—Pero no me vayas a asesinar —repetía el desconocido un poco entre risa y ansiedad mientras se quitaba el pantalón y alistaba la cama —no hay solución, mañana limpias mejor, ¿dejaste cargando el celular? ¡Esto no se me va a olvidar nunca!—
El olor a popó de perro perfumando el aire le recordaba a ella varias cosas mientras miraba de reojo al extraño dormir sin asomo de angustia: debía sacar unas nuevas copias de las llaves de su casa, no volvería a quedarse con la ropa húmeda después de un paseo en la montaña y -sobre todo- que, este momento, sería el inicio de una navidad que ella tampoco olvidaría
El frío capitalino en la madrugada a finales de noviembre suele ser terrible, igual, no tuvo otra opción que secarse las lágrimas adolescentes y acomodarse en el espacio que el buen desconocido había destinado para que durmieran ambas, ella y su cachorra.
Mientras el hombre dormía ella recordó viajes en otras otras circunstancias, ¿Qué era diferente en este momento, para qué había olvidado el único juego de llaves de su apartamento en un pueblo a más de dos horas en carro de la capital?
El desconocido dormía profundo y ella y su perra cayeron adormecidas por el cansancio y el olor a suavizante de las cobijas mezclado con el de popó de perro esparcido por toda la habitación.
Ya pronto amanecería, ella podría rescatar las llaves, darse un buen baño y servir pollito fresco a su animal. Por la cachorra, finalmente, había aceptado el paseo.
Se despertó escuchando al extraño hablar con quien, supuso, era su madre. Al parecer, la mujer al teléfono se iría de viaje.
-déjame un juego de llaves en portería, mamá, porfa, en serio.
De vez en cuando se encuentran en las calles del barrio y se saludan con algo de timidez.