La mezcla de las diferencias


La película de Pixar,  Elementos da cuenta de algunos de los fenómenos que se presentan en muchas ciudades de nuestro país. En Ciudad Elemento conviven tierra, agua, aire y fuego. La arquitectura de la ciudad es desafiante. Urbanísticamente, está delimitada en cuatro localidades o distritos, dispuestos para que los elementos vivan bajo el esquema de una premisa básica: no deben mezclarse.

Cada elemento tiene sus territorio, sus dispensarios, sus entretenciones, un sistema de transporte y unos colores bien diferenciados, así que se observan casas con verdes terrazas del elemento tierra,  edificios con azules cascadas para el agua, residencias de color lila para aire y el distrito naranja y rojo que habitan los de fuego. Sin lugar a dudas, el elemento dominante de la ciudad es agua, que coexiste sin inconvenientes con tierra y aire. No ocurre igual con su “opuesto” el fuego, el cual parece ser el más aislado, pues los otros los miran con malos ojos y huyen de ellos por ser un elemento “peligroso”.

Si bien la ciudad, con su esquema social complejo, puede caracterizarse como una urbe diversa y multicultural, en la que conviven gentes de diferentes orígenes, con distintas costumbres, culturas y modos de estar en el mundo, sus códigos sociales configuran barreras invisibles que sectorizan a sus habitantes, de tal manera que si todos cumplen las reglas implícitas del respeto al otro, serán pocos los conflictos que se presentarán. 

Sin embargo, al no mezclarse, sus habitantes se pierden no solo de la posibilidad de conocerse entre sí, como es el caso de los protagonistas, sino también de todas las oportunidades de cooperar y construir a partir de sus diferencias, herramientas que les permitan superar las dificultades o necesidades de la ciudad y sus ciudadanos.

Esta bella y bien intencionada alegoría, trae a mi presente un fenómeno que se viene observando en Cartagena, delimitada no por distritos sino por estratos, en donde sus habitantes también cuentan con marcados sesgos: el jovial y espontáneo getsemanicense, el amigo parlero de Blas de Lezo, el bullero y vistoso Olayero o el pupysito de Bocagrande. 

Estas realidades han demarcado el derrotero de comunidades y académicos para establecer que hay dos Cartagena. Por los fenómenos que se vienen avizorando, esas dos Cartagena están cambiando de curso y ahora el estrato 5 y 6 que conforman algunos barrios como Manga, Bocagrande, Laguito, Castillogrande se han venido “tugurizando”. Fenómenos como el Airbnb, las escorrentías salobres, el descontrol de las ventas ambulantes y estacionarias, la congestión en la movilidad, entre otros, arriman a sus residentes a las orillas de los estratos 3, 4 o menos, estableciendo una nueva élite en el conglomerado residencial que ha derivado en la gentrificación urbana hacia los lados de Manzanillo del Mar, en donde se repite el fenómeno urbano ocurrido en la Boquilla.

En nuestro caso, tenemos dos grandes opciones: podemos seguir huyendo a estas “invasiones” y movimientos socioeconómicos hasta que se acabe la tierra y conquistemos el mar, los canales o el aire o, podemos atrevernos a juntarnos para construir ciudad hasta lograr equilibrar las tres, cuatro y cinco o más Cartagenas que existen, y tal como en la metrópolis de Elementos, trabajar por una armonía socioespacial en donde pueda conjugarse en todos los tiempos verbales el respeto por la dignidad de la diferencia. 

Elfa Luz Mejía Mercado

Directora LAB3C

labculturaciudadana@unicartagena.edu.co  


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