Fachada del MAMC. Plaza de San Pedro

ESPACIOS OLVIDADOS


Espacios olvidados

                                                                         Por Claudia de la Espriella.

 

A pesar de que nos ufanamos de que Cartagena tiene un legado histórico y cultural invaluable, es un hecho que un grupo significativo de sus habitantes no conocen bien sus espacios icónicos. Debido a esto, en esta urbe se carece de un sentido de pertenencia verdadero. Esto nos dificulta salir de ese caos cotidiano en que todos vivimos. Muchos ciudadanos se pasean por las calles con una inercia preocupante. No se dan cuenta que tienen frente a sus ojos casi 500 años de historia, desde que Don Pedro de Heredia la fundó. Sin embargo, bastaría con recordarles que en todos estos siglos hubo días de conventos, de defensas contra corsarios y piratas, de llegada de naves con esclavos, de chismes de vecinas juzgadas por el Tribunal de la Inquisición, de la búsqueda heroica de la Libertad, que terminó en un sacrificio al haber sido sitiada inmisericordemente por Morillo. Posteriormente la ciudad se convierte en epicentro del fortalecimiento de la vida republicana contando con la presencia con un presidente excepcional creador de una Constitución sólida que duró más de 100 años y que, además, durante su mandato esta ciudad fue sede de su gobierno, convirtiéndose en el epicentro político del país, y no Bogotá como sucedió y sucede desde los años coloniales.

Sin embargo, esa historia, aunque no siempre tan gloriosa como suelen contar los textos tradicionales, ha sido olvidada debido a un sistema educativo muy deficiente, que no sé da cuenta de que en la sociedad colombiana existen millones de analfabetas funcionales. El resultado de esta carencia de enseñanzas fundamentales se traduce en ciudadanos que no se comprometen con luchar por un cambio social real en este país.

Infortunadamente no estoy exagerando. Muchas personas de menos de 40 años no conocen bien el Centro Amurallado. Incluso pueden llegar a preguntar, como si estuvieran en parajes lejanos, dónde queda la Plaza de la Aduana o el Parque Bolívar y jamás han entrado a un museo, a una biblioteca o a un centro cultural. No han estudiado, mínimamente por completo su historia política y tampoco están enterados de que Cartagena ha sido tierra que acoge a pintores, poetas, novelistas, músicos y bailarines de renombre nacional e internacional. Por supuesto que existen excepciones. Pero en líneas generales esta es la media.

Es un hecho que en la ciudad existen varios espacios culturales que tienen planes especiales para niños y estudiantes. Sin embargo, los que acuden a ese llamado son muchos menos de los que pudieran asistir. Si bien es cierto que la pandemia a alejado a muchos de la zona del centro, también es verdad que desde antes de la cuarentena, la concurrencia de cartageneros era poca. Es claro que falta un impulso decidido, una promoción gubernamental realmente eficiente y no la negligente indiferencia en que hace tiempo se mueve este “Corralito de Piedra”. El rescate de sitios llenos de historias y leyendas debe volverse prioritario en la búsqueda de una identidad ciudadana más sólida y comprometida con este territorio. Urge idear la manera más expedita para que esos espacios ocultos sean más reconocidos y visitados. Reconocemos los esfuerzos que hacen entidades como la Sociedad de Mejoras Públicas, la Academia de Historia, el Museo Naval, el Museo de Arte Moderno, la Biblioteca Bartolomé Calvo,  entre otras, pero falta mayor dinamismo por parte de las autoridades y las empresas privadas en ese propósito encomiable. Cuando se pasea por el centro encontramos, si somos buenos observadores, que existen numerosas placas gastadas en diversas edificaciones que son recordatorios de que alguno de sus habitantes fue un personaje de importancia en esta sociedad. Pero muchas de estas casas están en un abandono preocupante, casi con peligro de venirse abajo.

Hace un tiempo viví una experiencia curiosa, por decir lo menos. Como docente universitaria daba una clase en donde el tema era el sentido de pertenencia. Eran estudiantes de Turismo y creí necesario hacer énfasis en identificar, por lo menos, esas calles por las que se transitan a diario para llegar al sitio donde se estudia, se trabaja o se habita. Así que me dispuse a hacer unas preguntas sobre el sector donde está situado el centro educativo en cuestión. No acertaron en contestar correctamente una sola de las preguntas. Incluso, desconocían que en la esquina de enfrente hay una casa con las puertas y ventanas pintadas de azul, donde vivió por mucho tiempo el pintor Alejandro Obregón. No habían leído la placa que allí existe, registrando este hecho y menos conocían que sus creaciones artísticas están reconocidas como de gran valía creativa para el arte de este continente. Esta experiencia me lleno de sentimientos encontrados entre la rabia, el dolor y la tristeza. Infortunadamente este suceso no es una excepción sino la regla. Los gobiernos nacional y local no hacen mayor esfuerzo y se mantienen a la vera del camino cuando de acciones contundentes se trata.

Pasear por Getsemaní nos lleva a encontrarnos con una cotidianidad donde sus habitantes luchan por mantener la vida de barrio mientras los comerciantes y autoridades se empeñan en convertirlo en un gran prostíbulo y en referente del microtráfico de estupefacientes. Y a eso llaman barrio “cool” y hasta algunos se sienten “orgullosos” de ser parte de este mundo sin Dios ni ley, y que lo único que incrementa es la imagen negativa de Cartagena y Colombia frente al mundo.

Escritores y poetas innovadores del lenguaje español y del Caribe han estado muy íntimamente ligados a esta zona de la ciudad. Mencionemos, de refilón, tres de ellos: Germán Espinosa, Jorge Artel y Daniel Lemaitre. ¿Se les honra como merecen? ¿Se busca hacer establecer una historia cultural del barrio que originó la gesta del 11 de noviembre? ¿Es en verdad la Plaza de la Trinidad, con todo el desorden e ilegalidad que allí se produce es “Un altar de la patria? Hay que hacer algo positivo y urgente al respecto.

Cartagena ha perdido su identidad y nadie hace nada decidido. Un día de estos, de seguir así, seremos desterrados de nuestro propio suelo, pero en honor a la verdad, la culpa ha sido sólo nuestra.


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