La Plaza
No hubo nada más getsemanicense que la Plaza de la Trinidad. Con decepción digo hubo, porque ahora sentarme en la Plaza de la Trinidad, me hace sentir en cualquier lugar del mundo, menos en Getsemaní.
La Plaza de mi niñez y la de la gran mayoría de mis vecinos y ex vecinos (los que se han ido del barrio), a la que recuerdo cuando íbamos a sentarnos a “echar cuentos”, tirarnos del atrio de la iglesia o a treparnos sobre la cabeza de Pedro Romero cuando lo que había era un busto del héroe cubano, hoy ya no es ni sombra, ahora es todo menos esa plaza.
Ahora es antro, circo, tarima de eventos, matrimonios, hotel de paso de turistas ‘mochileros’, baño público, tertuliadero, restaurante de comidas rápidas, repito, con el pesar que todo esto me causa, es todo menos la Plaza que alguna vez fue el punto de encuentro de nosotros los getsemanicenses.
Cómo olvidar hace un par de meses cuando fui a sentarme un rato con mi hija a la Plaza, y un muchacho me pidió la banca donde me había sentado, porque él la estaba “reservando” para unos amigos que estaban próximos a llegar.
Cómo no sentir el coletazo de las injusticias de la vida, al pensar que todos estos que hoy se creen dueños y señor de los espacios de mi barrio (y lastimosamente no siempre haciendo el mejor de los usos), ayer seguramente eran de aquellos que no bajaban a Getsemaní de barrio de “salseros y viciosos”, como una vez alguien me dijo.
Cómo olvidar también aquella madrugada de domingo, 3:00 a.m., cuando caminaba con unos amigos del barrio justo por la calle que me vio crecer, saliendo de la plaza, cuando se nos acerca un sujeto, en un estado no muy normal, y nos dice alarmado que cuidado nos atracan, advirtiendo además que esa calle (mi calle, donde todavía viven mi familia, mis amigos, donde nos sentamos en la puerta con toda tranquilidad), era muy peligrosa, que cuidado nos atracaban.
Por instantes tuve la sensación de que no estaba donde creía estar. De que mi mundo llamado Getsemaní, donde me siento más protegida y segura que en ningún lugar de la tierra, se esfumaba.
Hoy añoro como nunca aquellos años en que Getsemaní no era el barrio de moda, en el que todos envidiaban vivir. Me quedo con los años cuando era motivo de risas y de burlas, decir que vivías por la calle de la Media Luna o por El Pedregal, donde paradójicamente ahora todos quieren a rumbear, comer o sentarse los fines de semana.
Todavía recuerdo, en aquellos años del Getsemaní no tan cotizado, los eventos del grupo juvenil en la Plaza y sus magistrales montajes de ‘Pedro Navaja’ y ‘Simón el Gran Varón’, el clan de matronas del barrio que tenía su banca fija (Judith, La Nena Miranda, Lorencita y Ramona, QEPD las dos últimas) y se daban cita todas las noches en el mismo lugar, la salida de la misa de seis de la Trinidad todos los domingos, excusa perfecta para quedarsehablando con los amigos en el atrio de la iglesia.
Con la mala fama que cargó antes de convertirse en el cotizado y cosmopolita Getsemaní, como sea, era nuestro barrio, con nuestros espacios, nuestra gente, teníamos nuestro mundo en el que estábamos felices y tranquilos a pesar de la estigmatización y de los rótulos que en nuestra ciudad de apariencias son tan comunes y tan ligeros.
Hoy los getsemanicenses pasamos por la plaza, observamos tímidamente en lo que se ha convertido y el espacio que perdimos, y seguimos de largo. Sentimos que ya no somos bienvenidos, no hay lugar para nosotros.
Ya no hay plaza, ya no hay cancha de micro y básquet en el Parque del Centenario, ya no hay árboles en El Pedregal porque estaban “afectando las murallas”, ya no suena la salsa en la calle Lomba porque ya no existe ‘Esther María Show’, suspendido hasta nueva orden el campeonato de bola de trapo en El Pedregal por cambios viales. Se desvanece poco a poco la esencia del único barrio popular que aún sobrevive en pleno Centro Histórico de Cartagena, agonizando en contra de la modernidad y la “civilización”.
En lo que se ha convertido hoy la Plaza de la Trinidad, es una evidencia de ello, dolorosa evidencia.
Termino este escrito con una dedicatoria, a dos personajes ilustres y tradicionales de mi barrio, que partieron a mejor vida, supongo que con el dolor de que Getsemaní ya no verá morir a sus hijos de siempre. Doña Iluminada, mejor conocida como “Chichí”, matrona de la calle Lomba cuyo saludo de todas las mañanas aún conservo intacto en mi memoria, y el señor Aníbal Amador, cuyas manos prodigiosas tantas veces me santiguaron cuando era niña, para curarme las fiebres y el mal de ojo. Paz en su tumba inolvidables personajes, parte invaluable de la historia del hoy desdibujado barrio de Getsemaní.