Dije Martina y, acto seguido, la bandeja de noticias se borró. Comencé a escribir esta historia con antelación a los hechos que, justo ahora, narro y justo antes que Martina se marchara. Ahora siento que fue a tiempo, ahora entiendo que sazonar mi existencia fuera de la realidad y sus linderos sería un despropósito si me aventaban los años, y la poesía todavía no pagaba más que con las gracias.
Digo Martina y el cuerpo todavía se estremece. No planeé su llegada ni su salida, no atiborré en vano razones para amarla como tampoco las cuatro paredes donde,con tanto entusiasmo, la dibujé; ya no queda nada, mucho menos un recuerdo que abogue por mi tristeza. Yo mismo le empaqué sus vestidos y taburete, y la llevé cuesta abajo, lejos de mí. allá ella con su sonrisa de ingenua, con sus ojos de gato: Ella que no me perdonaba ser tan viejo y tan frágil; yo que no la soportaba un día más entre la puerilidad de tener que escribirle de amor y nada más. Nada más. Pero fui feliz, Emma, como dije que lo sería mientras estuvieras ausente, y aún lo soy, con mis reservas y sus inquietudes; no ha sido la ausencia un motivo para el quebranto y sí la poca sal que, de a ratos, le siento al mar cuando me remojo el cuerpo y me dejo estar en ese oleaje suave que nos corresponde por estas latitudes. El mundo comenzaba a deletrearse de vuelta, las guerras me circundaban, y todas eran iguales: mi pobre vecina con su complejo de policía queriendo asesinar a todos los perros, y otros más renombrados queriendo acabar con otros. Me sonrío cuando lo recuerdo;tanto miedo que masticó Javier contándome sobre los bombardeos en Siria, tanta ira que se desataba con las elecciones del país donde habito. Todo eso me enternecía, Emma, todo eso me enternece, ahora que lo leo con la frescura que viene después de la tristeza, con ese color pardo que le combina a la melancolía y que se me pinta de vez en cuanto cuando digo su nombre, y no está. Y su nombre no enuncia más que rechazo a mi entrega; y su entrega un cuenta gotas que no se abrió, y el tiempo hizo lo suyo, y la sal poca del mar fue supurando la ausencia, cerrando la herida.
Digo Martina, Emma, y suerte que no está para escribirla. Suerte que no está.
Tania del Pilar.
Ficción
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