Todo el mundo sabía que Álvaro José, el Joe Arroyo, comenzó a morir el día en que enterró a su hija Tania, y que lo luminoso de su creatividad -tan importante para la escena musical mundial- y lo fascinante de sus canciones estaba marcado por la sombra de sus debilidades y excesos.
En un paisaje sonoro impecable, Jhon Narvaez, cartagenero del barrio chino, lleva adelante el personaje del inolvidable centurión de la noche. El actor natural no escatima en esfuerzos al representarlo: se puede ver la sensibilidad y el sabor que siempre caracterizó al Joe incluso en el ocaso de su vida; la actuación muestra sin pudor el corazón sensible del cantante llamado a hablar de la belleza y a nombrar la esclavitud en una atmósfera de mucha intensidad. Habría que leer el libro en el cual está basado este largometraje, pero si hay algo cierto es que los pitos [instrumentos de viento] y el pregón de la mítica [canción] Rebelión hicieron más mella y educaron en libertad a más cartageneras y cartageneros que el himno de la ciudad: “¡No le pegue a la negra!” puede tener hoy en día todas las acepciones posibles en un mundo que cambia ante nuestros ojos, y sigue representando la herida por la que sangra nuestra extraña ciudad.
Pero esto no es una reseña. Es un sencillo homenaje al lado B del Joe: el hombre frágil que vivió a través de sus onomatopeyas y versos, el hijo sin padre en una ciudad de bastardos y bastardeo, el negro que añoraba ser libre eternizándose en el amor de su mujer y el animal desbocado en los malestares del sexo y tras las tarimas; el dolor irreparable de un padre y el bazuco, acaso como medicina o placebo.
Hay resignaciones que son sinos, como la sabiduría de Borges o el talento de hombres como el Joe, a quien todo se le puede endilgar y aun así sus canciones siguen siendo la banda sonora de glorias, sabrosuras y lamentos.
Pienso en los arreboles, el atardecer frente al mar y en las veces que, al dar vuelta mientras suena su canción, la gente que baila se ajusta más al cuerpo del otro. Hay sinos que son más grandes que hombres y mujeres, y hay seres como el Joe que solo se entregan a la vida, a secas. Nadie termina nunca de desentrañar lo que quiere decir ni nadie quiere terminar de nombrarse. Para eso la belleza de la música y su poesía: como un catalizador, una forma de renacer.
El día en que Álvaro José murió la ciudad se inundó de sus pregones como prueba de que supo llegarle a su gente. Y seguro fue la vez que más veces sonó Tania en las emisoras y en los reproductores de Cartagena de Indias.
Gracias, Joe. "Ningún artista puede ser una mascota"