110 años de la muerte del aguerrido periodista costeño autor de “Un peregrino”
A Juan Coronel Galluzo hasta la posteridad le ha resultado difícil. Vivió escasos 36 años, pero dejó una estela que un siglo largo después de su partida seguimos apreciando.
Esta nota tiene un poco el mismo carácter tardío de la gratitud del General Rafael Reyes, cuando en condición de presidente le envió dinero a la madre de Juan Coronel, en Cartagena, pasado un tiempo de la muerte de este en Chile, según cuenta Aníbal Esquivia Vásquez.
En efecto, Color de Colombia publicó las “11 efemérides afrocolombianas de 2014”, olvidándolo.
Una omisión casi inexplicable si se tiene en cuenta que la más reciente edición (2008) de su obra autobiográfica “Un peregrino” fue realizada por esta institución, con introducción del académico estadounidense Laurence Prescott.
Pero aquí estamos, como el General Reyes, en la versión digital del diario de su ciudad colombiana, expresándole gratitud.
La vida de Juan Coronel fue la de alguien que se labró un destino elevado y azaroso en contra de las circunstancias que lo condenaban a vivir del trabajo manual, cuando él aspiraba a un trabajo intelectual.
Dejó la fábrica de fósforos para emplearse de tipógrafo y así vincularse al mundo de las ideas. Había nacido con talento para escribir y un espíritu rebelde.
Había nacido en Juan de Acosta, en 1868, y a los cuatro años su madre se radicaría con él y sus hermanos en Cartagena, donde se formaría y vendería su biblioteca para viajar a Venezuela, el comienzo de un peregrinaje que terminaría en Chile.
En Venezuela sufriría el duro honor del destierro por orden del Presidente, que no toleraba sus publicaciones.
Cuenta Esquivia que en Caracas “hacían mofas de la pobreza de sus ropas y de su tipo negroideo”, sin que dejaran de comentar sus ideas, que sacudían los cimientos de la sociedad.
Tuvo que partir. En Chile, al parecer, le fue mejor.
La Biblioteca virtual del Banco de la República reseña que “allí tuvo una agitada vida en el campo periodístico.
Sus colegas lo reconocían como “el escritor más fecundo que el trópico ha enviado a nuestro suelo y a la vez el orador más florido y ardoroso”.
Sin embargo, en Chile murió el 21 de julio de 1904. Así que estamos en los 110 años de su muerte.
Sirva esta nota para retener su nombre en nuestra memoria y como constancia de que es necesario recuperar y conocer más la obra de esta pluma rebelde del siglo XIX.
Las otras 11 efemérides afrocolombianas de 2014
La Fundación Color de Colombia invita a recordar en la memoria de los colombianos a estos personajes de la población negra que enaltecieron la cultura y la política de nuestro país, y a celebrar los 90 años del escritor Arnoldo Palacios:
Tres grandes poetas: Candelario Obeso, nacido en Mompox (165 años de su natalicio); Jorge Artel, cartagenero (20 años de su muerte) y Helcías Martán Góngora, caucano (30 años de su muerte).
Un novelista e intelectual: Manuel Zapata Olivella, cordobés (10 años de su muerte).
Dos ministros: Luis A. Robles, guajiro, el primer ministro negro de Colombia, en 1876 (165 años de su natalicio) y Adán Arriaga Andrade, chocoano, ministro del Trabajo de López Pumarejo (20 años de su muerte).
Un músico: Alejo Durán, cesarense, un grande del vallenato (25 años de su muerte)
Cuatro eximios líderes políticos: Diego Luis Córdoba, chocoano (50 años de su muerte); Natanael Díaz, caucano (50 años de su muerte); Néstor Urbano Tenorio, líder histórico de Buenaventura (un siglo de su natalicio); y Daniel Valois Arce, chocoano (25 años de su muerte).
Arnoldo Palacios: 90 años
Nacido en el Chocó en 1924, es considerado el “padre fundador de la novelística afrocolombiana”.
El autor de Las estrellas son negras (1949), La selva y la lluvia y del relato autobiográfico Buscando mi madredeDios se encuentra en Bogotá, proveniente de Francia, donde reside hace más de 50 años.
De acuerdo con la Biblioteca de la Literatura Afrocolombiana, editada por el Ministerio de Cultura, “Las estrellas son negras, traducida a varios idiomas, ha sido relativamente ignorada en el inventario crítico de la novela colombiana.
Palacios hace que el protagonista, Irra, hable desde el interior de su tragedia. En las veinticuatro horas que relata, lo que conmueve no es tanto la pobreza sino los estragos mentales que provoca.
La parquedad y la maestría de su narración objetiva la ubican en el centro del cambio que entonces se operaba en la escritura de novelas en Colombia.
in embargo, hoy es reconocida como un libro esencial para la literatura colombiana”.