CharlieHebdo: Kalashnikov contra Paper-Mate


Ayer en París una horda de bárbaros -en nombre del islam, su religión- tomó “justicia” por su propia mano vengando las sátiras que los caricaturistas del semanario Charlie Hebdo lanzaban contra Mahoma, su profeta. Doce personas fueron acribilladas por las balas de unas AK-47 que fueron las espadas de los restauradores del honor. Todos los diarios, todos los medios, hicieron eco de estos sucesos. Todos mostraron su rechazo al hecho. Armas contra plumas.
 
Respiro. El hecho me produce repudio y confusión. Ayer la intolerancia acudió a Paris y se transformó en muerte. Sin embargo, la intolerancia se llamó a sí misma. 
 
Los dibujantes del Charlie Hebdo se caracterizaban por sus sátiras altamente sensibles para algunos -y no necesariamente islámicos, aunque su religión fuera frecuente blanco de sus tiras-. ¿Hasta qué punto puede ser sensible un dibujo para alguien? ¿Cómo se definen los límites de esa sensibilidad? 
 
El n° 663 del Charlie Hebdo publicado en marzo de 2005 hacía referencia al secuestro de Ingrid Betancourt. Más allá de la opinión que hoy muchos puedan tener de la ex-senadora, en aquél entonces su privación de la libertad era un asunto bastante delicado. Desconozco el impacto que en ese tiempo pudo haber tenido la portada en nuestra opinión pública. Aunque estoy seguro que en nuestros “tiempos violentos” de redes sociales jamás habría pasado desapercibida.
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Una máxima de la democracia reza “mis derechos acaban donde empiezan los de los demás”. Un refrán popular lo enfrenta y dice que “uno no es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo”. Idealismo contra realidad. El “deber ser” contra “lo que es”. ¿Una más de las contradicciones de la vida?
 
Para quien escribe, no es humano andar lanzando dardos -de cualquier tipo- por la vida restando importancia a lo que piensen los demás. Quizás yo pueda decir algo que a una persona no le guste, pero no por ello esa persona puede rechazar mi opinión quitándome la vida. Todo se reduce al derecho y el respeto a vivir. Cuando sepamos que las ideas del otro valen tanto y se deben respetar tanto como las propias, quizá habremos llegado al culmen de nuestra vida como sociedad. La humanidad es un acto de fe.
 
SORBO FINAL: Yo no soy Charlie, pero la vida y el respeto por las ideas son sagrados. 

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