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(Foto tomada por Juan Pablo Valderrama Pino en la Universidad de Antioquia, Colombia)
«Supongo que se han leído algún libro, ¿no? En el colegio les mandan libros todos los periodos para leer y además supongo también que en sus casas tendrán otros libros. Hagamos una cosa, hablemos de libros. ¿A alguno no le gusta leer?» –le pregunté a mis estudiantes de grado 9 en el Colegio Salesiano San Pedro Claver de Cartagena.
De hecho, había redactado y memorizado el fragmento anterior como parte de una estrategia para tratar de llegar a los jóvenes y ayudarlos a asimilar este asunto del amor por la lectura. Luego de la última pregunta vi a más de la mitad del salón levantar la mano, lo cual me pareció una situación más interesante. Si hablar de libros con gente que sabe, es decir, lectores asiduos, es algo enriquecedor; hablar de libros con gente que dice no gustar de la lectura, es doblemente enriquecedor. El reto consiste en sembrar de forma adecuada el interés en esa persona para que por su propia decisión explore un libro y tenga una experiencia genuina de la lectura.
«¿Qué pensarían si les digo que después de todos los años que llevan estudiando, todavía no saben leer?» –esta pregunta desató polémica, indignación por parte de unos y silencio atónito en otros. Después de un minuto de silencio en el que las miradas buscaban algún punto en el salón donde pudieran encontrar una forma de responder, un muchacho alzó la mano y dijo: «Por lo general leemos sin profundizar en la lectura»; luego, una niña pidió la palabra y añadió: «Creo que no sabemos leer no porque no sepamos qué palabras están escritas, sino que es muy difícil entender lo que quieren decir los libros».
Por un momento preguntémonos en qué consiste esa dificultad, ¿cómo es posible que después de tantos años estudiando, una persona pueda afirmar que no entiende lo que lee porque le parece muy difícil? ¿Es realmente una dificultad o más bien un desconocimiento sobre los libros? Sin embargo, decirle esto a un joven no generaría interés, al menos no todavía. La reflexión sobre la ignorancia respecto a los libros debería comenzar por preguntas como: «¿conozco algo que me guste en los libros? ¿Qué libros me podrían llamar la atención? ¿Por qué muchos de los libros que mandan a leer en el colegio no me gustan?».
Algunos estudiantes respondieron diciendo que no sentían tanta afinidad con los clásicos. Podríamos decir que sólo la ignorancia es tan necia como para desconocer la importancia de los clásicos, pero tal vez sería más interesante analizar el hecho de que con cada siglo, la distancia entre los clásicos y nosotros se hace más grande, por lo tanto el recorrido hacia los clásicos se hace más extenso. El punto a considerar aquí es el tipo de recorridos literarios que están haciendo los jóvenes. Como profesores, padres o cualquier persona que de algún modo tiene una relación formativa con niños y jóvenes, ¿alguna vez hemos pensado en la diferencia que hay entre exigir y motivar?
Hablando de libros con los jóvenes me di cuenta de que los autores que están leyendo por iniciativa propia son por completo desconocidos para mí, desconocidos en términos de la apreciación literaria entre los círculos de lectores más rigurosos, pero son los libros que les ofrecen algo con lo que conectarse. Partiendo de esta situación comencé a reflexionar sobre la forma en que podría trazar el camino para que ellos pudieran seguir el recorrido hacia un mundo literario amplio en sus formas, expresiones, líneas y dimensiones. Obligar a leer un libro por nota tendría como efecto altos índices de plagio porque la gran mayoría de estudiantes haría la lectura sólo por cumplir con el rendimiento que le exijan. Depende de cada formador, antes de exigir una lectura obligada, si lo que se quiere es incentivar el hábito de la lectura, orientar a los jóvenes, de acuerdo a sus realidades, por una serie de libros que les abrirán la posibilidad de tener experiencias literarias, pasajes que cambiarán sus vidas porque permite una exploración personal del pensamiento. Como formadores, ¿siempre mandamos a leer o leemos también con los jóvenes? En algunas culturas es tradición que alguien (por lo general el mayor del grupo) cuente historias a los más jóvenes; esto ha sucedido desde la tradición oral aunque también se dan casos de lecturas grupales. Leer en grupo (leerle a los estudiantes) podría generar un impacto diferente en los jóvenes que dicen despreciar la lectura; un impacto que podría cambiar la forma en que este tipo de personas comprende el fenómeno de la lectura.
¿De qué forma estamos mostrando los libros a los jóvenes? ¿Cómo convertir el salón de clases en un club de lectura constante donde todos participen? Estas son tan sólo dos de las tantas preguntas que deberíamos hacernos cada vez que queramos hablar de libros en un colegio.