de los cuales se manifiestan en esta película.
Uno de ellos es que varias veces son los diálogos los que cuentan y explican hechos dramáticos importantes que el espectador no ha visto. Esto quita participación del espectador en el drama pues está más concentrado en reconstruir el argumento que en acercarse emotivamente a los personajes.
Otro de los problemas de una narración episódica es que ciertos conflictos y situaciones dramáticas no se desarrollan, se esbozan apenas, pero sí implican consecuencias importantes en el relato. Es por ejemplo el caso del personaje de Leonidas, que de ser un niño malcriado pasa a ser un joven imbécil sin que el espectador tenga la información de cómo fue ese proceso, de por qué la abuela lo permitió, de cómo fue ese vínculo. Así, la situaciones que provocan las acciones de Leonidas pueden parecer forzadas o inverosímiles. Y justo son las que desencadenan la resolución de la historia, en la que el personaje supuestamente protagonista va perdiendo importancia y decisión dramática hasta quedar prácticamente inactivo y olvidado.
Estos problemas, a mi modo de ver, pudieron haberse evitado si la película hubiera dado más énfasis al desarrollo dramático que a la exposición continua de las costumbres wayú. Un ejemplo es la escena de la carrera de caballos en la que se muestra durante varios minutos una festividad llena de gente y pompa –una escena además muy costosa de filmar– pero el único hecho dramático de la escena que se engancha al desarrollo del conflicto de la historia es que Leonidas tiene un berrinche y la abuela se acerca a reprenderlo.
Somos Calentura
El conflicto que se establece al comienzo es algo débil. Si bien el relato inicia con el intento fallido de Harvey por emigrar de polizón a Estados Unidos, luego ese hecho parece no tener tanta importancia ni para él, ni para su esposa ni para sus amigos. Tanto, que se olvida rápido y se establece un nuevo plan para conseguir dinero: ganar el concurso de baile. Así, surgen preguntas: si existía esa posibilidad de ganar el concurso, que daba como premio 15 millones ¿por qué Harvey se fue de polizón? Si se propuso ganar el concurso, teniendo en cuenta que se trata de un muchacho bailarín que toda la vida estuvo alejado de la delincuencia ¿por qué acepta trabajar para Ribok?
De la misma manera sucede con los conflictos de los otros personajes. Se supone que están en medio de problemas muy difíciles pero éstos son banalizadas o no son desarrollados en profundidad. Así, la verosimilitud de algunas situaciones dramáticas no es sólida y la tensión dramática a lo largo del filme desaparece por momentos.
Parte de esos problemas dramáticos se manifiesta en la floja construcción de algunos personajes secundarios, especialmente el policía corrupto y la esposa de Harvey.
Por encima del grupo de protagonistas, destaca el personaje del malo, “Ribok”, que además es uno de los bailarines más destacados. Es interesante la construcción de este personaje que muestra esa contradicción de ser uno de los lugartenientes del gran capo de la ciudad al mismo tiempo que un bailarín extraordinario cuyo mayor deseo es ganar el concurso. Lamentablemente, la narración no profundiza en esa contradicción ni desarrolla dramáticamente todo lo que ésta puede significar.
Hay muchas y muy diferentes razones que influyen para que una película colombiana sea un éxito en taquilla. Algunas veces, es la mezcla de una agresiva campaña publicitaria en los más importantes medios de comunicación –que por lo general fueron también inversores del proyecto– con una historia cómica que repite esquemas, personajes y humor televisivo. Otras veces, se trata de la acertada conexión entre el cineasta con su público; el fruto de los esfuerzos de un narrador que interpreta su realidad social, el momento histórico y los conflictos de los personajes para construir una historia que no sólo divierte sino que les dice algo sobre ellos mismos, les habla al oído sobre su condición de seres humanos.
Soy de los que cree firmemente que es en la pericia de un guionista de escribir una buena película donde radica gran parte de la posibilidad de que ésta se comporte bien en salas y pueda llegar a un público masivo. Por eso mi empeño de iniciar allí, en la calidad de los guiones colombianos, el camino de búsqueda de las respuestas que expliquen la forma en que nuestros narradores audiovisuales se comunican con sus espectadores.