Patrimonio Cultural Vivo
Por: Claudia de la Espriella
Septiembre es el Mes del Patrimonio Cultural. En Cartagena pensar en este hecho es una obligación. Según mi saber y entender, las reflexiones alrededor de este tema deben hacerse a diario. Y no sólo eso, urge pasar de las palabras a las acciones concretas y prolongadas en el tiempo. Cuidar de nuestra historia cultural es un deber que requiere de todos y cada uno de los habitantes de esta urbe. El sentido de pertenencia debe hablar fuerte y claro cuando de mantener vivas las expresiones culturales se trata. Los momentos que vivimos están íntimamente relacionados con un legado no de minutos ni de horas, sino de miles de siglos que llevamos incorporando la cultura a nuestro ADN, así nos empeñemos en negarlo. Somos el resultado de millones de años que se remontan incluso al momento en que los primeros seres se pusieron de pie y empezaron a caminar para construir eso que llamamos civilización. El Patrimonio de la Humanidad, si bien está representado, para muchos, en bienes muebles e inmuebles casi estáticos en realidad es algo intangible, y siempre en movimiento. Se nutre, como todo ser vivo, de las experiencias cotidianas y hasta de los caprichos de muchos de nosotros.
La creación e inventiva de una sociedad no se puede reducir a palabras o a gestos. Aunque no nos demos cuenta, es la memoria viva y también se encuentra en esos olvidos intencionales, pero que en algún momento, alguien se encarga de despertarlos. Todo esto es un legado que llamamos patrimonio. Así las cosas, creer que sus manifestaciones se mantienen fijas e inmutables no deja de ser un disparate. Claramente se transforman y se interpretan de acuerdo con la importancia que quieran darle los diferentes países o regiones en un momento determinado.
En ese sentido, hay que darse cuenta que la cultura se nutre y se transforma, manteniéndose viva gracias a sus raíces siempre fuertes e inquebrantables, siendo así fuente de Saber y alimento para el porvenir. Una comunidad que se olvida de esto no tiene muchas probabilidades de un progreso real. Siempre estará en peligro de desaparecer debido a un marasmo de contradicciones internas hasta que, finalmente, ese legado patrimonial irá debilitándose y la historia de una sociedad será fragmentada inútilmente.
En este sentido en Cartagena se debe fortalecer todo este patrimonio que va mucho más allá de las murallas y fortalezas y que transitan por todas las calles que recorren las creaciones escritas en la mente de los poetas y literatos, las imágenes vívidas en las retinas de los pintores y escultores, los ritmos de las horas en los cuerpos de los bailarines, los diálogos y reflexiones de la gente del teatro, el canto de los pájaros en las manos y voces de los músicos, las miradas escudriñadoras de los historiadores, los instantes que emergen de la visión oportunas de los fotógrafos, los emotivos mensajes del cinematógrafo o los hitos arquitectónicas que son los testigos de unas formas de interrelacionarnos con el ambiente externo en una determinada época y bajo ciertos parámetros de la importancia de determinados espacios .
Cada uno de los sitios de nuestra ciudad narra una historia y entabla una conversación íntima y profunda. Se alimentan y crecen con nuestras experiencias cotidianas. Hay en Cartagena amurallada diálogos culturales desde que atravesamos la Torre del Reloj. Nos encontramos con dos ritmos distintos de medir las horas: el colonial y el republicano. Uno más rígido y el otro más flexible y danzante. Unos pasos más adelante tenemos otro museo que nadie mira como tal: El Portal de los Dulces que es el reflejo de la fusión cultural de sabores del Viejo Mundo, con experiencia del África, el vigor de las frutas americanas e incluso la presencia de los emigrantes árabes. Todo un desafío gastronómico que cuenta lo que fuimos, lo que somos y posiblemente mañana será lo que busquen las nuevas generaciones para darle dulzura a sus días.
Y otra ciudad que nace de una Colombia marcada por un sinnúmero situaciones algunas adversas, otras festivas pero todas ellas capaces de enriquecer con sus experiencias a Cartagena que mira hacia el mundo desde la Bahía pero que también reflexiona sobre los dolores de un país que nos pertenece y nos marca.
De allí en adelante todos los sitios nos hablan, nos reflejan y son interactivos y cambiantes. Una cultura crece día a día frente a nuestros ojos y respira con el aire de los rincones de los museos, de las esquinas y de cada pliegue de nuestra piel hecha de un cúmulo de recuerdos y esperanzas. De nosotros depende que perdure en los siglos o sea banal y poco edificante.
Cartagena, 29 de septiembre de 2021.
Amigos del MAMC