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Para poder comprender el asunto de la crítica en la ciudad de Cartagena debemos aclarar en primera instancia que de algún modo seguimos siendo herederos ideológicos de un residuo de la idiosincrasia colonial. Nuestra clase gobernante y muchos miembros de la alta sociedad cartagenera, tienen tendencias de nobles, lo cual implica que, en primer lugar, llegan a considerar a todo aquel que no sea de su mismo estrato, como alguien inferior y contaminante; en segundo lugar, en diversos sentidos consideran a la mayoría de la población negra como vasallos maleducados; en tercer lugar, suelen ser absolutamente intolerantes a las críticas que se realicen en contra de ellos porque se consideran los mejores, ya sea por haber estudiado en los colegios y universidades más caras y elitistas de la ciudad, del país, e incluso en el exterior.
Desde hace mucho tiempo (tal vez desde el inicio), esa clase política gobernante se ha encargado de educar a la población cartagenera para mantenerla como un mendigo que espera con ansias cualquier migaja (así sea sucia) que se les ocurra arrojar, incluso de mala gana. Esto ha llevado a grandes sectores de la población (en su mayoría de estratos bajos) a venderse al mejor postor y defender los intereses corruptos de sus amos.
Ahora, para entrar en el tema que nos corresponde hoy, ¿qué pasa si critico a la administración distrital de Cartagena, al alcalde o algún otro funcionario público? El gobierno de Cartagena considera a los críticos como revoltosos, personas no-gratas, estorbos en sus propósitos y ya es una costumbre encontrar una manera de deshacerse de lo que ellos consideran como basura, ya sea desde ordenar amenazas de muerte, asesinatos, hasta cancelación de contrataciones y lo que coloquialmente llamamos cerrar puertas o patear la lonchera. Sin embargo, es precisamente ese acto de rebeldía discursiva la que puede llegar, en algún momento, a invertir los papeles. ¿Por qué la voluntad del pueblo debe ser sometida a los intereses económicos de ciertos políticos manipulados por narcotraficantes y otros personajes propios del marco de la ilegalidad? No es necesario teorizar mucho la situación para percatarse de que nuestra ciudad sufre de una inestabilidad social constante; los márgenes entre la opulencia y la pobreza, la educación y la ignorancia, el bienestar y la miseria, han sido muy delgados y hoy, aunque mantienen esa cercanía, parece que nos hubieran infectado de una espesa indiferencia y, sobre todas las cosas, falta de identidad.
No se trata de identidades étnicas, porque Cartagena no es sólo de blancos descendientes de criollos, sólo de libaneses, de árabes, de indígenas o sólo de afrodescendientes. No podemos construir una identidad cartagenera pretendiendo resaltar únicamente una de las etnias mencionadas (como aislándola del resto). Cartagena es una maraña de culturas y sociedades, por lo tanto, para pretender formar y practicar una identidad cartagenera sólida y estable, debemos involucrar todas las diferencias humanas.
A pesar de que aún se siga poniendo en práctica las acciones bélicas en contra de los ciudadanos que se atreven a criticar el orden establecido y a denunciar las irregularidades constantes de la administración distrital, es posible desarrollar un movimiento sólido integrado por ciudadanos que no sólo sean proactivos, sino que hagan uso de su intelecto, que sean críticos y propongan diversas posibles soluciones a las problemáticas, siempre abiertos al diálogo pacífico, lógico y argumentativo.
Es por eso que para poder ser crítico en Cartagena, no basta con llenarse de cojones, lo primero que hay que llenar es la cabeza de ideas en pro del bienestar común, público, de las diversas comunidades que integran nuestra ciudad, ideas fundamentadas que estén orientadas a acabar con la miseria y disminuir considerablemente la contaminación ambiental, llevando a la ciudad capital a asumir su rol de centro de influencia cultural, social, política y económica del resto del departamento de Bolívar.