No soy una usuaria asidua de Transcaribe, pero si lo utilizo con regular frecuencia y por eso sé, que para usarlo es necesario prepararse: zapato cómodo, bolso adelante y con los cierres seguros.
El tránsito de Patio Portal en hora pico normalmente es organizado en largas filas donde los ciudadanos van a sus trabajos o estudio. Se dan cruzes en zig-zag, ya que no se usa por gran número de ciudadanos el puente peatonal. Es increíble observar que aún mujeres embarazadas o personas de edad avanzada, se saltan la plataforma. De las filas, se van trasladando hasta reventar el vehículo. En esta jornada los olores son frescos y variados, mezclados con las loncheras que llevan los almuerzos preparados con ajos y otras especies. Los que logran sentarse duermen siesta con los audífonos puestos.
Ya de regreso, en hora pico en Bodeguita, se hace un apiñajo de gentes. Allí nos aglutinamos, nos juntamos, nos mezclamos; perdemos individualidad. De tanto en tanto, mientras llegan las rutas, esa masa multicolores se va moviendo como la falange griega y te va acercando a la puerta de ingreso a los articulados. En medio de esa escena, hay encuentros de conocidos, uno que otro llamado de atención por querer “volarse la fila”. Una que otra queja por el retraso de las rutas y alguien de mas atrás que grita que si “no te vas a montar, quítate, y más de una vez: “¿donde está mi teléfono?”.
Cuando el momento se acerca, la noción de tiempo y espacio se dispersa. Entras en una ola grande y turbulenta. Sientes que tus pies no son tuyos. Que tus sentidos no te obedecen, sólo vas siendo arrastrado por la masa solida que te mueve en direcciones diversas. Se arma el griterío, sientes jalones, una que otra risa. Algunos te pisan, otros te bajan el zapato, otros empujan hasta que tienes la certeza de que ya no existe tu espacio personal. La meta es salir de ese amasise hacia el vehículo ya que, aunque quisieras devolverte, no podrías.
Y alcanzas un cupo. Con una suerte infinita tal vez te sientas y allí empieza la travesía. Ya con olores pesados; el maquillaje, el peinado y la energía ya no son los de la mañana. Timbran los teléfonos buscando respuestas de hora pico. Las conversaciones fluyen aún entre desconocidos. Algunos cuentan sus jornadas completas; otros escuchan a sus youtubers en tono alto. Se le grita al conductor “aguanta” cuando todavía hay personas tratando de salir en medio de la barahunda. En la medida que se avanza en estaciones, no se despeja, por el contrario, más se apretuja.
Y así transcurre el viaje, en medio de la asincronía de voces, colores y olores destacando el principal deseo que es el de llegar a casa en medio de la nobleza de un pueblo que resiste.
Elfa Luz Mejía Mercado