“Tal vez la brisa exista
solo para despeinar a los árboles”
Rómulo Bustos Aguirre
Son las dos de la tarde y veo a lo lejos cómo un árbol se mueve al son de la brisa: está bailando. Dirijo la mirada al que está a su lado y me asombro al contemplar la gracia de sus movimientos. En ese momento, recuerdo un poema de Rómulo Bustos que dice que “Dios creó las cuatro de la tarde / para que los árboles hablen con la brisa”. Quizá eso es lo que hacen estos árboles. Invadido por el deseo de experimentar lo que ellos, me acerco adonde están y me siento bajo su sombra. Allí escucho los rumores del viento entremezclado con las hojas, el canto de las aves y el sonido de los mangos que se estrellan contra el suelo…
Pienso entonces que los árboles son como oasis en medio del concreto que abunda en nuestras ciudades. Un árbol es un continente de vida y un espacio de encuentro entre lo humano y lo no humano. Su presencia es un recuerdo permanente de la interrelación que existe entre todos los seres que habitan el mundo. Las múltiples representaciones culturales construidas sobre ellos y las diversas dinámicas que se tejen en sus alrededores revelan su importancia en la trama existencial.
Decía Herman Hesse que los árboles son santuarios, pues quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. En ciudades como Cartagena, donde ha proliferado el desarraigo de la vegetación para la construcción de edificaciones y son escasas las zonas verdes y los árboles presentes en el espacio público, es vital que se promueva el cuidado de estos seres —que son ecosistemas en sí— desde la consciencia del lugar que les ocupa en la Tierra y sus funciones ecosistémicas, sociales y culturales.
Por eso, iniciativas como la adelantada en la Cátedra de Derecho Ambiental de la Universidad de Cartagena durante este semestre resultan valiosas para que los ciudadanos aprendamos a ver a los árboles, a escucharles y entender sobre ellos. Partiendo del hecho de que los árboles han proveído con sus ramas y sus frutos a muchos ciudadanos de sombra, alimento y solaz, tornándose en centros de acopio y encuentro ciudadano. La propuesta de trabajo de la Cátedra consistió en la documentación de las condiciones físicas de un árbol y las dinámicas socioespaciales tejidas a su alrededor.
Entre los árboles observados, se destacaron las ceibas, los cauchos, las bongas, los mangles, los tamarindos y los mamones en barrios como el Centro, el Socorro, Paraguay y Manga. La observación permitió identificar que los árboles desempeñan diferentes funciones sociales y ecológicas, entre las cuales se destaca la provisión de alimento y reposo para animales y humanos, especialmente en horas de la tarde; las actividades económicas que los circundan, como el embolado de zapatos, las ventas de jugos y frituras, y el estacionamiento de vehículos; y un consenso entre quienes están en frecuente interacción con ellos sobre la importancia de no hacerles daño.
Adicionalmente, en entrevistas con los visitantes que frecuentan sus proximidades, estos manifestaron la importancia de apropiarlos como lugares de todos. Aun así, se pudo evidenciar la poca presencia de las autoridades para velar por su integridad, de manera que algunos de ellos están descuidados, maltratados y desaseados.
En ese sentido, las dinámicas que se configuran en derredor de los árboles en la ciudad permiten que estos sean considerados oasis o reposaderos urbanos. Conservarlos implica, por tanto, cuidar sus condiciones ambientales, a partir de la consciencia de las raíces invisibles que nos unen a ellos, como bien expresa la poetisa argentina Viviana Paletta:
“Todo el que tiene cuerpo
tiene un árbol.
Y dos que se juntan, bosque”.
Juntémonos, pues, para cuidar la vida del bosque que habitamos.
Camilo Andrés Sierra Pacheco
Aliado Académico del Lab3C.