Que la amenaza del coronavirus es mayor de lo que pensábamos cuando se anunció su aparición en China es algo que estamos comprobando de primera mano en Colombia y Sudamérica. Desde las grandes guerras mundiales los países no parecían estar al borde del colapso como ahora.
Además de China, Italia es un gran ejemplo del impacto que está teniendo el virus en los sistemas de cada país. Italia es el primer país de occidente que se paraliza casi por completo, impidiendo la circulación de sus ciudadanos por las regiones más afectadas.
Ninguna otra enfermedad en los tiempos posmodernos causó este estado de pánico generalizado, aunque hayan aparecido otras más letales como el sars, el ébola, o el chikunguña.
Día a día, el coronavirus se esparce a ritmos agigantados y otros países temen llegar a los extremos a los que se han vistos conducidos China e Italia.
El deporte es el primer espejo para medir la magnitud de lo que sucede con el COVID-19, una enfermedad más temida por su capacidad de propagación que por su tasa de mortalidad.
Creo que desde la Segunda Guerra Mundial ningún evento en el planeta había logrado impactar de semejante forma en el deporte como lo que hemos visto en esta semana del 9 al 15 de marzo (y solo estamos a 12).
Desde que se anunciaron los primeros partidos a puerta cerrada en la Serie A y la suspensión del Tour de Los Emiratos, en el que salió infectado el ciclista colombiano Fernando Gaviria, las competiciones deportivas han ido cayendo una por una, hasta el punto de que hoy pocos dudan de que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 terminarán postergándose a otra fecha.
El atletismo, el tenis, el rugby, el fútbol, el ciclismo, el baloncesto, el béisbol, el automovilismo, que engloban los deportes masivamente más seguidos, se han visto afectados – bien porque los han suspendido o porque se realizan a puerta cerrada – en tiempo récord.
En Sudamérica, una región de la que pocos dudan del impacto brutal que pueden tener estas enfermedades por las condiciones en las que vive gran parte de la población, los certámenes se han ido suspendiendo en cadena. Se aplazaron, sin fechas definidas, las Eliminatorias al Mundial de Catar 2022, la Copa Libertadores, y de a poco se anuncian las de las ligas locales. En Colombia ya cayeron la Liga y el Torneo BetPlay, además, Coldeportes emitió una circular en la que cancela todos los eventos deportivos que congreguen a más de 500 personas hasta por lo menos el 30 de mayo.
(¿Qué pasará con las boletas del partido de Colombia en Eliminatorias?)
Y la crisis apenas comienza. El deporte es la puerta de entrada a controles mayores y a un aislamiento sin precedentes para estos tiempos. También los gobiernos deben aprender a controlar los miedos y el pánico que producen estas epidemias y que se empeoran con las redes sociales.
Lo cierto es que el coronavirus COVID-19 ha desnudado las debilidades de la globalización y ratificado las grandes preocupaciones de las que vienen hablando los científicos y grandes líderes hace años.
El mundo de hoy es distinto a cualquier referencia que miremos en el pasado. Lo es porque las tecnologías y las comunicaciones lo han cambiado. En el pasado una epidemia podría durar años para pasar de un continente hasta otros. El coronavirus solo tiene tres meses de estar en el plano mediático y ha conseguido globalizarse a pesar de los controles y restricciones de los países.
Y en esas nuevas dinámicas de comunicación no estamos preparados para contener una enfermedad más letal que este coronavirus. Basta con mirar las series de Bill Gates y Pandemia, en Netflix, para entender que los científicos no tienen las armas para contener una amenaza mayor a la actual a pesar de las grandes inversiones que se hacen.
Todos los planteamientos que se formulan los expertos están sucediendo con el coronavirus y el gran descubrimiento es que el deporte es la primera columna de nuestra sociedad que se derrumba con este tipo de crisis.
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