De las cavilaciones sobre las alturas, en el sur.


Primero estuvo la montaña; la tierra apelotonada acercándose al cielo que, luego de distensiones y plancharse, se convierte en hábitat domable para el ser humano. De otra manera todo tránsito de necesidades fuera un original suplicio. Y en la realidad lo es, teniendo en cuenta que el cono sur está fraccionado y condicionado por lo atropellado de todo un sistema cordilleral que no se limita al circuito andino y de donde brota sin tregua las aguas más puras y deliciosas que pueda acceder el habitante de esta zona del mundo. Un verdadero manjar y no exagero, no palabreo ni chamuyo, no pituteo; declaro, confirmo, corroboro que es en el corazón de estas alturas donde el hombre atesora su fuente de vida. Seguramente el resto de los continentes cuentan o contaron con estas bondades, pero como aún no los recorro sólo puedo hablar con holgura de mi itinerario de viaje.

Han sido varias las oportunidades en las que he podido apreciar la geografía boliviana y concluir siempre, con algo de gracia, que llegaría a ser tan grande –o más- en extensión como perú o Colombia de  aplanarse las alturas a las que alcanza, allí, la cordillera de los andes. Seis mil pies de altura son lo bastante para sofocar el cerebro. No hay cuerpo, por lo menos humano, que pueda considerarse anaeróbico; lo que desvirtúa cualquier posibilidad de ciertas panorámicas desde las alturas a las que podamos aspirar sin una buena dosis de oxigeno asistiéndonos. Y esto no es más que un contratiempo menor para las empresas al explotar las bondades que atesoran nuestras montañas, todo listo para ataviarnos de comodidad y facilismo. Pobres ingleses, si la teoría del karma tiene algún asidero en su corazón, ellos cargarían con la destrucción discreta de varios ecosistemas así como genocidios y otros vejámenes perpetuados en el desierto; sin que les bastase despojar a Bolivia de su salida al mar, valiéndose de Chile, al mejor estilo de la United Fruit Company, masacrando familias enteras (ya ven que Gabito relataba realismo, mágico, pero realismo). Pero basta de victimizarnos, la culpa es de la historia y su cronología que ha preconizado la producción como estandarte del progreso, y con ello entronizando a los mismos en las cadenas; nosotros, siempre fieles proveedores de materias primas y maltratados consumidores de su resabiado estilo de vida.

Y es que, lejos de ser una imprecación, es una hojeada urgente que pareciéramos no haber hecho sobre lo que nos ha traído la historia que nos cuentan: Un bolívar inspirado en Napoleón, Una gran Colombia sin fundamento tras su liberación, un Chile lindo sin derecho a retroalimentaciones, una Bolivia aguerrida, un puerto Rico siempre sometido, una Cuba inspiradora resistiendo a la decadencia del sistema opositor al capital…un Cánada amable, ajeno y frio, un Estados unidos que no es de América…y una América en peligro. ¿Por qué siempre?

Ya que las montañas de Bolivia inspiran tanto respeto decidimos seguir conquistando cimas, más al sur, en la Patagonia. La caminata fue lo bastante menos fuerte que el valle sagrado pero no por eso menos hermosa. Hace falta estar allí, en una vegetación nada típica para una persona de mar-no océano, ¡mar!- y hacer realidad lo fantástico de los cuentos que relatan bosques con duendes, pájaros carpinteros; el paisaje imaginado por un niño, un cuento de esos, ideales para dormir, perfecto para el ensueño. 

Y es así, en búsqueda de esas escenas que se parezcan a las recreadas en la imaginación, que terminas caminando, como nosotros, lugares de indómita belleza;buscando el júbilo de la sorpresa en cada paso, el espíritu menguado se siente redimido y sigue caminando. Pese al cansancio y los dilemas shakesperianos, vale la pena toparse con la extensión en escala del lago Nahuel Huapi, el Moreno y todos los demás que adornan el lugar:Tú tan pequeño, valiéndote del Apu para poder verlos en toda su extensión; los abrazas en la imaginación, así la respiración esté de pacotilla, las pantorrillas pidan cambio; no importa, siempre hay algo más que te espera; más arriba, en la cima, hay un encuentro en el silencio con tu original, que no tendrá formato en el recuerdo; sólo un soplo, una sensación que recorre de los pies hasta las hebras con horquilla; Nos veo allí, cansados frente a los lagos, a sabiendas que el cerro coronado no es nada en comparación al Aconcagua, al Cotopaxi, el Imbabura, que no es nada pero es todo cuando te arrogas el placer de concluir.

Toda experiencia vivida es una cúspide conquistada. Vale la pena.

 “…Es el paisaje el estímulo y no fin en sí mismo al que nos vamos haciendo acreedores cuando el tránsito por la vida se convierte en su más plácida forma del movimiento…” Del Pilar, Tania. Íntimo. Ed. Apilaresluz. 2014.


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