Esta semana he visto arder de rabia a mucha gente en redes sociales, tecleando como si no hubiera mañana, indignados por la letra de +57.
El reguetón no existía, creo yo, cuando fui tocada a los seis por otros niñxs en el colegio La Anunciación donde estudié desde el párvulo. Tampoco existía a los ocho cuando algunos vecinos me tocaron porque mi mamá, quien debía ir a trabajar, me dejaba bajo el cuidado de una empleada y ella me sacaba de la casa para tener sexo con otro vecino casado; y yo que no tenía más que hacer en la calle, me iba a buscar otras casas para jugar.
Tampoco sonaba cuando algunos familiares o visitas de familiares lejanos también me tocaron y besuquearon. Fue largo tiempo entre los 7 y 10 años. Y no entendía qué pasaba, porque no sentía nada, pero lo hacían. Hoy recuerdo sus caras de placer y me da asco.
Mucho menos sonaba a los 12 cuando estudiaba en Bellas Artes y un profesor que tenía +57, y que era el encargado de enseñarme a tocar guitarra, me tocó los senos sobre la blusa y me invitó a recibir clases en su casa, mientras me explicaba unas posturas en los trastes del instrumento.
Tampoco sonaba cuando un tipo se masturbó delante de mí en un bus de servicio público.
Tampoco sonaba a los 13 cuando una empleada doméstica abuso de mi en mi propia casa.
Medio comenzaba a sonar creo yo, cuando un exprofesor de la Universidad de Cartagena me ofreció trabajo, me invitó a almorzar para hablar del tema, y una vez estando allí, me dijo “el contador no alcanza a llegar, vamos a mi casa que él llega a las dos. Nos fuimos. Yo me estaba durmiendo en una silla; y me dijo si quieres recuéstate un rato y fui. Me recosté, cerré los ojos y a pasaron solo unos minutos cuando lo tenía respirando encima de mí, jadeando y diciéndome “no sabes hace cuánto tiempo una mujer no está en mi cama”. Me dieron ganas de vomitar. Le dije no sé, ni me interesa, lo empujé y salí corriendo.
Tampoco cuando uno que otro periodista de Cartagena, mi ciudad, me recomendaba en un trabajo y al final terminaba queriéndose sobrepasar conmigo.
O cuando algunos de los papás de vecinxs o amigas me miraban con lascivia.
El reguetón no sonaba tan fuerte cuando todo eso me pasó.
Pero nunca pude hablar de eso porque tenía miedo. Mi papá decía que si alguien me tocaba o me hacía algo lo iba a matar con sus propias manos; y yo sabía muy bien que la gente que mataba a otra la metían a la cárcel y yo era solo una niña asustada que no quería perder a su papá.
Hoy me atrevo a contar esta historia porque decidí el camino de sanar. Un camino largo y doloroso, pero que me ha ayudado a entender muchas cosas en mi vida y a enfocarme en potenciar mi intelecto, mis habilidades, cualidades e incluso a descubrir muchas capacidades que no sabía que tenía, y sobre todo de qué tipo de gente quiero rodearme y a cuál no quiero tener cerca. El camino de sanar nos enseña a poner límites.
Hoy llegando a los 40 entiendo que para sanar hay que descubrir las heridas, dejarlas que drenen y cicatricen, pero estamos tan acostumbrados solamente a lucir bonitos por fuera para impresionar a otros, que descuidamos el camino interior, el que verdaderamente importa.
Hoy los likes en las redes, luciendo con filtros o mostrando la nueva lipo o las nuevas tetas, o los músculos o las nuevas adquisiciones, se han convertido para muchxs en la competencia de sus hijxs.
Y en algún momento comenzamos a olvidar las frases que nos repetían desde pequeñoxs las profesoras en clase de valores sobre autoestima.
Se nos olvidaron o nunca las asimilamos, porque muchas iban a educarnos con cara de culo, a llorar con otras profesoras las miserias que les causaba el marido alcohólico o la hija que le robaba para seguir los pasos de su padre.
Todo este camino con este tema coyuntural de +57 me lleva a darme cuenta de que estamos tan necesitados de atención y tan distraídos en nuestros teléfonos y con nuestras ocupaciones o trabajos que no nos llenan, que quienes tienen hijos no encuentran un argumento más sólido e inquebrantable que, “mija es que si no le entrego el celular a ese pelao me vuelve loca”, porque hay tiempo para todo, pero para los hijos, solo lo que creen algunos, que es necesario.
¡No! Señoras y señores. Los niñxs necesitan un entorno seguro. Donde puedan hablar con confianza sobre lo que les pasa y no sientan la culpa de que por abrir la boca le van a quitar la vida a alguien, o de sentir el miedo porque a su papá se lo van a arrebatar por hacer justicia por mano propia.
Entiendo hoy también que mi papá actuaba así porque creció en un ciclo de violencia, mi abuelo lo maltrataba, y mi abuelo fue maltratado y abandonado por su mamá, y vaya a saber Dios que pasó con quienes le antecedieron.
Conocer la historia familiar es tan importante que nos permite identificar y entender patrones para no repetirlos, pero seguimos tan distraídos que nos hemos negado a hablar. No le preguntamos a nuestros padres qué les duele, a qué le temen, qué hubieran deseado que fuera diferente en su infancia, u otras cosas más que de seguro servirían para entender, alivianar el dolor, perdonar, comenzar a reescribir una nueva historia y fluir con la vida.
Pero en general mucha gente va por ahí reproduciéndose porque esa es la ley de Dios, dicen unos, o porque entonces para que vino uno al mundo sino es para cultivar una familia, o porque el ciclo del hombre es nacer, crecer, reproducirse y morirse, pero no tienen idea de lo que siente un niño que llega a un hogar que no está preparado realmente para esa responsabilidad: porque esos entornos nos hace sentir miedo, culpa, tristeza; en muchos casos abandono, ya sea porque el padre es ausente, o porque fue un padre que abandonó a sus hijos y no tiene ni idea de qué necesidades emocionales y económicas tiene esa criatura… Y así crecemos, rabiosos con el mundo , hiriéndonos más y lastimando a quienes nos rodean y creando y recreando más círculos de violencia.
Les veo, a muchxs quejándose detrás de un celular, indignados por una canción que no dice nada diferente a lo también somos, porque también eso somos muchos… producto de esa sociedad que es tan diversa, tan traqueta, tan perversa, tan enferma, tan pederasta y tan bonita.
En vez de mirar para adentro y revisar qué cambiar, les observo desde la distancia: teniendo vidas secretas en donde lxs amantes son los protagonistas, en donde se van de farra a intoxicarse con alcohol para dejarle los hijxs a la abuela. Les observo divertirse mientras se burlan de otrxs no importan si son niñxs o adultxs.
Observo mujeres que viven una vida miserable porque prefieren mantener un marido infiel al lado, antes de evitar la vergüenza de un divorcio. Viven envenenándose, porque “tienen que acabar con la moza o el mozo”, antes que con el matrimonio fallido, mientras con su ejemplo les dicen a los hijos que cualquier cosa es válida con tal de que la familia se mantenga unida, no importa si te gritan, te golpean, o te abusan emocionalmente, si te mienten o si se revuelcan con la empleada doméstica en el lecho conyugal. Eso no es tan trascendental, porque “todas las familias tienen sus problemas”, dicen muchxs, pero luego salen a exigirles a personas que no tienen nada que ver con la educación y los entornos seguros de sus retoños, que tienen que respetar, porque con su música están destruyendo a la sociedad.
Las cosas ‘malas’ existen desde siempre. Ellos no se inventaron el porno, los tríos, las orgías o el perico. Conozco hogares en donde no dejan entrar el reguetón, y niñxs que hablan de cosas de niñxs, no de amantes, ni de culeo, ni de verse sexys. Conozco hogares en donde no hay gritos, donde los niñxs pueden ser niñxs y donde el cortisol no hace parte de su vida diaria. Así que no podemos olvidar que aquello que esté en la mente de nuestros niñxs es solamente responsabilidad USTEDES de los PADRES.
No podemos seguir buscando la fiebre en las sábanas, ni comprometernos a apagar incendios ajenos cuando nuestra propia casa está en llamas y no nos damos ni por enterados, pues el camino es hacia adentro. Porque déjame decirte, puedes tener tu nueva lipo, tus brazos musculosos o el carro de tus sueños, pero si no haces conscientes tus heridas, vaya yo a saber cuáles son, no están haciendo nada.
A mí me ha sostenido el arte, sobre todo el arte de la palabra que en cualquiera de sus expresiones me ha ayudado a sanar ya sea cantada, escrita o hablada. Y parece curioso, pero el reguetón, del que tanto despotriqué me ha sostenido también en este camino. Lo he bailado, llorado y sentido, porque esas expresiones musicalizadas desde el perreo, hablan de un dolor colectivo. Esto me ha enseñado a convertir el dolor en música, en arte, en sabores y en olores a través de la cocina, en donde no sólo se transforman los alimentos, sino la vida misma a fuego lento.
También le debo este camino a mi sicoanalista, una mujer maravillosa que me ha ayudado a salir del infierno y instándome a cambiar mi diálogo interno. A mi extraordinario esposo. Un hombre que decidió sanar y que me ha enseñado a amar desde la independencia, el respeto, el cambio del lenguaje. Él me ha visto florecer y me abona y me riega todos los días. Me ha mostrado que en una relación sana no hay miedos, no hay inspecciones porque la confianza es la base de todo. Es un lugar tan seguro que nunca más he revivido mis heridas de abandono , rechazo o abuso.
Él, Jaime Andrés, fue quien hizo que para mí tomara sentido el versículo de la carta de los Corintios 1:13-31: puedo tener todo en esta vida, pero si no tengo amor, vengo a ser un metal que resuena, o un timbal o que retiñe.
Hoy tengo la vida que siempre soñé.
Ya no tengo miedo.
Y le agradezco a cada uno de estos abusadores porque gracias a ellxs sé qué tipo de gente no quiero tener en mi vida, y de corazón les deseo que ningunx de sus hijxs o niñxs tengan que pasar por esto.
Y no se ataquen, porque yo sé que la verdad duele, pero ¡sí! Además de muchas cosas bellas, también somos +57