Tuve el honor de participar como speaker en el Smart City Expo, evento realizado finalizando octubre en nuestra bella Cartagena, con un formato de talla internacional. Escuchando las presentaciones de reconocidos expositores, la visión es clara: modernizar la logística, potenciar el turismo y usar la tecnología para enfrentar problemas urgentes como la inseguridad y la falta de transparencia, son esenciales para posicionar a una ciudad como inteligente. Sin embargo, en medio del brillo de las distintas exposiciones, una verdad de a puño debe destacarse: una Ciudad Inteligente solo tiene sentido si está habitada por Ciudadanos Inteligentes.
Las cámaras, los sensores y la digitalización de trámites son solo herramientas; el alma de la transformación radica en el capital humano. En una ciudad con históricas desigualdades y desafíos profundos en gobernanza, apostar únicamente por la infraestructura tecnológica es construir una fachada sin cimientos. El ciudadano inteligente cartagenero es el que debe apuntar al cierre de brechas, el que traduce los datos abiertos en control social y las apps de participación en acción comunitaria.
¿De qué sirve una plataforma para reportar fugas de agua, por ejemplo, si el ciudadano no está educado en su uso, o peor aún, si no confía en que su reporte tendrá una respuesta institucional, o existan altos índices de prácticas de conexión fraudulenta? Cartagena necesita fortalecer un ciudadano que no sea un mero consumidor de servicios digitales, sino un agente activo de cambio, lo que conlleva a continuar fortaleciendo su cultura cívica a la vez que se crea la plataforma digital, ya que más allá de enseñar a usar plataformas inteligentes, se trate de fomentar el pensamiento critico sobre los datos públicos, incluso los ya existentes, el uso de canales digitales para la rendición de cuentas y la vigilancia ciudadana.
En ese contexto, la tecnología debe ser un puente, no una barrera y esto significa garantizar que la población en todos sus estratos y zonas geográficas pueda acceder y entender los beneficios de la ciudad digital, cerrando la brecha de conocimiento y fomentando la confianza pública, lo que no solo fortalecería la inclusión, sino que redundaría en transparencia.
Así mismo, la ciudad inteligente no se planifica solo desde el escritorio, se requiere que se abran reales espacios para que el ciudadano informado y empoderado participe en el diseño de soluciones de movilidad, transparencia, sostenibilidad y seguridad que sean pertinentes a sus realidades, con verdadera co-creación urbana, aprendiendo especialmente a cuidar la infraestructura pública con su ecosistema de bienes comunes. Quien conoce las particularidades de su territorio es el ciudadano que lo habita.
El Smart Citizen ha de constituirse en el sensor más importante, ya que es la persona que utiliza la información y las herramientas digitales no solo para mejorar su calidad de vida individual, sino para transformar colectivamente la ciudad. Sin esta base sólida de ciudadanía consciente y participativa, los millones invertidos en tecnología serán solo retazos costosos sobre problemas estructurales. Entonces, bienvenida la Smart City, tomando de la mano, al Smart Citizen el cual debe ser fortalecido con inteligencia cívica para que la ciudad se convierta en un modelo de convivencia, equidad y desarrollo sostenible.
Elfa Luz Mejía Mercado
Laboratorio de Cultura Ciudadana- LAB3C.