La capital desde occidente. foto de archivo.

Taller de escritura: Todavía el zumbido, o cartas a Oscarito


¿Te imaginás, Oscarito? Un día desperté y a mi lado dormía. Cómo gritar si se suponía que vivía solo, cómo explicar que algo parecido a alguien que conocía se había instalado de repente una mañana en mi casa.
El problema vino con los días en un lugar pequeño. Si fuera como otros fantasmas que limpian su sangre frente a una chimenea mientras dan cuenta de su historia, pero no era este el caso de la literatura (1): se hacía de espaldas a una de las paredes y nada más, mientras tanto yo fingía cordura y compartía con su presencia las noches y sus días. Se suponía que para esa época nada debía ocuparme más que mi aplicación al doctorado, recoger frutos de la maestría, aspirar a algún puesto discreto en la Universidad y esperar una ceremonia con mis padres presentes; y eso sucedió, pero con ese ser instalado en mi casa.

Nadie supo a ciencia cierta, ni siquiera yo, qué me sucedía

Por voluntad o por lo que sea me sumí con esa presencia en sus preguntas y más de una vez sentí el aire faltarme, y cuando la situación fue lo bastante difícil como para sentir que enfermaba, decidí que era momento de desalojarle; que no podía ser tan condescendiente, que en mi casa sólo entraba yo, por lo pronto, y que quería que se fuera.

Me tomó días. Semanas, Oscarito.

Me pregunto si eso era normal mientras limpio las paredes y creo que no importa la respuesta si durante meses, luego de desalojarlo, solía mirar el rincón donde se hacía. 
Esta carta es un parte de supervivencia, quiero que no te preocupes, prefiero decirlo antes de seguir contándote; sentí tanto su dolor que pude ver el mío y rabié. A mi alrededor, como un animal contagiado de rabia y sin saber explicarme, traté de disimular, pero creo que lo notaron.

Tuve que repartir perdones y disculpas, algunos no respondieron y otros simplemente se marcharon. 
Ya tienes edad para leer esto, por eso también te lo cuento, por si algún día algo no comprendes, recuerda que el dolor pasa.

No sé si desistiré del doctorado, pero la casa está restaurada, no queda rastro del fantasma o lo-que-sea-que-conmigo-haya-vivido, escribo en paz de vuelta y leo, sobre todo logro leer.
No sé, supongo que te dejarán visitarme en algún momento, que habrás leído estas cartas y olvidado el zumbido.

Yo siempre estoy aquí, aunque en algún momento me mueva. Si es así, tendrás mi nueva dirección.

(1) El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde.

 

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