Cartagena: ¿El Civismo para cuándo?
Por Claudia de la Espriella.
Cuando los niños japoneses entran a la escuela, lo primero que se les enseña es a comportarse en sociedad, cooperar unos con otros para construir un país solidario y que camine hacia el bien común. Se considera que después de aprender ciertas disciplinas sociales están capacitados para adentrarse en los estudios formales y ser muy exitosos. Es sabia esa decisión. Ese aprendizaje es fundamental en el momento de buscar el progreso de una nación y así dejar atrás conductas egocéntricas que son un verdadero cáncer para una comunidad.
El nivel educativo de un pueblo se puede determinar observando su comportamiento comunitario. En ese orden de ideas, la carencia de una política seria en Colombia, que haga énfasis en lo cívico, tiene mucho que ver con que nuestro país ande a la deriva, sin Dios ni ley. No estamos hablando de conductas aisladas, sino de una sociedad muy poco consciente de la necesidad de regirse por leyes, valores y principios universales que han probado, hasta la saciedad, que el éxito va de la mano con el respeto por los derechos del otro.
En Cartagena nos quejamos muy a menudo que se vive en una sociedad desorganizada. Pero, infortunadamente, son muchos los comportamientos erráticos de los particulares, en donde lo que prima son los atropellos contra los demás ciudadanos.
En los tiempos recientes, al comienzo de la pandemia, se evidenció esa tendencia de ser agresivos con los demás. Nada más abusivo que no respetar la distancia establecida por la OMS, para evitar los contagios. Sin embargo, si hay algo que muestra una falta absoluta de organización social, es lo que sucede con ese aspecto en Cartagena. En mi paso por diferentes ciudades de Colombia y del extranjero, jamás he visto una forma tan peculiar de hacer fila. Hasta donde me enseñaron, las colas se hacen en línea recta, no serpenteando. Acá siempre se ve uno obligado a preguntar dónde está el último. No es cuestión de buscar la sombra. Sucede dentro de los centros comerciales, en los supermercados, en dónde sea. Parece increíble que las hormigas, en este sentido, sean más organizadas. Pero lo realmente preocupante es que sean incapaces de seguir una instrucción tan elemental como esa. En verdad, es tan fácil de entender que hasta un niño de 3 o 4 años, en el mundo organizado, puede aprenderlo, sin mayores explicaciones. Por eso, es claro que creer que esta ciudad es improbable que cualquier comportamiento cívico se dé no es un disparate.
Lo que parece que primará en esta ciudad es el atropello consentido, por parte de los ciudadanos y las autoridades. Acá, como en todas las urbes del mundo, se debe buscar suprimir las barreras arquitectónicas para facilitarle a los que tienen alguna dificultad de moverse sin que encuentren impedimentos en su tránsito diario. Sin embargo, son insuficientes y, muchas veces las rampas son obstaculizadas por aquellos conductores, que parquean sus vehículos justo en frente y mientras tanto van descargando cajas de gaseosas o cerveza, productos alimenticios o materiales de construcción y otros elementos similares. Incluso puede suceder que se van a la esquina de enfrente a conversar con un conocido que no veían hace tiempo. Montan en ira al menor reclamo y siguen ahí impávidos. Es la ley de Primero Yo, Segundo Yo, Tercero Yo y los demás que se las arreglen como puedan…
Se acercan las fiestas decembrinas y con ellas llega el pánico para algunos que tienen vecino aficionado al escándalo de los picós a todo volumen y quien, además, dice cosas vulgarísimas a quien se atreve a pedirle que respete a demás, oyendo la música sin afectar el descanso o las ocupaciones que los otros quieren o deben hacer. Confunden alegría con egocentrismo y abuso.
Estos ejemplos citados, son muestras de los miles de momentos en que en nuestra ciudad impera el desorden. Urge que la educación se oriente para que las enseñanzas del civismo sean el eje del aprendizaje en el jardín infantil. Tengamos en cuenta que no podremos ser buenos ciudadanos mientras no entendamos que ser cívicos no se refiere únicamente a ponernos de pie y cantar el himno de la ciudad o de nuestro país, con la mano en el pecho, cuando la Selección Colombia está jugando. Eso es aleatorio. Lo fundamental es construir una nación donde se entienda que mis derechos no pueden atropellar los derechos de los demás. Esta tarea es de todos: No únicamente de los educadores y las autoridades. Los padres y demás familiares de los niños, tienen que tener claro que el buen ejemplo hace la diferencia, entre un buen ser humano y uno que camina hacia la delincuencia que tanto nos afecta. No estoy exagerando.
Cartagena, 16 de noviembre de 2021.