Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
Simón Bolívar. Última Proclama. 1830.
Si los Acuerdos de La Habana fuesen un ser humano, bien podrían haber usado el epitafio político del Libertador tras conocer los resultados del Plebiscito del pasado domingo. Y aunque el deseo de Paz no ha muerto, el único camino más o menos claro que había hacia una arreglo pacífico negociado con el movimiento guerrillero más viejo del mundo se ensombreció y la incertidumbre se ciñe sobre el horizonte pues ahora todo queda en manos de políticos.
Políticos que un día vociferan y ladran unos contra otros y, al día siguiente, se toman un cafecito, se dan la mano y sonríen para la foto como hacen los compadres después del bautizo del pelao. Mientras, los que eran amigos se dejan de seguir en Twitter, se eliminan en Facebook, y quizá ya no se sientan juntos a almorzar por haber defendido -o repetido- a rajatabla lo que el sufrido político reclamaba en televisión en contra del otro.
Dudo que los que votaron negativamente no quisieran la paz: también hubo en las filas del SÍ algún renuente a tragarse uno que otro sapo antes que claudicar a cincuenta años más de guerra. Simplemente los Acuerdos eran un camino, más no era EL camino. Sin embargo, en una política medianamente decente, uno esperaría que el que se opone a un plan tenga una alternativa y, así mismo se esperaría que el que promueve un plan tenga una alternativa en caso que éste falle. Nada de eso hubo el día después. Justo como se presentía. Y entre tanto espere que espere se nos olvida interrogarnos ¿cuándo hubo una política medianamente decente en Colombia?
Si el parámetro general de la política nacional siempre ha sido el cómo-voy-yo, inclusive cuando sobre este suelo se mataban criollos y chapetones, conviene preguntarse si había un interés para los que pregonaban ser la primera fuerza política del país se movieran por lograr una victoria en la votación del domingo, sobretodo cuando el Gobierno del que dicen ser parte más lo necesitaba. Aunque a estas alturas también queda resuelta la duda de porqué aquellos partidarios del NO que antes rechazaban la invitación a ser parte de la mesa ahora sí dicen presente. “Las uvas verdes no son un buen alimento para un paladar tan refinado como el mío”, diría Tía Zorra.
Las víctimas que claman verdad y reparación, los guerrilleros rasos que piden una oportunidad para la reintegración, los pacifistas que piden un nuevo país y, aún, quienes agitan el hacha de la guerra tendrán que esperar. El Presidente, haciendo caso de los resultados, ha citado a la divergencia para escuchar sus opciones y mejorar unos acuerdos que no eran perfectos. Bueno, la humanidad siempre debería buscar la trascendencia. Ojalá que el producto de la nueva mesa de negociaciones sea el 99% de la población dando el apoyo a unos mejores acuerdos y no el 37% dividido que hicieron titular a la prensa que vivimos en un país polarizado y que hicieron pensar al mundo que Colombia no quería la Paz. Parafraseando un parlamento de una célebre película de ciencia ficción, hemos quedado en manos de políticos. Que se consolide la unión, como pedía Bolívar. Entretanto, tocó poner el mando en pausa.
SORBO FINAL: La mayoría simple proclamó la victoria del NO y muchos, yo el primero, le pedimos perdón por no haberles cumplido a Bojayá, a Toribío, al Carmen de Bolívar y demás poblaciones donde, a pesar de sufrir a carne viva el flagelo de la guerra, resultó ganador el SÍ. Uno esperaba que la votación allí fuese aplastante y que los habitantes de esos recónditos lugares salieran en masa a votar y resulta que allí, como en el resto del país, la abstención fue mayoritaria. ¿Qué falló en Colombia que incluso en dónde más se sintió la violencia ganó -aparentemente- la desidia?
EL GUARRÚ: Hay quienes votaron por el NO que disienten que el senador Uribe sea su representante y que piden no ser tildados de uribistas. Ojalá logren ser representados por los que ellos quieren pero, oh-oh, mayoría simple…