Cuando pienso en Suramérica, pienso en dos continentes separados por un mar amazónico y por dos idiomas. De Brasil, el continente luso, creemos conocer mucho, pero sabemos poco: profusamente de su fútbol, bastante de su música, algo de su cine y casi nada de su literatura. A nivel literario, en Brasil hay un mundo por descubrir.
Dos puentes, cortos y fáciles de cruzar, que nos abren ese riquísimo universo literario brasilero son “El alienista” de Machado de Asís y “La muerte y la muerte de Quincas Berrido de Agua” de Jorge Amado. Dos cuentos largos o dos novelas cortas. Ambas obras siguen a las novelas con las cuales los autores rompen radicalmente con una fase creativa previa: Machado a los 41 años publica “Memorias Póstumas de Brás Cubas” que pone fin a su etapa romántica y Amado a los 46 años publica “Gabriela clavo y canela” con la que corta amarras con su etapa “mamerta”. Son escritores maduros, dueños de su estilo y de sus temas.
“El alienista” es la historia de un médico eminente, como debe ser todo médico, que quiere entender la locura humana y sanarla, como debe hacer todo médico: “La salud del alma es la ocupación más digna del médico”. Luego de someter a la población de Itaguaí, cercana a Río de Janeiro a un proceso científico, nuestro sabio concluye que el único alienado es él: “Tal cual. Simón Bacamarte encontró en sí mismo las características del perfecto desequilibrio mental y moral; le pareció que poseía la sagacidad, la paciencia, la perseverancia, la tolerancia, la veracidad, el vigor moral, la lealtad, todas las cualidades, en suma, que pueden constituir a un mentecato.”
Por otra parte, la historia de Quincas es la de un funcionario honorable de clase media que un día decide abandonar a su mujer y a su hija, dos víboras en su entender, para convertirse en el rey de los vagabundos de Salvador, Bahía. Muere lejos de su familia que intenta recuperarlo post mortem, pero sus amigos lo rescatan y lo llevan de farra por todo el puerto de Bahía. Embarcados para disfrutar de una cazuela de raya, los sorprende una tormenta que se lleva a Quincas a su segunda y definitiva muerte. Antes de que lo arrebate la ola, Quincas pronuncia, de acuerdo con Quiteria Ojo Asombrado, las palabras que lo eternizarán: "Que cada cual cuide de su entierro, imposibles no hay."
Juan Antonio Pizarro
Miembro del Club de Lectura de Ábaco