Del Amaracá, tierra de inmortales, a la Cartagena en mil colores. Bienvenidos


Caminamos hacia un mundo sin fronteras y es menester decodificar los malestares del desarraigo; ese temor infundado por perder la intensidad tonal de una bandera y el desacuerdo en lo estético de lo desconocido como si en todos, ya de antemano, no estuviera configurada la suma de cada color. Ser Latino no es nada, ser hijos del mundo es  obligación de siempre, que se despierta cuando enfocas  -más allá de la charlatanería típica de la mochila- esa hermandad indiscutible con una cordillera que “nos parte al medio”, nos delimita y nos condensa. ¡Imagínese lo unidos que ya estamos en un lugar tan pequeño como Cartagena! Desde el macizo Colombiano hasta el Aconcagua, en esta Suramérica joven se gesta la naturaleza misma de nuestros rasgos y nuestra historia. Pero nadie pretende dar lecciones de geografía ni de moral, para eso préndase el televisor, si adolece aún de criterio propio y sensatez;  si quiere una versión más veraz vaya camine y (por favor, ¡propóngaselo!) no deje que se la inculquen. En esta primera publicación se trata de buscar ese punto de inflexión –que funcione como convergencia- para el ejercicio de apaciguar el aberrante afán de una humanidad que insiste creerse en  debacle, cuando la realidad sugiere que sólo estamos dando un giro en nuestra visión de la vida y la interpretación de la consciencia. Así, como alguna vez dio cabida Freud al inconsciente, toca ahora asumir que, quizás, todo es posible en el plano de lo consciente, también; lo humano tiende a ser cada vez más infinito si  se pone a darle vuelta al asunto. La ciencia se tambalea con más frecuencia  entre la mística y la formalidad, mientras los humanos volteamos la mirada más allá de los linderos impuestos. Quizás, y por fin, hacia nosotros mismos. Quizás, quizás, quizás.

Está comprobado que las plantas se desplazan; su caminar es imperceptible al ojo de lo cotidiano, pero pareciera lógico que busquen una manera de mantenerse en pie. Si lo anterior es aceptado como premisa también implica aceptar que las raíces -nuestras, todas- están desperdigadas  en este territorio, y con esta –premisa- configurar una nueva identidad, perdonándose  las semejanzas, aceptando también que todos incubamos el mismo mal, hasta que nos reencontremos. Necesitamos reescribir nuestras nostalgias, repasar la historia de nuestros barrios, desempolvar nuestras canciones de infancia; desenmarañar esa difícil relación entre el norte y los vecinos, que se mece entre la admiración y el resentimiento. Aceptar que la construcción de una nueva identidad- una que nos permita abrazar la evolución- implica el reconocimiento de la simbiosis que somos entre ancestros e invasores, entre sangre y mística; entre “vanguardia” y bastardeo. Inaugurar un nuevo mundo –no un 4to, ni un último - urge convivir con el sinfín de idiosincrasias coexistiendo en nuestra composición espiritual; todos, bailando sincrónicos, sin batallas ni victorias: Todos desplazándose, para mantenerse en pie, ramificados hasta lo incontable en pos de una inminente transformación. Veamos qué se puede hacer por la casa, esa Cartagena de infinita en colores.

¿Cómo es una reconciliación entre la imposición de occidente y lo ancestral, que apenas si podemos suponer, que habitó nuestro territorio? Y asumo como suposición porque toda reconstrucción de la cosmovisión de nuestros pueblos originarios en su totalidad, es una empresa titánica e imposible a estas alturas de la historia. Quedarán zonas de lo que hemos llamado América cuya conexión con la vida natural y engranaje hombre-entorno sólo serán  parte del polvo que se va con el olvido. Y una compilación de lo que queda sería, como opinión personal, morboso sumario del genocidio que tanto repudiamos. La misión es compleja, pero ahí me la cargo encima. Figuró desempolvar los indios que llevamos dentro, a ver qué dejaron sembrado en los genes.

Sin embargo, y pese a que el discurso lo sugiera, poco me interesa entrar en elevadas discusiones de rico contenido intelectual sobre los quehaceres del continente, ó recopilar en detalle lo que ha resultado luego de decantarse las independencias y toda esa fanfarria que le pertenece a la historia. Vamos a ser claros, que, para eso, mejor léase “las venas abiertas de América Latina” del Uruguayo Galeano; me dobla en edad y en sabiduría. Importa bien poco  si Bolívar escondió a San Martín, si Chile se cagó en Bolivia y Perú al tiempo y años más tarde a los argentos con las Malvinas, siempre en favor de los ingleses; si Estados unidos nos tiene de patio trasero, o si Paraguay hubiese sido otro, si sus vecinos no lo hubiesen hundido, aunque espero entrar en esos detalles para compartirselo, también. Lo cierto es que aprender a  respetarlos en contexto es la única consigna que se valida, y esto aplica también para la ineludible labor de desenmarañar el conflicto con los cocheros “chambaculeros”, la evacuación de venta ambulante del mítico Bazurto o la triste situación del árbol en la plaza de san diego (¡la noticia más dolorosa desde la distancia!) y, en sí, todos los flagelos grandes ó pequeños que aquejan a la fantástica heroica; al paisito, en general.

El mundo es una proyección del alma misma y esta es mía- a través de mi letra- que comparto mientras cavilo sin descanso, vagando por el continente como si cruzara de la castellana a los ejecutivos, del claustro de San Agustín –alma mater y refugio de tantos- a casa. Aquí se trata del relato a pulmón tecleado: Lo que he visto, a paso de paisaje, en complicidad con los compañeritos del Esmeralda, y ahora con el amor que me regaló Bolivia. Lo recordado, bien y malvivido, que siempre es bastante cuando se hace el ejercicio, cuando de volver a uno se trata.

Y lo que sueño, por supuesto.

Para que se haga una idea, una vez soñé que la cordialidad, en Cartagena, se quebraba y -por fin- nos hacíamos isleños. Esa mañana desperté sonriendo y no me importó la nata en el café.

Cierro esta extensa cavilación regalándole este sencillo pero sentido tema de un cantautor  chileno amigo. Tal vez lo traslade -como a mí- más cerca de lo propio. Hasta la próxima, si ha de ser.

 


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