Por: Margarita Vásquez, integrante del Club de Lectura de Ábaco
El título es el del libro que cierra La trilogía de Nueva York de Paul Auster compuesta por tres textos distintos, Ciudad de Cristal, Fantasmas y esta que nos ocupa. Esta última parte está escrita en primera persona, cuyo narrador, de quién solo hasta el final del libro se deduce el nombre, es su protagonista principal. Él, como lo fue Auster en sus inicios, también es un escritor de revistas y periódicos.
La trama comienza cuando el protagonista recibe una carta de Sophy quién se identifica como la esposa de su mejor amigo de infancia: Fanshawe quien, al igual que el narrador y Auster, nació en 1947. En esta misiva le pide que le ayude a cumplir la promesa que le hizo a su esposo desaparecido hace más de 6 meses. Esta consiste en decidir si publicar o no su obra escrita, o destruirla. Le informa también que ya se le debe dar por muerto de acuerdo con la información que recibió del detective Quinn a quién contrató para buscarlo ya hace algunos meses.
El narrador acepta su misión, descubre la extensa obra que su amigo ha escrito y se enfrenta a una lucha interna contra su propio orgullo e insatisfacción porque su amigo sí logró crear la obra perfecta que él siempre ha soñado escribir. Él, un hombre honesto y correcto, publica todas sus obras con el nombre real de su autor y ¡oh sorpresa!, ha logrado convertirlo en un éxito literario, mucho más grande de lo que nunca imaginó.
La historia se torna enigmática cuando el narrador suplanta a su amigo y cubre las carencias que este había dejado. Empieza a vivir la vida de Fanshawe como si fuera la propia con su esposa Sophy, adopta a su hijo pequeño, disfruta de las amistades heredadas, viven de las ganancias que reciben de las publicaciones del otro y de algún modo se deja llevar por el éxtasis que le producen la fama, el público, la atención de los editores, la crítica, el reconocimiento y la seguridad de triunfar porque todos ellos en el fondo piensan que él, es el escritor y que sólo ha usado un seudónimo.
El narrador sabe y presiente que su amigo está vivo y como no quiere perder todo lo que está disfrutando, para conservarlo toma la decisión de que Fanshawe ¡tiene que morir! y sabe que la muerte tiene que ser real, no de papel. Arranca así una maratón de investigación sobre la vida de su amigo que resulta también ser la propia, porque a pesar de que no se veían hace muchos años, fueron amigos inseparables hasta la adolescencia.
Cree que observando y estudiando los pequeños detalles de su vida podrá encontrarlo. Acepta entonces un anticipo del editor para escribir la biografía de Fanshawe y con esta disculpa empieza a descubrir su propia infancia, sus recuerdos y hasta la relación con su madre. Se obsesiona de tal manera en su afán por investigar, que su matrimonio con Sophy se desmorona. Viaja a Francia, visita los sitios donde su amigo vivió y se reúne con sus conocidos. Inexplicablemente, todo se le hace muy familiar a pesar de que nunca ha estado allí y lentamente va perdiendo su norte, su objetivo inicial y allí es cuando la realidad se le escapa.
Asombrosamente un día se despierta y entra en un estado de euforia, de claridad. Recupera lo perdido, transcurren unos meses tranquilos con su familia, pero un hecho inesperado dispara las manías nuevamente al recibir una carta sin sellos, que oculta, porque sabe quién escribe y ahí vamos de nuevo. Regresamos al Punto de partida. Sólo al final encuentra una habitación cerrada. Sólo ve una boca que le susurra, y allí se desarrolla una conversación sobre sí mismo, tan ambivalente como los mismos protagonistas que no pueden distinguir la realidad de la fantasía.
La habitación cerrada termina con la última hoja del libro rojo, cuando llega el tren. La verdad revelada en sus páginas está guardada en lo más íntimo del ser y este drama continuará…
Continuará como todos los finales en los libros de Auster. El lector es quien debe completar la obra.
El libro maneja la dualidad, las superposiciones y dobleces de los personajes. Al final los personajes tienen que morir para que su doble pueda vivir, como también ocurre en otros libros de Auster.
Ahora, entremos en otro tema y hablemos de casualidades o ¿serán coincidencias?
En La habitación cerrada nace un nuevo personaje, Henry Dark. Nos recuerda a Henry como se llamaba el abuelo de Auster. Dark: oscuro, como un personaje en Fantasmas, la segunda parte de La trilogía: Negro, quien es escritor y termina convirtiéndose en investigador.
Nuestro personaje Fanshawe es también el título de un libro escrito por Nahtaniel Hawthorne publicado en 1828 con un personaje misterioso cuya esposa se llama Sophy Fanshawe, que es su esposa.
El personaje William Wilson es un relato corto de Edgar Allan Poe publicado en 1839 sobre personalidades dobles y así se llama también el personaje que inventa el investigador Daniel Quinn en La ciudad de cristal, primera parte de La Trilogía de Nueva York.
Allí se narra la infancia y juventud de William, y de un chico que se parece a él, nacido el mismo día que él y Auster, pero que en su comportamiento lo supera fácilmente; este personaje habla susurrando, además tiene su misma cara y al final este doble se marcha también, para aparecer después con la cara siempre cubierta. Finalmente debe morir para que su doble pueda existir, una trama que nos devuelve a La habitación cerrada.
Auster dice sobre sus obras que “surgen de las profundidades del subconsciente de un abismo al que no tengo acceso, anidan ocultas dentro de mí hasta que un día surgen y entonces las observo: ideas, personajes, palabras”
Llegué a Auster gracias al impulso del club de lectura de Ábaco, donde leímos primero El palacio de la luna y cerramos el ciclo Auster con La trilogía. Debo reconocer que me fue muy difícil leerla. Terminar la Trilogía fue una lectura que asumí más por el compromiso de presentar el tercer libro, que por el placer que nos deja el estar enganchados con su narrativa.
También debo aceptar que lo que más me apasionó, fue la investigación paralela que desarrollé sobre las manías bipolares que Paul Auster describe magistralmente cuando sus personajes alucinan y crean nuevos personajes tan reales para él como la misma realidad, su aislamiento, el abandono y la violencia hacia sí mismos, el ausentismo, la euforia, el desenfreno sexual, el incesto, la muerte, el suicidio… descripciones de sentimientos tan naturales y vívidos que también se relatan en los dos libros anteriores que conforman La trilogía, que permiten entrelazar los tres libros para volverlo uno y donde no existe un personaje implícito y otro explícito, todos coexisten, son inseparables y en ese juego de poder se confunden entre sí. ¿Quién es el real y quién es el inventado?