Cuando estudiaba en el colegio, en mis clases de lengua castellana me enseñaron que los ensayos se debían escribir en tercera persona para buscar la interiorización del texto por parte de quién lo lee. Este escrito dista de ser un ensayo pero intentaré que quién lo lea lo asuma como propio porque tal vez muchos piensan igual que yo.
Jota Mario Valencia fue, de los longevos presentadores del entretenimiento televisivo nacional, el más jovencito. Claro, después de Pacheco y Gloria Valencia, quién seguía era él. Pero fue tanto tiempo verlo en pantalla y parecía tan forzado su intento de evolucionar para no quedarse atrás que muchos ya pedían su cambio.
Confieso que yo, hastiado, quise que lo mandaran a México de embajador como alguna vez lo hicieron con Jose Gabriel Ortiz, otro de los que alguna vez gozaron de las mieles del éxito televisivo. Ya Jota Mario no me hacía reír y eran más las polémicas que suscitaban su figura -lo de su compañera de programa, la burla a los payasos, su posición política- que dije basta.
Y el día sucedió. Sin más explicaciones que el consabido cambio, al tipo lo sacaron del aire y de paso también del canal donde trabajaba. Cuando vi su reacción y las de quienes fueron sus compañeros de trabajo, no encontré motivos para celebrar. Debe ser duro que haciendo el trabajo de toda una vida, te digan que ya no vas más. Es apenas humana la reacción al cambio pero nadie es eterno en el mundo, ya lo cantaba bien Darío. Acá el chiste es qué hacer cuando eso sucede. Con su muerte, la impresión que me da es que el cambio no le hizo bien pero ¿qué carajos voy a saber yo si jamás lo conocí?
Somos crueles. Tenemos la falsa seguridad de creer que al ver a alguien todos los días, incluso en una pantalla, ya podemos decir que los conocemos. Creamos una imagen del otro e insistimos tanto en ella que no permitimos que quien la “proyecta”, tenga el derecho a la defensa.
El escritor Alberto Salcedo Ramos citaba en un tuit las siguientes palabras: “¡Qué raro es el ser humano! Se pelea con los vivos y le regala flores a los muertos. Se queda años sin hablar con un vivo y, cuando muere, le hace un homenaje. No tiene tiempo para visitar a un vivo, pero se queda un día entero en un velorio. No llama, no abraza, no se importa con un vivo pero se lamenta ante un muerto. (…)"
Perdón, Jota Mario. Fuiste un incomprendido pero no puedo ser desagradecido por tantas veces que con tu trabajo entretuviste a tantos, incluso a mi. Aunque con decirlo se me caiga la cédula, Telesemana, Dominguísimo, Cazadores de la Fortuna, Sábados Felices y tantos otros programas a los que esperaba llegar son tu legado y por ello, gracias. Perdón por todas las veces que te desprecié. Yo, en espera de ser despreciado, deseo que tengas buen viaje y que tenga descanso tu alma.
SORBO FINAL: Entre Coroneles, Generales y Semanas se ha desgastado una profesión que admiro e incluso me ha inspirado el hecho de escribir. Decía un entrenador de fútbol argentino, harto de los ataques que recibía partido tras partido, que no existe el periodismo sino que existen periodistas. Con esta crisis, y habiendo tantos periodistas que en silencio trabajan honrando su trabajo, doy fe de dicha sentencia.
LA BORRA DEL CAFÉ: Viví en crisis y desperté. Del letargo concluí que quiero volver a escribir y deseo volverlo un hábito. Luego de perdonarme, pido perdón a quienes me leyeron y me preguntaron pa cuándo estaba el próximo escrito y no les supe responder. Espero volver a convencerlos con este texto. ¡Un abrazo!