Por: Iliana Restrepo Hernández
La historia de una mujer burguesa de clase media del siglo XIX, sirve de pretexto a Gustave Flaubert para armar una intrincada madeja de amor, desamor, mentiras, pasiones, adulterios, enfermedad, dolor y muerte. Esa bella pero vacía mujer que es Emma Bovary, se encuentra atrapada entre las convenciones sociales de su época, producto de una sociedad burguesa y misógina, y sus encendidas ansías de libertad y bienestar económico.
Al leer Madame Bovary no pude sustraerme ni por un minuto al hecho de que era un hombre quien había concebido y dado voz a un personaje como Emma Bovary. No creo que ninguna mujer la hubiera creado de esa manera, ni que sus pensamientos hubiesen sido los mismos y por supuesto tampoco que las consecuencias de sus actos fueran los que crea Flaubert en la novela.
Estuve consciente de que el autor estaba detrás y muy manifiesto en algunas frases expresadas o pensadas por Emma. La personalidad concebida para Emma era bastante banal e irreflexiva y por lo tanto, no es creíble que contara con la capacidad para reflexiones tan profundas como las que transcribiré a continuación y que nunca creí que fueran de su cosecha. Por eso en algunos momentos, sentí la voz del autor, si bien no la del narrador. No en vano Flaubert dijo alguna vez: “Yo soy Emma Bovary”.
Por otro lado, ¿quién si no un hombre hubiese buscado un castigo como la prostitución y el suicidio para Emma Bovary, por haber osado buscar la libertad a través de lo único que tenía, su belleza?
“Ella deseaba un hijo; sería fuerte y moreno, le llamaría Jorge; y esta idea de tener un hijo varón era como la revancha esperada de todas sus impotencias pasadas. Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón, palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna conveniencia social que retiene.”
Es por este fragmento y muchos otros, que me aparto de la teoría de Mario Vargas Llosa en su Orgía perpetua, cuando sostiene que en Flaubert el autor no se siente presente. Una persona como Emma Bovary está aprisionada por su condición de mujer en esa sociedad en la que vive. Una sociedad que no permite a una mujer tomar sus propias decisiones, ni emprender sus propios caminos. Está atada a un matrimonio tedioso con un hombre bueno pero tonto, sin aspiraciones y poco interesante, quien además la mantiene amarrada a una vida mediocre. Es un hombre conforme con lo que tiene y no aspira a nada más.
Era impensable en una sociedad misógina que una mujer sola pudiese alcanzar lo que Emma quería: autonomía, conocer mundo, un amor apasionado acompañado de dinero y bienestar. Por eso sabía que la única manera de lograrlo era a través de la compañía de un hombre y esa situación la llevó a entregarse a personas equivocadas que no sólo la subvaloraron sino que la hicieron más infeliz.
A pesar de lo que se señala anteriormente, Emma se enamoraba profundamente de sus amantes y se entregaba a ellos con verdadera pasión; pero aunque no lo hacía deliberadamente, lo que andaba buscando era más que un simple romance. Lo que ella buscaba con delirio era libertad y ampliar como fuese su estrecho horizonte. Sus amantes eran el único camino, conocido y posible, que tenía para encontrar lo que anhelaba con tanto frenesí. Era autentica y también bastante simple; no era una mujer que premeditara sus acciones y ni siquiera lo hacía para elaborar sus mentiras y engaños. Estos se iban fraguando en la medida de la necesidad. Era una soñadora que atrapaba en el aire cualquier atisbo de libertad, lo atesoraba y luchaba por él con las armas que tenía y conocía.
Se dice que en la novela no hay juicios morales contra Emma y que tanto narrador como autor son absolutamente imparciales y les permiten a los personajes vivir a su libre albedrío. Si esto es así, entonces, ¿por qué tuve la permanente sensación de que el autor no iba a permitir que Emma se saliera con la suya? ¿No son la ruina de Emma y su consecuente prostitución y suicidio un final con intención moralizante? ¿No son su desesperación y posterior inmolación la consecuencia lógica, ante los ojos de una sociedad, que seguramente pensaba que debería sufrir por haber transgredido las reglas y las leyes sociales? Yo no creo, como afirman muchos, que simplemente este final es concebido para no terminar como muchas novelas de la época, con un final feliz, sino por el contrario, innovar y terminar con la tragedia sobreviniendo sobre un personaje tan amado y deseado, pero al mismo tiempo tan disoluto, como Emma Bovary.
Y aquí se vuelve a rebelar mi condición femenina cuando leo en diversos textos que Emma es un personaje que ha despertado el deseo y el amor en muchos lectores de todos los tiempos ¿qué lectores? La respuesta es obvia: hombres. Creo que para la gran mayoría de ellos, el castigo que impone Flaubert a su tan amado personaje, es justo y está de acuerdo con las leyes sociales imperantes frente al comportamiento de una mujer. En mi concepto Flaubert apela a un final moralista. Tal vez si Emma hubiese terminado feliz viviendo llena de dinero, viajes y buena vida, en concubinato con alguno de sus amantes y hubiese repudiado, como debió hacerlo, al tonto e insípido de su marido, el juicio que le entablaron a Flaubert en Francia por la novela hubiese prosperado. Puede ser que el hecho de que Emma de alguna manera haya sufrido un castigo, haya sido el atenuante que lo salvó de la condena de quienes pensaban que Flaubert había escrito una apología del adulterio femenino. ¡No señores, no hice apología! Podría haber dicho, defendiéndose, el gran Gustave: Emma recibió su merecido; terminó castigada de la manera más cruel y terrible sufriendo los horrores del envenenamiento con arsénico, que según se sabe y se hace evidente en la novela, es una de las muertes más dolorosas que existen.
Por otro lado, creo que en Madame Bovary, Flaubert utiliza la ironía para criticar el romanticismo y para plantear la relación entre la belleza y la corrupción y entre el destino y el libre albedrío. Emma se embarca por un camino considerado amoral, que no la conduce a la libertad y al amor, como era su deseo, sino a la ruina económica y a la insatisfacción a lo largo de toda la novela. Por la forma en que varios hombres se enamoran de ella, podemos deducir que es una mujer muy hermosa y deseable, pero al mismo tiempo vacía, carente de valores e incapaz de aceptar y valorar las realidades de su vida. Desde su infancia en un convento, leía novelas románticas y este recuerdo alimentaba su descontento con la vida ordinaria que llevaba. Sueña con las formas más puras e imposibles del amor y la riqueza, haciendo caso omiso de lo que se encuentra presente en el mundo real que la rodea. Cuando Flaubert dijo: "Madame Bovary soy yo", muchos estudiosos creyeron que se refería a una debilidad que compartía con su personaje para el romance, para los vuelos de la fantasía sentimental y melancólica. Pero Emma nunca reconoce que sus deseos no son razonables. Camina emocionalmente en contra de la sociedad que, desde su perspectiva, es quien impide que logre sus ambiciones.
Yo diría que el fracaso de Emma no es completamente suyo. Su personaje muestra las diversas formas en que las circunstancias, en lugar de su libre albedrío, determinan la posición de la mujer en el siglo XIX. Si Emma fuera tan rica como su amante, Rodolphe, por ejemplo, hubiese sido libre para disfrutar el estilo de vida que deseaba e imaginaba. Flaubert sugiere a veces que su descontento con la sociedad burguesa en la que vive, está justificado. Por ejemplo, el autor incluye detalles que ridiculizan los pomposos discursos de Homais o los toscos modales de Charles, el esposo de Emma, a la mesa. Estos detalles indican que la difícil situación de ella es emblemática de las dificultades de cualquier persona sensible atrapada en esa burguesía francesa.
La incapacidad de Emma para aceptar su situación y su intento por escapar a través del adulterio y el engaño manifiestan falta de principios, pero por sobre todo denotan una falta grave de carácter y de sinceridad para enfrentar la realidad. Esos errores provocan su ruina y en el proceso, causan daño a personas inocentes a su alrededor.
Su esposo Charles la ama a pesar de ser incapaz de reconocer el verdadero carácter de Emma, y ella, a cambio de este amor, lo engaña. Del mismo modo, Berthe, su hija, quien no es más que una niña inocente que necesita el amor y los cuidados de su madre recibe de Emma tan sólo frialdad. Berthe termina trabajando en una fábrica de algodón debido a los gastos egoístas de Emma y a su suicidio y también debido a la muerte de Charles como resultado de éste. Es la víctima inocente de toda la trama.
Podemos observar cómo la condición de ser mujer tiene un efecto aún mayor en el curso de la vida de Emma que su misma condición social. Ella es con frecuencia descrita como objeto del deseo de los hombres: su marido, Rodolphe, León, Justin e incluso, digo yo, de Flaubert mismo, ya que en toda la novela es esencialmente una descripción de cómo éste ve a Emma. ¿Qué hombre no sueña con una Emma Bovary como su amante?, pero he ahí la paradoja: ¿la desearían igual como su esposa? Seguramente la respuesta es un rotundo no.
Por otra parte, el poder que ejerce Emma sobre los hombres es únicamente sexual. Cerca del final de su vida, cuando está arruinada y busca desesperadamente dinero, tiene también que acudir a los hombres, y lo único que puede ofrecer a cambio para intentar persuadirlos es lo único que tiene: sexo. La prostitución de Emma es el resultado de sus gastos autodestructivos, pero el hecho de que, como mujer, no tenga otros medios para encontrar dinero, es el resultado de esa sociedad misógina en la que se mueve.
Veamos ahora quien es Charles Bovary, el abnegado esposo de Emma. Charles representa tanto a la sociedad burguesa, como a los rasgos de carácter que Emma detesta. Es incompetente, estúpido y poco imaginativo. En uno de los momentos más reveladores de la novela, Charles se ve en los ojos de Emma y considera que no es su alma, sino más bien su propia imagen, reflejada en miniatura. “En cama por la mañana, juntos sobre la almohada, él veía pasar la luz del sol por entre el vello de sus mejillas rubias medio tapadas por las orejeras subidas de su gorro. Vistos tan de cerca, sus ojos le parecían más grandes, sobre todo cuando abría varias veces sus párpados al despertarse; negros en la sombra y de un azul oscuro en plena luz, tenían como capas de colores sucesivos, que, siendo más oscuros en el fondo, iban tomándose claros hacia la superficie del esmalte. La mirada de Carlos se perdía en estas profundidades, y se veía en pequeño hasta los hombros con el pañuelo, que le cubría la cabeza y el cuello de la camisa entreabierto”.
La percepción de Charles de su propio reflejo no es narcisista, sino tan solo una sensación simple, directa, sin mediación de nociones románticas, pero también es la autoimagen empequeñecida que tiene de sí mismo. En ese momento demuestra su incapacidad para imaginar una versión idealizada del mundo o encontrar cualidades místicas en los aspectos físicos de éste. En cambio, ve la vida, de manera simple y primaria y no le interesa lo que pueda estar impregnado de romanticismo. A pesar de esto es el físico de Emma lo que le fascina. Cuando la narración se centra en su punto de vista, podemos ver todos los detalles de su vestido, su piel, su pelo... en cambio en lo que respecta a las aspiraciones y depresiones de Emma, Charles se encuentra totalmente perdido. Asiente y sonríe tontamente cuando ella sostiene con él, el mismo tipo de conversaciones que bien podría tener con su perro. Charles es demasiado estúpido para administrar su dinero y para ver a través de las mentiras evidentes y permanentes de Emma, y por si esto fuera poco también es un médico incompetente.
En el episodio cuando intenta curar la pierna de Rouault, nos enteramos de que “intentaba refrescar en su memoria todos los tipos de fractura que conocía”. Su operación al pie zambo de Hipólito, además de que no había sido su idea, resultó un completo fracaso. Charles demuestra aquí que es más que simplemente incompetente, es físicamente repulsivo, aunque es difícil saber a partir de las descripciones de Flaubert si es en realidad un hombre feo o si sólo aparece repugnante visto a través de los ojos de Emma.
A pesar de su carácter carente de imaginación, Charles es uno de los personajes con principios inamovibles y tal vez el personaje más sincero y coherente de la novela. Realmente ama a Emma incluso perdonándola cuando por fin reconoce sus infidelidades. Hace todo lo posible por salvarla cuando cae enferma, y le da el beneficio de la duda siempre que sus mentiras fracasan. Con una mente estrecha, humilde, libre de tentaciones y sin aspiraciones, Charles es exactamente lo opuesto a Emma Bovary. Mientras que ella posee belleza, sensibilidad e inteligencia, a pesar de sus ligerezas y su falta de reflexión y principios, Charles es un hombre que aunque tonto y aburrido, mantiene inalterable, todo el tiempo, su buen corazón.
El señor Homais no es un personaje central para la trama de Madame Bovary, pero es absolutamente necesario para crear la atmósfera. Es un hacedor de discursos pomposos, que versan sin cesar sobre técnicas y teorías médicas de las que realmente no sabe nada. Su presencia sirve, en parte, para aumentar la sensación de frustración de Emma con su vida. Flaubert refiere los discursos de Homais en su totalidad, y nos obliga a leerlos tal como Emma se ve obligada a escucharlos. Homais es también un hombre egoísta. Cuando los Bovary llegan por primera vez a Yonville, nos enteramos de que sus demostraciones de amistad con Charles son únicamente porque necesita que Charles se haga el de la vista gorda con sus prácticas médicas de dudosa reputación.
En la última frase del libro, después de que Emma y Charles han muerto, Homais es condecorado con una medalla que siempre ha soñado alcanzar.
“Desde la muerte de Bovary se han sucedido tres médicos en Yonville sin poder salir adelante, hasta tal punto el señor Homais les hizo la vida imposible. Hoy tiene una clientela enorme; la autoridad le considera y la opinión pública le protege. Acaban de concederle la cruz de honor.”
En cambio Charles -que amaba a su esposa tan profundamente como era capaz- y Emma -que anhelaba vivir una vida excepcional- son castigados. Gratificando a Homais, Flaubert no es que abogue por ese tipo de vida. En su lugar, lo que hace es que muestra un retrato realista de uno de los aspectos más decepcionantes del mundo: que a menudo, al mediocre y al egoísta le va mejor que a cualquiera de los que viven con pasión y tratan de ser excepcionales o a quienes viven con humildad y tratan a los demás con generosidad.
Hablemos ahora del entorno y de la credibilidad de los personajes y los acontecimientos de la novela. Al concebir el entorno, los personajes y los acontecimientos, de la novela estos siempre deben tener visos de realidad. No necesariamente de la realidad real que conocemos pero sí tienen que ser creíbles y hacer parte de esa otra realidad que es la novela. Es decir, por más fantástica que sea la historia, los hechos narrados deben ser verosímiles y coherentes. La creación de una novela es prácticamente un mundo paralelo al real, no un espejo sino una realidad salida de él, donde los elementos puedan ser reconocidos y validados, pero donde todo adquiera vida propia, sin que el lector se detenga a pensar, si los hechos son reales, o producto de la imaginación de un escritor.
Aquí está la verdadera maestría y habilidad de un buen escritor. Llevar a sus lectores a mundos posibles sin que estos se ajusten necesariamente a la realidad que conocemos como tal. En una novela se puede alterar el tiempo, jugar con las fechas, con los lugares, crear acontecimientos nuevos en lugares donde aparentemente no serían posibles. Pero repito, todo debe ser creíble, todo debe obedecer a un mundo que concuerde con el que se ha creado. Los acontecimientos de alguna manera deben ser necesarios para la credibilidad de la historia y para que la acción de los personajes o actantes sea válida. No debe haber nada postizo, todo debe fluir y permitir al lector sentirse cómodo en ese mundo que visita. Y digo cómodo no porque no lo incomoden de alguna manera algunas situaciones, digo cómodo refiriéndome a la comodidad que da la fluidez de un texto y los acontecimientos y personajes que se incluyen en él.
En Madame Bovary, toda la trama es creíble, exceptuando en mi opinión algunas reflexiones de Emma que, a mi juicio, no guardan proporción con la debilidad y banalidad del carácter del personaje, como ya lo mencioné. Apartando estas, el lector se puede meter en ella y vivir con Emma su vida, sus venturas y desventuras. Los lugares son tan bien descritos y con tal precisión que se siente el barro bajo los especiales y admirados botines de Emma o se ve y se huele el polvo sobre ellos. También se sienten el calor, el frío, los olores y los sabores, las texturas de las telas etc. etc. Pero sobre todo, sin que el narrador describa los sentimientos de los personajes se pueden deducir por sus comportamientos. Flaubert a diferencia de otros autores del llamado realismo, no describe el perfil psicológico de los personajes. Somos los lectores quienes debemos entenderlo y hacer nuestro propio perfil a partir de las acciones y reacciones de cada uno de ellos y frente a las situaciones a las que se ven enfrentados.
Esto en su tiempo fue una novedad. He elegido un fragmento que no sólo es de gran sensualidad y que ilustra lo que expreso, sino que creo, contribuirá a demostrar, como ningún otro, lo que Flaubert explicaba sobre la necesidad de utilizar la palabra precisa para escribir algo (le mot juste):
(…)Esta decepción se borraba rápidamente bajo una esperanza nueva, y Emma volvía más entusiasmada, más ávida. Se desvestía brutalmente arrancando la cinta delgada de su corsé, que silbaba alrededor de sus caderas como una culebra que se escurre. Iba de puntillas, descalza a mirar otra vez si la puerta estaba cerrada, después con un solo gesto dejaba caer juntos todos sus vestidos; y pálida, sin hablar, seria, se dejaba caer contra el pecho de su amante con un prolongado estremecimiento.
Sin embargo, había en su frente, cubierta de gotas de sudor frío en sus labios balbucientes, en sus pupilas extraviadas, en sus abrazos, algo extremado, vago y lúgubre, que a León le parecía deslizarse entre los dos sutilmente, como para separarlos (…).
En esa escena de Emma desvistiéndose brutalmente y arrancándose la cinta delgada del corsé que silbaba alrededor de sus caderas como una culebra que se escurre, utiliza la palabra culebra, yo diría que no en vano, ya que la culebra es el símbolo de la tentación por excelencia, el símbolo de la sensualidad y no sólo logra crear con esto una fotografía perfecta del momento, sino que además es casi un tráiler cinematográfico. Podemos literalmente oír silbar la cinta del corsé, podemos vivir la sensualidad y la suavidad de la cinta pasar por la piel de las caderas de Emma y se puede percibir sin ninguna duda el grado de excitación que esto les produce tanto a ella como a su amante cuando, sin transición alguna, deja caer todos sus vestidos; pero veamos cual es la palabra que utiliza Flaubert más adelante cuando ya están entrelazados y que “Sin embargo, había en su frente cubierta de gotas de sudor frío, en sus labios balbucientes, en sus pupilas extraviadas, en sus abrazos, algo extremado, vago y lúgubre, que a León le parecía deslizarse entre los dos sutilmente, como para separarlos”. En este momento vuelvo a intuir la cinta del corsé entre ellos, como una culebra deslizándose entre los dos pero ahora buscando separarlos… es algo así como que las palabras han sido utilizadas de tal manera que dicen lo que tienen que decir y retratan hasta el mínimo sentimiento y la mínima sensación.
Habría otros muchos fragmentos que ilustrarían con lujo de detalles esa habilidad que desarrolló Flaubert para utilizar la palabra adecuada y para economizar palabras tratando de decir más con menos, pero estoy segura de que este fragmento, ilustra perfectamente lo que eso significa.
Al final Emma es castigada por ella misma arrastrando a su hija y a su marido injustamente. Homais es premiado y la sociedad, continúa su celebración y sus juicios, sin importarle cómo reacciona o concibe cada ser humano lo que es su propia felicidad. La libertad está en el meollo del asunto. Emma no fue libre, su obligación con la sociedad en la que le tocó vivir, le impidió ser quien ella quiso ser: una mujer libre y feliz. Equivocó los métodos para conseguirlo y utilizó las herramientas y los caminos equivocados arrastrando a su paso seres inocentes que la amaban profundamente. Es esa escala de valores sociales que en algunas ocasiones coarta las libertades individuales e impiden la realización y la felicidad plena del ser humano.