Los ciudadanos nos organizamos para atender las necesidades colectivas. Esta capacidad de organización en redes y centros de servicios es una de las fortalezas que cimientan el éxito de las ciudades en cualquier lugar del planeta. Algunas urbes son más formales, otras más informales y hay algunas con una impronta muy diferencial donde la informalidad puede ser muy formal; siempre es la vida social que fluye y halla sus cauces de encuentro en la solución de problemas comunes.
¿Cómo nos movemos dentro de la urbe? Metros, trenes de cercanías, tranvías, transportes multimodales, góndolas, buses, estímulos a la peatonalidad o a las bicicletas, desestímulos a los vehículos de uso personal, plataformas digitales, fomento de centralidades para condensar en microcosmos la vida de las grandes ciudades, entre otras, son diversas alternativas que barajan los planificadores urbanos. Y entre todas esas formas planificadas siempre se cuela la creatividad de los ciudadanos, que define en la cotidianidad sus soluciones inmediatas.
Es aquí donde surgen estas iniciativas que con el paso de los meses (o de los años) se consolidan con sus reglas formales dentro de la informalidad. Es el caso de los colectivos en Cartagena de Indias: Manga-Centro, Crespo-Centro, Centro-Bomba del Amparo, Centro-Torices, etc. Todos tienen sus lugares de acopio, sus despachadores, sus afiliados, sus rutas, sus pasajeros fieles, sus conductores antiguos, sus camisetas de identificación, sus planillas, sus tarifas…
Antes de la pandemia del Covid-19 se realizó un mapeo colaborativo del transporte urbano en Cartagena de Indias, denominado Mapaton 2019, que fue auspiciado por el Banco Mundial, la Fundación Corona, Cartagena como Vamos y las Universidades del Rosario y Tecnológica de Bolívar. En ese momento se listaron 87 rutas de transporte en la ciudad y de ellas 30 eran rutas colectivas, es decir el 34,48% de las existentes. Poco después, fechado en 2020, el DATT elaboró un plan estratégico de control contra la ilegalidad en el transporte y allí identificó las modalidades del mototaxi, los taxis-colectivos y los piratas colectivos (estos últimos que parecieran un submundo dentro del mundo de la informalidad).
Siempre hay voces que dicen que todo se soluciona con una buena ley. Pero en este frente del transporte urbano nos hemos organizado a nuestra manera para cubrir un porcentaje alto de las necesidades diarias de movilidad de los ciudadanos, por fuera o en los márgenes de las leyes existentes. Habría que preguntarse si lo que podríamos denominar la autocomposición normativa de la informalidad, como respuesta constante de los ciudadanos a los problemas de la realidad, es ya una solución socialmente aceptada, mientras hacia afuera y sin mucha fe ni deseos todos decimos que se necesita regular de forma efectiva este desorden, y entre tanto seguimos un día tras otro esperando el turno para embarcarnos en el Colectivo Manga-Centro, que por módicos $3.500 pesitos nos deja en la esquina de nuestro compromiso en una de las oficinas públicas, que ahora consolidan los cambios de uso del suelo de esta isla antiguamente residencial.
Gloria Yepes
Historia y Artes Ph.D.