Quienes transitamos de manera continua por el Centro Histórico somos testigos de sus cambios: Uno de ellos es la desaparición o mutación de los establecimientos de comercio familiares, tales como El Farolito, Las Malvinas, la tienda del señor Támara en la Calle de la Universidad, Calzado Cozarelli en la Calle Estanco del Tabaco, la Barbería Ralf en la Calle del Arzobispado y las pequeñas tiendas del Barrio San Diego; en los mismos espacios se ha dado lugar a cafés, pastelerías, boutiques u hoteles que, por diversas circunstancias, entre ellas su alto costo, no permiten el encuentro de los habitantes permanentes, convirtiendo al Centro en un lugar que básicamente está siendo para experiencias de tránsito de foráneos, mientras que los cartageneros lo usamos solo para laborar en los establecimientos comerciales con atuendos que recrean la época colonial. Con esto, desaparece la conexión emotiva con la ciudad, volviéndose transaccional y superficial.
Estamos ante la silenciosa pero profunda coyuntura del desaparecimiento de los terceros lugares, que según el sociólogo Ray Oldenburg son aquellos espacios diferentes a la casa y al trabajo que permiten el encuentro ciudadano, significativo y espontaneo, para conversar, tomar un descanso, enterarse de la actualidad local y sentir que está viva nuestra memoria frente al otro.
Las Plazas de la Trinidad, la Proclamación, la Paz y la Torre del Reloj están hechas para compartir historias, celebrar festividades, vender productos y, en síntesis, observar nuestra vida. Pero ante el cambio de las dinámicas urbanas, que por diversas circunstancias han dado priorización al desarrollo comercial y turístico sobre el encuentro comunitario, incluyendo el alquiler (aprovechamiento) de espacios públicos, se han minimizado y erosionado los puntos de encuentro. El reemplazo ha estado en gran medida en los centros comerciales, que si bien ofrecen opciones de alimentación y esparcimiento, carecen de la autenticidad, neutralidad y accesibilidad que caracteriza a los terceros lugares.
Lo más preocupante del fenómeno es que no solo está sucediendo en el Centro Histórico; ya que las mismas dinámicas se observan en los barrios de la ciudad. Así lo demuestra el Diagnóstico de la Política Pública de Participación Ciudadana, adoptada por el CONPES Distrital 05 de 2023; en este trabajo de análisis se aplicó un instrumento consistente en un tablero, en donde los participantes de diferentes espacios respondían con pocas palabras al postulado “yo participo cuando…” De las más de 500 respuestas obtenidas llamó poderosamente la atención que las palabras más repetidas, en su orden, fueron “comunidad”, “barrio”, “oportunidad”, “construcción” y “desarrollo”.
Al analizar el concepto de comunidad se puede asimilar a unidad común, al contexto social donde todos percibimos que hacemos parte de uno y a la vez el uno somos todos; esto se produce en las dinámicas sociales presentes en los barrios, en donde la asistencia comunitaria teje lazos fuertes con hilos de esperanza pero que se repliega ante la desaparición de los terceros lugares, como por ejemplo, la tienda, el parque, la cafetería, la miscelánea, la barbería, la carnicería, la verdulería y otros más, que están en franco deterioro como espacios de encuentro y con ello se genera el resquebrajamiento del sentido de pertenecer.
Y es que al sentido de pertenecer no le hace bien la mutación o desaparición de los terceros lugares, porque esto tiene un impacto negativo en este sentimiento de valor de comunidad, generando fragmentación, ya que las personas se aíslan al no encontrar espacios accesibles, económicos y cómodos para el encuentro casual, disminuyendo con ello las interacciones con los vecinos. Con esto, poco a poco se va perdiendo la identidad local, ya que los terceros lugares son depositarios de la cultura y de la memoria común, la cual se fortalece con los relatos de cada encuentro.
Esta falta de interacción no suma al sentido de pertenecer, porque la comunidad deja de sentirse parte activa de la misma; sus voces no son escuchadas al no tener un lugar físico donde conectarse. Si estos espacios desaparecen, con ello también se va la facilidad y la confianza para organizarse y movilizarse en torno a intereses comunes.
Atendiendo al impulsor de avance la economía popular y emprendimiento, el Gobierno Distrital pudiera apostar a la incubación hasta su edad adulta de iniciativas económicas barriales en poblaciones “históricamente vulnerables” como anuncia el Plan de Desarrollo, con el apoyo a micro y pequeñas empresas en oficios diversos pero necesarios: ferreterías, peluquerías, papelerías, barberías, sastrerías, panaderías, pastelerías, etc. con identidad local, lo cual impulsaría la superación de brechas económicas y fortalecería el tejido social. En estos procesos es indispensable involucrar a los ciudadanos, no solo informando lo que se va a hacer sino también, preguntando la pertinencia de la inversión que piensa realizarse, como puntos de ancla de la democracia participativa, teniendo presente que la educación para el humano y por lo humano siempre será una gran inversión; de actos como estos depende que tengamos una gran ciudad, cada día más nuestra y para los nuestros, que desde sus fortalezas identitarias se hace también lugar de encuentros significativos para quienes nos visitan.
Elfa Luz Mejía Mercado
Laboratorio de Cultura Ciudadana-LAB3C