¿Cultura de muerte?


Al abrir cualquiera de los medios de comunicación, en formatos digitales o impresos, y mucho más si se trata de alguna de las aplicaciones de redes sociales, encontramos diariamente la presencia constante de la muerte por causas no naturales en espacios públicos y privados. 

Tenemos ajustes de cuentas, sicariatos, violencia de género, robos a mano armada, riñas alimentadas por el consumo exagerado de alcohol o sustancias psicoactivas, control territorial, disputa entre bandas, celos, maltrato infantil y otras múltiples variaciones para explicar el fin de la vida a manos de otro. Nos preocupamos por las políticas educativas en favor de la vida y de las políticas criminales para desestimular las prácticas delictivas, con resultados mediocres si se tiene en cuenta lo normal que se nos ha vuelto el paisaje de la muerte en nuestra ciudad. 

Si bien, en el concepto de la cultura subyace la existencia de principios compartidos moralmente valiosos porque han demostrado su utilidad para la solidez de las comunidades y las naciones, es preciso considerar que la cultura también puede analizarse con elementos descriptivos de carácter positivo, que partan de la realidad y no de los ideales por alcanzar. Si utilizamos este último criterio, pareciera que entre nosotros se ha venido instalando sutil y poderosamente una cultura de la muerte; así lo reflejan nuestras conversaciones en relación con el último caído: alguno siempre dirá que algo debía, estaba en el lugar equivocado o no se cuidó lo suficiente; o se propongan penas de muerte, escuadrones de justicia privada y manos duras frente a la delincuencia galopante o la falta de control del territorio por la fuerza pública.

Una vida truncada por otro es una pérdida de humanidad para la comunidad donde se experimenta. Siempre es el padre o la madre, el hijo, el amigo, el vecino, el compañero de estudios… es Juan o Manuela, Vicente o Alexandra: un nombre que es una historia de hilos entretejidos que se cortan y con ello se despedaza el territorio afectivo de la ciudad.

Los abogados y politólogos teorizamos sobre el monopolio en el uso de la fuerza por parte de autoridades legítima y democráticamente elegidas, bajo reglas de derecho construidas conforme a pactos constitucionales preestablecidos, como un elemento constitutivo de las instituciones estatales modernas. Algo está fracturado en nuestra postmodernidad que postea en redes sociales la última muerte filmada en directo luego de la receta de cocina o el bar que recomienda el “influencer”.

En México en 1982, la Unesco profirió una declaración que define la cultura como: los distintos rasgos espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad. Abarca las artes, el estilo de vida, los derechos humanos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. (…)” (www.unesco/org/es/culture/about/)

Los datos de la realidad nos demuestran que las muertes violentas son un rasgo característico de nuestra cultura de ciudad. Es una verdad que duele y necesita ser abordada para su transformación radical. 

Gloria Inés Yepes Madrid

Historia y Artes Ph.D. 


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