Drogas: Verdades e Hipocresías


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Desde la última semana de mayo de este año en el Centro de Convenciones de Cartagena se instaló la XXXII Conferencia Internacional Para el Control de Drogas. Este evento ha llamado mi atención aunque no sé cómo han abordado el tema ni tampoco cómo han desarrollado la discusión.

Quiero abrir la presente reflexión (que es realmente una breve introducción) con una imagen que contiene ciertas tensiones (o relaciones) que me parecen propicias para hablar sobre las verdades e hipocresías en torno a las drogas, aunque sé que me voy a quedar corto.

Reteniendo la parte de “control de drogas” fue que se me ocurrió pensar escribir sobre este tema sin tener conocimiento sobre las políticas de control y cómo la fuerza pública realiza un procedimiento tal; sin embargo, creo que podría trasladar el asunto al campo social y cultural.

La primera hipocresía consiste en que la gran mayoría de personas sabe quiénes venden drogas, dónde las venden e incluso cómo ir a comprarla, y parece que esto no representara ningún problema.

Mi intención es hablar sobre la concepción que muchos ciudadanos manejan respecto a las drogas, específicamente a su consumo.

El tráfico de drogas es un problema que está ligado a la violencia, donde sea que haya droga hay sangre, terror, ambición de la mala, pandillas, vidas destruidas y jóvenes perdiendo sus energías. El consumo de estas sustancias, por desgracia, justifica y sostiene esta estructura de violencia que conocemos como narcotráfico (y este narcotráfico justifica y sostiene tanto a los paramilitares de derecha que aún existen como a las guerrillas de izquierda). Es por eso que sobre las discusiones de legalización sobre la marihuana se contempla la formación de un sistema de producción y distribución completamente diferente, regulado por el Estado con parámetros específicos, para evitar precisamente que la producción-distribución-consumo contribuya a la violencia.

Sin embargo, hay hipocresías más hirientes, más pequeñas pero que también causan mucho daño. Si los traficantes son criminales por ejercer una actividad que no sólo es ilegal sino que se sostiene sobre la producción de homicidios y extorciones, entonces, ¿qué son los consumidores que no tienen ni la más mínima intención de hacerle daño a nadie? Queramos o no, son cómplices. ¿Cómo debemos abordar la discusión sobre esta complicidad?

Por lo general, un consumidor se enfrenta consecuencias negativas en la vida social, pública y laboral, porque los hipócritas no estarán dispuestos a entender, sino a juzgar.

Por fuera del marco policivo y político, es decir, en el plano social y cultural, hemos aprendido, de algún modo, a convivir con la droga, ya sea ignorándola o consumiéndola. Consumir drogas no hace a nadie peor o mejor persona, simplemente es una experiencia de la vida que al igual que todas las experiencias de la vida de un ser humano, deberían servir para el crecimiento personal, dependiendo obviamente de las percepciones del individuo respecto al tema.

¿Cómo hemos aprendido a convivir con la droga, ya sea ignorándola o consumiéndola? La gran mayoría conocen a algún traqueto, algunos sólo sabemos quiénes son de cara o de nombre, pero hay ciudadanos que mantienen amistades con ellos, con los narcotraficantes. Algunos pensarán que los amigos de los narcotraficantes o tienen algo que ver con el negocio o consumen sus productos; no es ninguna sorpresa que varios de estos amigos sean de esos que ignoran la droga, que hasta la aborrecen y desprecian a quienes las consumen. No hay hipocresía más grande que juzgar y vituperar a una persona por haber consumido una droga y mantener una amistad con un narcotraficante, recibirlo en el espacio familiar y tratarlo como si se tratara de alguien digno de respeto. Es decir, al productor de droga, el que ordena asesinatos y extorciones se le coloca alfombra roja y se le sirve con cubiertos de oro mientras que a la persona que consume (porque tal vez ni siquiera sabe por qué o para qué lo hace) lo condenan moralmente como si fuera más criminal que el primer sujeto en cuestión.

Todos conocemos también a consumidores. Son centenares y miles de jóvenes que por razones personales y no necesariamente racionales, llegaron al mundo de las drogas para escapar de una realidad que los tenía inconformes, algunos por mera curiosidad y diversión, pero independientemente del motivo, debemos reconocer que estas personas son vituperados constantemente, atacados, apartados, rechazados, discriminados. Es entonces el momento de revelar una verdad: Una cosa es un consumidor y otra muy distinta es un vicioso-adicto. El consumidor es aquel que haciendo uso de su libertad y asumiendo toda su responsabilidad, decide consumir cierto producto, ya sea licor, drogas ilegales, drogas legales, etcétera. El vicioso-adicto es aquel que perdiendo su libertad y toda noción de responsabilidad se entrega desfasadamente a las sustancias que consume y se convierte en un agente dañino, no sólo para sí mismo, sino para los demás.

Esta distinción me parece clave para la reflexión que hoy nos atañe y que debería estar presente en las discusiones sobre legalización de algunas sustancias ilícitas, que entre otras cosas no debe entenderse como la búsqueda de adeptos, sino como un asunto necesario en la lucha contra el narcotráfico y la formación de una nueva propuesta educativa a nivel social. Muchos deberían quitarse los harapos religiosos y costumbristas respecto a las drogas para comprender que lo que la sociedad necesita no es restricción, persecución y censura, sino educación. ¿Cómo podemos plantear una educación para los consumidores y los adictos a las drogas, pero también para las personas que haciendo uso de su libertad y responsabilidad deciden no consumir, ni siquiera una vez? Porque este tema no sólo le corresponde a los consumidores y adictos, sino a aquellos que dicen no tener nada que ver con el tema, pero juzgan y lastiman a quienes, incluso por una etapa corta en sus vidas, han consumido dichas sustancias.

Vivimos en una sociedad que se pasa de prejuicios, pero que también es permisiva e hipócrita; una sociedad que no busca verificar su prejuicio para convertirlo en un juicio fundamentado, sino que a partir de la impertinencia de un prejuicio negativo forma un juicio mucho más nocivo. ¿De qué sirve una lucha contra el narcotráfico si no educamos tanto formal como informalmente a los jóvenes consumidores para que no se conviertan en adictos, y si tampoco educamos a las personas no-consumidoras? ¿De qué sirve todo ese discurso político y moralista sobre el rechazo a las drogas si luego recibimos a un narcotraficante en nuestras casas o si simplemente le consideramos amigo? El traficante, recordemos, no sólo es un simple productor y distribuidos de drogas, es a la vez un asesino y extorsionista, un criminal.

Con este texto quiero resaltar que las personas que por algún motivo llegaron a consumir una droga, también merecen respeto, porque las consecuencias del rechazo pueden ser la destrucción de una persona débil, de una persona que al haber sido consumidor y al enfrentarse al vituperio de los que se creen muy santos, terminan hundiéndose en la droga y convirtiéndose en adictos. Puedo decir esto porque he trabajado con niños y jóvenes drogadictos (jóvenes en riesgo) y sé que en vez de caerles con el peso de la ley, necesitan comprensión, apoyo y disciplina. Esa educación que he mencionado debe tener en cuenta la distinción entre consumidor y adicto, debe tener muy presente distintos conceptos de responsabilidad y libertad. No podemos prohibirle a nadie consumir algo determinado, sea droga o licor, pero sí podemos ayudarlos a no convertirse en adictos, y a los que ya han cruzado la delgada línea que divide al consumir del adicto, ayudarlos a salir de aquel estado de perdición, sólo si están dispuestos a cambiar.

Es cierto que la droga destruye, pero si queremos buscarle un origen a esa destrucción, podremos darnos cuenta que radica en el uso que la persona le de a la droga, porque no es lo mismo consumir diariamente cierta sustancia, a consumirla periódicamente (no estoy diciendo que debamos consumir drogas, solamente que aquellos que las consumen, deben aprender a controlarlas y sólo podrán llegar a suspenderlas por decisión propia). Tampoco podemos pensar que la persona que no consume drogas es esencialmente mejor que aquel que sí lo hace, esto no se trata de justificar una superioridad moral, se trata de abrir un diálogo para que permitamos que una cierta paz fluya en nuestra sociedad.

 

Este es un tema que no busca señalar personas. Esto debe servirnos como ejercicio para tomar un espejo y reflexionar sobre qué estamos haciendo como ciudadanos, como miembros de una comunidad, qué estamos haciendo por los demás y cómo desde nuestra cotidianidad podemos aportar para el desarrollo de una paz con comprensión y apoyo, para ayudar a otros a superar sus problemas. Porque el otro también es mi problema.   

 

*La foto ha sido de Google Imagenes*


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