En lo que va corrido de este año hemos asistido con horror a toda suerte de noticias que dan cuenta de actos violentos y aberraciones contra niños-as y mujeres, lo que ha producido una andanada de manifestaciones públicas de rechazo por la indignación que tales hechos produce.
La indignación que nos embarga viene de la impotencia y rabia al ver como en una sociedad que dice situarse en la modernidad, los índices de violencia contra sujetos de derecho ,aumentan de manera alarmante sin que tengamos claridad suficiente de porqué suceden estas cosas.
Si nos damos un paseo por toda suerte de documentos que sobre el tema hay, escritos por expertos en asuntos de infancia y mujeres, nos vamos a encontrar que en su mayoría abordan tan delicado problema social desde la perspectiva del que hacer cuando se presenta una situación de violencia contra niños-as , mujeres y/o cuales son los mecanismos de protección de derechos, intervención psicosocial sin que en muchos de ellos se aborde por qué hoy persiste o se han incrementado las acciones violentas contra quienes se encuentran en estado de indefensión en la sociedad.
Soy una convencida que si bien es cierto es muy importante el quehacer y como intervenir cuando suceden estos hechos tan aberrantes, creo que es hora de hablar en voz alta con el peso del argumento sobre los orígenes de este tipo de acciones que resquebrajan el tejido social de un país que transita con pasos temblorosos hacia el post conflicto.
Los estudiosos del fenómeno de la violencia contra la mujer y niños-as, entendida como un asunto del ámbito social, no de lo privado, coinciden en que hay dos razones importantes que dificultan comprender porque sucede este tipo de cosas que nos indignan: una de ellas tiene que ver con la invisibilizacion de los hechos y el otro con la naturalización de estas prácticas.
En la Historia de la humanidad durante mucho tiempo, lo que no se podía ver, tocar y hablar de ello , no existía , y la violencia contra mujeres, por ejemplo, solo era reconocida en la medida que había marcas visibles en el cuerpo de la misma, que indicaran a otras personas que eso estaba ocurriendo, pero luego aparece otro factor en contra y es la sacralización de la familia y su categoría de ser un ámbito privado donde si algo estaba pasando allí , era un asunto que ni siquiera otros miembros de la misma podían abordar o intervenir. Nadie podría creer que la familia fuese un ámbito peligroso. Lo que ocurría de puertas hacia adentro era asunto de la mujer y su pareja.
Junto con la invisibilizacion de la violencia y todas sus manifestaciones que hoy si podemos identificar y hablar de ellas, está la naturalización de la misma hacia las mujeres y en grado sumo hacia los niños-as ya que la concepción cultural de niño-a , con implicaciones jurídicas por ejemplo, es algo muy nuevo para la humanidad y eso está sustentado en un chip cultural donde se ha establecido que los mismos son objetos de poder para el adulto y este usa a su antojo porque no se le reconoce derechos y mucho menos la posibilidad de reivindicarlos.
Hemos asistido a la legitimación de concepciones culturales que a pesar de legislación, indignación y demás siguen allí: Los niños-as , las mujeres en general, NO tienen asidero de respeto socialmente. Los estereotipos de género, donde se magnifica el poder del más fuerte sobre el que no es reconocido como sujeto de derechos, no ha variado y hoy que los medios de comunicación hacen visible lo que antes solo era un asunto de lo privado nos indignamos y horrorizamos, pero culturalmente no hemos podido superar la concepción que quien es mas fuerte tiene el poder y puede ejercerlo a su antojo porque históricamente se le ha delegado el deber de “disciplinar” “poner límites”, “hacer entrar en razón” así que los resultados son desastrosos y traspasan todos los niveles socioeconómicos de nuestra sociedad.
La familia y la escuela perpetuaron la legitimidad de la violencia como una forma para establecer normas y generar “disciplina” así que no nos puede asustar que hoy tengamos tantos hechos de violencia contra mujeres y niños-as porque simplemente asistimos a una cruda realidad: Culturalmente el uso del poder sin medida para mantener el orden y la disciplina, sigue inamovible más allá de la legislación y acciones reivindicativas en favor del buen trato y respeto hacia las mujeres –niños y niñas.
Tampoco se nos debe olvidar que el Estado y sus instituciones han hecho connivencia por omisión cuando han desconocido la violencia contra la mujer-niños como un problema social que merece un lugar privilegiado en la formulación e implementación de la política pública para Educación y Salud.
Los medios de Comunicación hoy se llevan la mejor tajada de esto que tanto nos asquea, porque gracias al bombardeo de noticias y la pseudo responsabilidad social, tienen los mejores indicadores de rating y pauta publicitaria con ocasión de estos hechos luctuosos.
Al final si somos un Estado fallido, porque todos tenemos responsabilidad por acción u omisión frente a reconocernos como sujetos de derecho , cuidar-proteger a nuestros niños-as de la perversidad de la violencia.
Una tarea como sociedad es empezar a reconocer que el problema existe sin eufemismos y trabajar desde donde nos corresponde por romper esa construcción socio cultural que tanto daño nos hace.