Fiestas de Cartagena: entre tam tam de tambores, estallidos de pólvora y gritos de libertad


Un tono cálido, amasado de gritos y de sol. Una estrofa negra, borracha de gaitas vagabundas y golpes dementes de tambor.” Así pinta con palabras el historiador cartagenero Henrique Muñoz, las vibrantes pulsaciones de noviembre en Cartagena. Sin embargo en la lontananza de hace más de doscientos años, cuando en el corralito de piedra se esparcía el olor a pólvora y a sal, estas calles no estaban vestidas de colores vibrantes, ondulantes polleras y festivas comparsas, sino que estaban atiborradas del sonido de cañones y de gritos que ansiaban libertad, lo cual es una prueba fehaciente de que “la fiesta no es un invento de un gobernante ni de un rey, la fiesta es un invento de la gente.”, como asegura  Iván González, escritor cartagenero. 

Orígenes populares y cabildos

Desde su útero, la fiesta se concibió popular, irrumpió sincrética, efervescente y rebelde, pues en los cabildos de negros, los esclavizados escarnecían a las cortes reales, invertían estructuras sociales y urdían su propia comunidad… su propia constelación de almas libres que se rehusaban a vivir en cautiverio y en condiciones precarias, es por esto que, como afirma el poeta “Los africanos esclavizados se divertían y formaban una parodia burlesca a las cortes reales.”  Entre reinas, reyes congos y el matachín que dictaba las leyes del cabildo, se celebraban funerales, bautismos y matrimonios. Esta era la fiesta del sálvese quien pueda y de la burla como mecanismo de resistencia. “De todo cabildo es embrionario todo carnaval.”  subraya Pedro Blas. 

La fiesta cartagenera se enraíza en la influencia europea. “El carnaval viene de una larga tradición occidental con fiestas profanas que tenían en su proceso de ritualización festiva toda una ambientación agraria. Toda la simbología carnavalesca era la connotación a la carne, por eso todos los carnavales tienen como límite el miércoles de ceniza.”  asegura el investigador Muñoz. 

En este nuevo mundo que se conformaba, la risa y la música significaban el resquicio por donde los oprimidos podían respirar, en donde sin culpas y con el ánimo férreo de vivir, la carne gozaba, sudaba, y se bailaba sin límites porque era sabido que cada día podía ser el último bajo el yugo de los españoles, y había que convertir la pollera, la gaita y el tambor en el signo vivo de la manifestación y la libertad, aunque fuera solo por unas horas.

Devoción y fiesta

Con el murmurio de los siglos el fervor y la fiesta se fundieron. La aparición de la Virgen de la Candelaria fue un momento parteaguas en el sentido festivo. “La aparición… genera la devoción e inmediatamente Cartagena se vuelve devota de la Virgen de la Candelaria y la Virgen de la Candelaria es patrona de Cartagena”, advierte González.

Entonces los cabildos bajaban hasta la falda del cerro de La Popa sagradamente cada 2 de febrero, entre tambores y gaitas, en el primer carnaval de la ciudad. Desde entonces, la celebración se convirtió en una especie de umbral entre lo sagrado y lo pagano, entre la sátira popular y el fervor religioso.

Getsemaní y el grito de independencia

1811 fue el año en que en el barrio de Getsemaní gracias al movimiento popular que se gestaba desde el interior brotó la Semilla de la independencia, cuando Pedro Romero y los lanceros pardos avanzaron hasta el arsenal, cargados de coraje y presionaron al cabildo para por fin enarbolar la bandera de la libertad.  De acuerdo al investigador León Trujillo,  la ciudad pagó un precio impagable: “perdió lo más importante de su clase dirigente. Perdió lo más importante de su poder productivo. Perdió las mentes, la producción y lo más grande que tenía la ciudad, pues fue la ciudad que se sacrificó por Colombia.” 

¡Sí! Indudablemente Cartagena se convirtió en la ciudad heroica, pero quedó herida de muerte, y aun así resistió el sitio de 1815, donde eligió el camino del hambre antes que entregar la república que había creado. Desde entonces sus calles pasaron de la música al silencio sepulcral, y de la pólvora festiva a la pólvora que destruye, calcina y mata.

De la memoria al carnaval

Con el transcurrir de los años, ese sacrificio se volvió en fiesta, porque es la manera en la que el pueblo pudo comenzar a drenar tanta tristeza a causa de la muerte y el sometimiento. “Lo lógico de la fiesta del 11 de noviembre es que es una fiesta cívica conviviendo con una tradición mundana y de carnavales, que son dos conceptos antagónicos”, asegura la historiadora Carmenza Morales. 

Cartagena se volvió diestra en vivir entre lo ceremonioso y lo caótico. Por la mañana, el tedeum y la sesión de la Academia de Historia; por la tarde y la noche, el carnaval corrido, disfraces, capuchones y tambor. Si bien los solemnes se imponían y tenían sus propios festejos ya actividades, “Los otros tres días y medio era festejo colectivo, carnaval corrido, capuchón, de punta a pie y todo el mundo perdido.”, asegura Morales pues esto era realmente la resonancia de un pueblo libre que por encima de todas las cosas prefirió defender la alegría, pues ya le habían robado mucha vida.

 

Nacionalización y patrimonio

 

Las fiestas se oficializaron En 1846 y en 1911, en el centenario de la independencia, se nacionalizaron, tal como asegura el decano de historia de la universidad de Cartagena Rafael Acevedo   “El acontecimiento de la independencia de Cartagena es un acontecimiento del orden nacional y las fiestas comienzan a entrar en un proceso de nacionalización”.

Durante cinco días, cañonazos cada diez minutos desde las murallas proclamaban a los héroes, y la bandera cuadrilonga les permitía recordar que la libertad siempre tendrá un precio por pagar.

“Para tú llegar a esa bandera tienes que enfrentar esos tres niveles de cañones que estaban protegidos”, anota Francisco Atuesta historiador y escritor cartagenero.

Colombia entera reconoció esta fecha del grito de la independencia y ciudades como Bogotá, Medellín, Santa Marta y Barranquilla no demoraron en unirse a la conmemoración, y la provincia de Cartagena acogió el 11 de noviembre como su fiesta propia para encarnar la libertad.

“Las fiestas son la misma sociedad en su totalidad. Por tanto, todos los habitantes de una ciudad construyen ciudadanía también a partir del mundo festivo, porque la construcción ciudadana no es eminentemente política, es eminentemente hogareña.”, afirma Muñoz. 

 

Modernización y reinados

 

El siglo XX vino con la modernización. En 1934, la inauguración del Muelle de Manga, y aflora el Concurso Nacional de Belleza como vitrina empresarial y turística.

“El escenario festivo de Cartagena era una buena vitrina para el proyecto empresarial que ellos tenían. Desde ahí se incorporan, hasta la fecha presente, a las fiestas novembrinas.” 

Los reinados, herederos del rey de burlas, encontraron su espacio natural en la celebración.

“Los reinados están desde la matria. Es decir, el reinado nace como rey de burlas. Rey de burlas para burlarse del poder”, sostiene González

la carne de la fiesta

Hoy, las fiestas de Independencia de Cartagena encarnan el retumbar de los tambores, y el llevan en su ADN la memoria de la Resistencia y la Libertad son memoria, cuerpo y tambor. Simbolizan el mestizaje, el sincretismo y una fiesta en donde todos comparten el pan y se olvidan de los estratos, pues conviven en ellas y durante esos días élites y pueblo, pasado y presente, así como lo sagrado y lo pagano.

“El símbolo más importante de la fiesta tiene que ser la presencia de nuestra carne”, asegura la bailarina Edelmira Masa; es por ello que sagradamente, noviembre tras noviembre, cuando las polleras ondean y se estremecen los cuerpos de júbilo en Getsemaní y el retumbar de los tambores llama a la ciudad, Cartagena que es una ciudad que baila sobre su propia memoria, reaviva su historia de resistencia, fervor y alegría compartida.

“¡La pollera para bailar!”