Hace aproximadamente un año, llovía en Cartagena y el agua, incontenible, desbordaba las cuencas y se tomaba las calles, las casas, los árboles, los autos… amenazaban sus raudales también con llevarse a los animales y a las personas. Al salir el sol, la ciudad quedaba impregnada con aires de desazón, de desastre…
Este año, la cadena de acontecimientos que componen la historia de infortunios hidrológicos de Cartagena se ha reproducido, como lo hizo también en 2022, y antes; y aunque todos padecemos directa o indirectamente las consecuencias de las lluvias que se precipitan cada cierto tiempo sobre la ciudad, son generalmente las personas en condición de vulnerabilidad económica y social las que resultan más afectadas: despojados de sus posesiones por las corrientes de agua, nuestros conciudadanos en muchos casos pierden sus hogares y, con ellos, las memorias de su vida en la ciudad…
Esa pérdida, intangible, en comparación con las pérdidas materiales que sufren las personas, es altamente significativa, porque las ciudades, como bien expresa Italo Calvino en Las ciudades invisibles, “son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje…”. Si las ciudades están compuestas por un entramado de seres, espacios, símbolos, memorias y aspiraciones que conforman un ecosistema multidimensional, cuando se pierden las memorias de sus habitantes o de las cosas que las constituyen –pues las cosas tienen alma, y “el ambiente es el alma de las cosas”, al decir de un heterónimo de Fernando Pessoa–, las costuras del tejido ciudadano comienzan a soltarse, y algunos de sus hilos se pierden para siempre.
Cuando pienso en esas pérdidas casi imperceptibles, no puedo evitar sentirme consternado, apabullado. Pienso entonces en los lazos que me unen a esta ciudad, en la que mis pasos –y tantos otros– han recorrido el laberinto del ayer incierto y el hoy distinto, en las sombras que se perderán más allá de las murallas cuando llegue el ocaso, en las historias que cuentan las voces de sus calles...
Cuando pienso en mi ciudad nativa, admiro el cariño que me inspira su rancio desaliño: un cariño que, en palabras del Tuerto López, se asemeja a “ese cariño que uno le tiene a sus zapatos viejos”. Creo que lo que me une a Cartagena, como afirmó Borges en un poema de su poemario El otro, el mismo dedicado a Buenos Aires, no es el amor sino el espanto… será por eso que la quiero tanto.
Camilo Andrés Sierra Pacheco
Aliado académico del Laboratorio de Cultura Ciudadana de Cartagena –LAB3C