¡Basta de etiquetas!


Mira la esencia, no las apariencias.
Andrea Echeverri, El Estuche.

Tras el 2 de octubre el país sufrirá una nueva transformación y como tal, implica dolor y resistencia. El resultado del plebiscito por los acuerdos de La Habana puede que vuelva a sacar lo peor de nosotros mismos aún cuando el objetivo sea lograr una paz estable y duradera.

El colombiano de a pie suele usar -medio en serio, medio en broma- apodos para referirse a su prójimo: carequeso, careñame, el mochito, el ñato… ejemplos puros de la creatividad de quien vive en esta esquina suramericana para afrontar y vivir la realidad de una manera distinta. Pero en esta coyuntura los apodos se transforman en etiquetas; etiquetas que se vuelven despectivas hacia quien no comparte el pensamiento propio. En el país de Vicente que va adonde va la gente, el señalar a veces se vuelve deporte nacional.

Apátrida era el calificativo que, de manera gratuita, otorgaba el valedor del anterior presidente a quien no comulgaba con sus políticas. Paradójicamente, hay quienes enarbolan la bandera de la paz que de manera furibunda acotan de la misma manera a los que piensan votar contra los acuerdos.

De castrochavista tildan a aquellas personas que votando a favor de los acuerdos transformarán a Colombia en un híbrido de Cuba y Venezuela. Enmermelado, acusan a quien negoció su dignidad vendiéndose a un cargo público a favor de un Sí. También los hay que, de acera a acera, se acusan de hundir al país por un voto que no deja lugar a tibios: o es sí o es no.

Más allá de adjetivos o improperios que se quieran lanzar, los miles de rasos de la guerrilla que pasarán a la vida civil quedan en un compás de espera. Quizá exista un poco más de claridad sobre lo que pasará en Colombia si se ratifican los acuerdos que si se rechazan. Pero aún así, hay un estado de coma. ¿Cómo los recibirá la sociedad colombiana? ¿Volverá a negarles la posibilidad de integrarse? ¿Habrá oportunidad en esta nación donde a ellos, por ausencia del Estado, no les quedó otra alternativa que cargar un fusil y echarse al monte? ¿En esta nación donde a veces le cierran la puerta a una persona por ser negro, indio, campesino, homosexual, desmovilizado, desplazado, o simplemente por no saber leer? En esta nación donde se pide experiencia para trabajar pero la niegan por cualquier prejuicio o etiqueta, ¿habrá oportunidad para ellos?

Soy pesimista en ese sentido por la naturaleza de nuestra sociedad. Siempre hemos sido así. Para mayor ejemplo Cartagena, una de las ciudades más desiguales de Colombia. Una ciudad donde un vigilante de un establecimiento le impide la entrada a otro de su misma raza dizque porque lo vio feo o lo vio raro. Donde el vecino de un barrio reniega del otro porque tiene un equipo de sonido que suena más duro que el suyo. Donde un mototaxista es visto como un sicario, y ahora más tras la prohibición de parrilleros en moto impuesta en los sectores pudientes de la ciudad tras la repentina escalada de violencia e inseguridad que azotó a la ciudad en los días previos a la firma del acuerdo final. En algún momento, todos en conjunto deberíamos reflexionar y cambiar. Lo que no sabemos es cuándo. Ojalá que este embrollo en el que nos hicieron meter sea, por lo menos, el principio de ese cuándo. En esta Colombia donde es más fácil etiquetar al diferente, ojalá que el plebiscito pueda sacar lo mejor de nosotros.

Pese a las muchas mentiras que se han dicho por parte de los partidarios de cada lado, ojalá no hagamos el ridículo. Si vence el SÍ, que todos sus electores se hagan responsables de velar porque se cumpla lo acordado. Si gana el NO, que quienes hayan optado por esta vía sean capaces de tomar el timón y capear la incertidumbre. Y que finalmente la única etiqueta que empleemos para señalar al otro sea colombiano. Ojalá.

SORBO FINAL: Los mercaderes del miedo se han tomado a Colombia y se muestran indignados pues, según ellos, los acuerdos van a conceder impunidad a unos sanguinarios. Trafican con imágenes y con el dolor ajeno a modo de convencer que no se debe conceder tanto premio a quien nos ha castigado. Con mucho respeto, pienso que el dolor es una de las pocas sensaciones humanas que no se puede transmitir persona a persona. El dolor es único e irrepetible. No se comparte, se acompaña. Cada quien lo padece tiene su propia medida. Es como cuando muere un abuelo en una familia: hay quien llora y hay quien no, pero cada quién conoce su propio dolor. La procesión va por dentro, dice el adagio popular.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR