El Mandarinazo de la U (de Cartagena): volverá


Cualquier persona que frecuentara los alrededores de la Universidad de Cartagena conoció “El Mandarinazo de la U”, el puesto de jugos y comidas de Jair Martínez desde hace 20 años.  Por la pandemia sus propietarios incursionaron en los domicilios y redes sociales, pero tuvieron que cerrar temporalmente a falta de resultados. Esta es la historia.

Por: Liz Andrea Betancourt Ricardo, estudiante de comunicación social de la Universidad de Cartagena.

Liz Betancourt.

 Jair Martínez nació en 1980 en Tuchín, Córdoba. Anteriormente, Tuchín era un corregimiento, las personas no tenían otra opción que buscar trabajo en ciudades más desarrolladas, pues había escasez laboral. Por lo tanto, Jair se dirigió a Cartagena en busca de un mejor estilo de vida.

Llegó a la ciudad con tan solo 15 años. Su primer empleo fue en un café internet y una cafetería que se encontraba detrás del Hotel San Agustín, frente a la Universidad de Cartagena, donde sacaban copias, imprimían, vendían jugos, todo tipo de pasabocas y cerveza los fines de semana.  

Mientras Jair trabajaba en el café internet, “su compañero de lucha”, como él le llama a su hermano Jairo Martínez, vendía jugos en las calles del centro histórico. “Íbamos felices a casa con lo poco que ganábamos”, aseguró Jairo.

Todo comenzó cuando a “mi hermano Jairo le dio por visitarme un día a la cafetería. Le llamó mucho la atención el movimiento de estudiantes que se generaba por la Universidad, de ahí surgió la idea de montar nuestro propio negocio en ese mismo lugar”, dice Jair Martínez.

Cinco años después de haber llegado a Cartagena, en el 2000, empezaron a vender jugos de mandarina, solo con el recipiente donde estaba el jugo, sin ningún tipo de letrero, ni sillas, ni una sombrilla para esconderse del sol, o alguna mesa para los clientes.

Con el paso de los años el negocio fue creciendo gracias a los universitarios y trabajadores cercanos del sector. “El Mandarinazo de la U”, lo llamaron así cuando el negocio inició vendiendo jugos de mandarina, pero cuenta Jair que “después de un tiempo la mandarina subió mucho de precio y tuvimos que hacer el cambio por la naranja, como lo es actualmente. Pensamos en cambiarle el nombre, pero ya estaba registrado así en la cámara de comercio y había que hacer mucho papeleo, no teníamos tiempo para hacer ese cambio”.

A medida que fue pasando el tiempo empezaron a vender el patacón relleno, el más reconocido por su variedad de ingredientes. Luego, comenzaron a hacer más productos como los deditos, empanadas de pollo y trifásicas, las papas rellenas y las flautas de jamón y queso.

Un tiempo después los de espacio público llegaron al negocio. “Un día nos obligaron a desalojar el espacio porque aún no teníamos el negocio registrado en la Cámara de Comercio, pero los estudiantes de la UdC nos respaldaron, recogieron firmas para que el negocio se quedara en ese lugar. Los estudiantes nos aprecian mucho por el buen servicio que les brindamos. Hasta que días después ya ese espacio era nuestro”, afirma Jair.

Su emprendimiento crecía día a día, pero cada vez más necesitaban el doble de productos porque se vendía todo. Decidieron hacer un préstamo de seis millones de pesos en el banco Mundo Mujer, con el que compraron varios refrigeradores mucho más grandes para guardar los productos, sillas para el negocio, un carro con más funciones, una sombrilla más grande para brindar sombra y materiales para hacer los patacones, deditos, empanadas, papas y flautas.

“Actualmente no es tan complicado obtener los ingredientes para hacer los productos. Gracias a los refrigeradores, se pueden comprar por semana los 100 kilos de pechuga, cinco bultos de papa, todas las verduras, seis bultos de naranja e igualmente con todos los materiales necesarios que se guardan ahí mismo”, dice Jair.

A este negocio no solo pertenecen ellos dos, también los ayuda la esposa de Jair y sus hijas. Entre todos preparan lo que se vende diariamente. “Lo hacemos con una actitud muy positiva, sin pensar en el cansancio que nos deja todos los días. No recibo quejas de mis hijas ni de mi esposa. Todo se hace con amor y así conseguimos lo mejor en nuestro negocio”, expresa Jair con una gran sonrisa en su rostro.

La familia se despierta a las tres de la mañana a terminar de preparar los productos y freírlos, debido a que solo dejan el pollo y la carne sancochados con sal en la nevera, y al día siguiente le dan la sazón. Jair aprendió a hacer todos estos productos cuando fue contratado en la cafetería, debido a que le tocaba hacer todo lo que le pedían. Afirma Jair, “yo observaba a la señora Carlota como hacía cada uno de productos que se vendían, y ahí aprendí paso a paso para obtener algo delicioso y exquisito”. 

El Mandarinazo

Foto: El Universal. 

Gracias a este emprendimiento Jair y su hermano tienen casa propia, a sus hijos estudiando, todos los materiales de trabajo, lo necesario para vivir bien y poco a poco han ido pagando el préstamo que hicieron en ese tiempo. “Mi hija menor, Sofía, se encuentra en el bachillerato; y Tania, la mayor, se presentó en la Universidad de Cartagena. Gracias a Dios pasó y estudiará economía, lo que tanto ha querido estos años”, aseguró Jair.

Jair Martínez no tuvo la necesidad de terminar los estudios para tener su propio negocio. Sin embargo, hizo el bachillerato en el colegio La Milagrosa, ubicado en Getsemaní, y la primaria en Tuchín, Córdoba. Hubo mucho sacrificio para poder terminar la escuela, porque trabajaba en el día y a las seis de la tarde se iba a estudiar. “Nunca me rendía, solo pensaba en terminar el colegio y llegar a tener mi propio negocio, trabajando fuerte y dando lo mejor de mí, sin importar lo duro que fuera el día en el trabajo”, menciona Jair.

Emprender es una de las distintas formas en que las personas pueden salir adelante a través de la motivación y el talento, teniendo en cuenta las habilidades, la actitud y el esfuerzo para llegar al éxito. Así lo hicieron Jair y Jairo Martínez.


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