Correr para perder la cordura


3.15 am

En algún momento de nuestras carreras, a los ingenieros de sistemas nos enseñan el concepto de recursividad. La academia lo define como “la forma en la cual se especifica un proceso basado en su propia definición”. Debo admitir que hasta para un ingeniero de sistemas eso es mandarín avanzado. Sin embargo en la práctica, el concepto quizás sea más simple. Pongámoslo así: si la vida es un proceso, lo que he vivido define lo que soy y seguramente me ayudará a afrontar lo que viviré. En síntesis, la vida es el recurso que tengo para seguirla viviendo.

Cuando paso revista al momento en que decidí bajar de peso, me encontré leyendo un montón de cosas sobre el tema, ejercicio, nutrición y demás. Pensar en eso me causa gracia porque jamás imaginé andar por esas calles. Aquí, la vida funciona como el escenario donde me puedo reír de lo que he hecho. Recursividad.

Entre esas lecturas encontré a un tal Murakami, japonés el señor, que intercalaba su oficio de escritor con su pasatiempo de correr. Hago una pausa para disculparme si usted ha leído a Murakami; entiendo que muchos han pedido el Nobel de literatura para él y yo aquí estoy siendo atrevido ninguneándole como un “tal”. No se preocupe. Él con toda seguridad escribe por amor al arte igual que yo, aunque soy consciente que él monetiza por escribir y yo voy atrasado.

Bueno, el hombre decía que no encontraba mayor placer después de echar una corrida que tomarse una cerveza bien helada para hidratarse. ¡Epa! ¡Este man la tiene clara! Imagínese en estos calores del caribe el sencillo placer de correr a una nevera a destapar una fría. ¿A quién no le pega, como a Diomedes, tener unos Recuerdos de ella? Ahora imagíneselo después de echar una carrerita… Puro budismo costeño. No soy quien para invalidar su experiencia, señor lector, pero yo me tomé una cerveza después de correr unos tres kilómetros y se me bajó la presión. Vivir para contarla, decía Gabito.

Somos estrategas los seres humanos. Conecto con Murakami porque su experiencia entre su pasión por correr y el placer por una cerveza porque asocio ambas ideas con la sensación de bienestar, y eso solemos hacer con la vida: conectar con aquello que nos parezca afín para vivirla mejor; más tranquila, quizás más feliz.

Finalmente este señor trasladó, por supuesto, su experiencia a un libro titulado De qué hablo cuando hablo de correr. En espera de obtenerlo y poderlo leer, me preguntó por qué corro. El sparring de una buseta de Caracoles, por ejemplo, corre porque su chofer va contra el tiempo y hay que marcar tarjeta como sea. Yo corro por puro gusto. Locos, el sparring y yo. El chofer de la buseta no tendría porqué abusar del paraguas de tiempo que tiene entre turno y turno para hacer correr a su sparring; yo no tendría porqué ponerme unos tenis y salir a matarme persiguiendo kilómetros. Ambos lo hacemos por objetivos diferentes pero en nuestras particulares locuras lo disfrutamos. La vida es loca, cantaba Céspedes. Contesta Pirulo en su salsa: “Si yo sé, yo soy así. Un poco loco, pero feliz".

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SORBO FINAL: Me enseñaron que el valor de la palabra es lo más preciado que tiene un ser humano porque define su integridad. Basado en ello, entro en desconsuelo al ver las alianzas que se cuecen entre algunos de los QUINCE candidatos a la Alcaldía de Cartagena. Lo pregonado, parqueado a un lado. ¿A cambio de qué, una foto? ¿Y los valores? ¿Y la coherencia? Pal caño Juan Angola rumbo al mar Caribe... No sé, Ernesto. No sé.