Leer en la era de Internet


“¡Dios mío! ¡Sólo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?”

Con esta frase, más que lapidaria, cierra Dostoievski su novela corta “Noches Blancas” publicada en 1848, un año que para los europeos de entonces representó lo mismo que para muchos de mis contemporáneos el año de 1968: un periodo lleno de agitación que fue el comienzo de importantes cambios a nivel de las sociedades. En el ‘68 del siglo pasado el mundo estaba bastante más comunicado de lo que lo estaba en el ‘48 del siglo XIX, pero no tanto como ahora cuando, para bien y para mal, vivimos en la era de Internet.

Aprendí a leer a fines de los años 50 del siglo XX gracias a mi madre que me introdujo al mundo de los libros de la mano de Luisa May Alcott: “Mujercitas” y “Hombrecitos”. A partir de allí he leído de todo, sin mucha pausa y con menos orden: desde Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía, que tal vez no dirán nada a las nuevas generaciones, lo que está bien, pues tampoco dijeron mucho a las anteriores y a algunos de los grandes de la literatura universal incluido el arriba mencionado Dostoievski.

Gracias a diversos sucesos, incluyendo la inmensa mayoría de las lecturas, mis momentos de bienaventuranza han sido numerosos a lo largo y ancho de la vida. Momentos que sin lugar a duda hubieran sido más enriquecedores, si por un lado, hubiera descubierto más temprano la delicia de pertenecer a un club de lectura y, si por otro, Internet hubiese llegado antes.

Leer es una conversación del lector con el libro que se desarrolla en privado, a veces con profundidad, pero en muchas ocasiones de manera superficial pasando rápido las páginas sin pensarlas demasiado. El pertenecer a un club de lectura, es abrir conversaciones con otros lectores, lo que obliga a cambiar la conversación original y para ello Internet lo facilita en una multiplicidad de sentidos.

Antes de leer “Noches Blancas” repasé a través de Internet la vida de Dostoievski (Moscú 1.821 – San Petersburgo 1.881), su pasado familiar incluyendo la muerte de su padre a manos de siervos descontentos con su autoritarismo, los ataques de epilepsia que empezaron después de la muerte del padre, sus estudios, su participación en la política, la condena a muerte perdonada en el último instante cuando vendado enfrentaba el pelotón de fusilamiento, el destierro a Siberia, sus amores y sus vicios, etc., entorno que facilitó mi diálogo con el libro. Metido en su lectura pude acceder, gracias a Internet, a cosas muy concretas que se encuentran en el texto como las siguientes:

  • Un resumen de la trama en Wikipedia: “Como en muchas de las obras del autor, la obra está narrada en primera persona por un narrador, sin nombre. El protagonista es el arquetipo del joven soñador y solitario e imagina constantemente su vejez solitaria. Durante uno de sus largos y cotidianos paseos por las calles de San Petersburgo se encuentra con una joven, Nástenka. Hasta entonces, éste nunca había hablado con mujeres y mucho menos se había enamorado, pero hay algo de ella que le hechiza. El relato está estructurado durante cuatro noches y una mañana.”
  • Fotos antiguas de la Perspectiva Nevski, una de las avenidas más bellas y famosas del mundo, donde se desarrolla la primera escena de la novela.
  • Conocer acerca del poeta Vasili Zhukovski (1.783 – 1.852) y su influencia dentro de la literatura y dentro de la política rusa.
  • Leer acerca de un personaje de novela llamado E. T. A. Hoffman (1.776 – 1.822), amigo de Goethe, que era abogado, escritor, dibujante, pintor, compositor y músico.
  • Saber que la ciudad donde nació Hoffman, Könisberg, ya no es alemana sino rusa y se llama Kaliningrad, capital del Oblast (departamento en ruso) del mismo nombre, un enclave separado de la Federación Rusa que limita con Polonia y con Lituania. Es un puerto vital para la Marina Rusa pues sus aguas no se congelan en el invierno como ocurre en sus demás puertos sobre el Mar Báltico.
  • Saber de Diana Vernon, Die, heroína de la novela de Sir Walter Scott (el mismo de “Ivanhoe”, otra gran lectura de mis comienzos) sobre Rob Roy, el héroe escoces de tantas batallas y de tantas películas.

Como pueden darse cuenta leer para mí ya no es lo mismo que antes, es mucho mejor. La conversación con el autor, con el libro y con mis contertulios ya no se limita al mundo que hay en un texto, sino que se amplía más allá a todo un universo: cada palabra adquiere importancia, con la ventaja de que Internet nos permite conocer de inmediato su significado cuando no hace parte (aún) de nuestro vocabulario; las calles y los parajes que recorren los personajes se pueden explorar como fueron antes y como son hoy; las reacciones que generó el libro en su momento las podemos leer en el acto con una buena búsqueda a través de Google, que también nos permite conocer las carátulas del libro en sus distintas ediciones, así como las versiones cinematográficas que se han realizado. En fin, las posibilidades son, si no infinitas, sí ilimitadas.

Pero la magia no para ahí, esas posibilidades abiertas por Internet se multiplican en las discusiones de un Club de Lectura como el que tenemos en Ábaco Libros, donde cada uno descubre a los demás sus propias emociones y sus propios hallazgos, enriqueciendo el acto de leer que no pierde el carácter de ser un rito sagrado muy personal.

 

  

Juan Antonio Pizarro / Miembro del Club de lectura de Ábaco


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